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Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works

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—¿Quién no pue<strong>de</strong> ser alta? —pregunté.<br />

—La señora <strong>de</strong> Jack Graham —dijo el abogado.<br />

—Lamento haberlo preguntado —dije.<br />

También usted <strong>de</strong>be haberle hecho algún tipo <strong>de</strong> favor —me dijo el abogado—. O<br />

<strong>de</strong>be haber hecho algo que ella vio y consi<strong>de</strong>ró admirable.<br />

—Mi experiencia como boy scout —dije.<br />

Por fin paramos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un maltrecho edificio <strong>de</strong> apartamentos <strong>de</strong>l Upper West<br />

Si<strong>de</strong>. De allí salió Frank Ubriaco, el dueño <strong>de</strong> la cafetería. Iba vestido para el sueño con<br />

un traje <strong>de</strong> terciopelo azul claro y botas vaqueras verdiblancas con tacones altos, muy<br />

altos. Llevaba la mano frita elegantemente enfundada en un guante blanco <strong>de</strong> cabritilla.<br />

Clewes le colocó un asiento plegable para que se sentara.<br />

Le saludé.<br />

—¿Quién es usted? —dijo.<br />

—Me sirvió usted el <strong>de</strong>sayuno esta mañana —dije.<br />

—Serví <strong>de</strong>sayunos a todo el mundo esta mañana —dijo él.<br />

—¿También le conoces? —dijo Clewes.<br />

—Éste es mi pueblo —dije.<br />

Luego, me dirigí al abogado, más convencido que nunca <strong>de</strong> que aquello era un sueño<br />

y le dije:<br />

—Bueno, ahora hemos <strong>de</strong> recoger a mi madre. Repitió mis palabras, inseguro:<br />

—¿A su madre?<br />

—Claro. ¿Por qué no? Es la única que falta —dije.<br />

Quiso colaborar.<br />

—El señor Leen no dijo nada concreto <strong>de</strong> que no trajesen uste<strong>de</strong>s a nadie más. ¿Le<br />

gustaría a usted llevar también a su madre?<br />

—Muchísimo —dije.<br />

—¿Y dón<strong>de</strong> está? —dijo él.<br />

—En un cementerio <strong>de</strong> Cleveland —dije—. Pero eso a usted no tendría por qué<br />

frenarle.<br />

A partir <strong>de</strong> esto, eludió las conversaciones directas conmigo.<br />

Cuando nos pusimos <strong>de</strong> nuevo en marcha, Ubriaco preguntó a los <strong>de</strong>l asiento <strong>de</strong> atrás<br />

quiénes éramos.<br />

Clewes y E<strong>de</strong>l se presentaron. Yo no quise hacerlo.<br />

—Todos son personas que llamaron la atención <strong>de</strong> la señora Graham —dijo el<br />

abogado—. Lo mismo que usted.<br />

—¿La conocen uste<strong>de</strong>s, muchachos? —nos preguntó Ubriaco a Clewes, a E<strong>de</strong>l y a mí.<br />

Los tres nos encogimos <strong>de</strong> hombros.<br />

—Dios mío —dijo Ubriaco—. Ojalá sea un trabajo muy bueno ese que tienen que<br />

ofrecernos. Porque a mí me gusta lo que hago.<br />

—Ya verá usted, ya —dijo el abogado.<br />

—He <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> asistir a una cita por este asunto —dijo Ubriaco.<br />

—Sí... y también el señor Leen <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> asistir a una cita por uste<strong>de</strong>s —dijo el<br />

abogado—. Precisamente esta noche su hija celebra en el Waldorf su baile <strong>de</strong><br />

presentación en sociedad, y él no podrá asistir. Tendrá que estar hablando con uste<strong>de</strong>s,<br />

caballeros.<br />

—Qué disparate —dijo Ubriaco. Ningún otro tenía nada que <strong>de</strong>cir. Cuando<br />

cruzábamos Central Park hacia el East Si<strong>de</strong>, Ubriaco habló otra vez:<br />

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