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cosas para darnos otras peores. También hay que decir que, a<br />

modo de compensación, mi amigo resultó un poeta de primera<br />

linea –dos libros, por ahora, en su lengua natal. Y en cuanto a<br />

investigador literario, les añadió a los portugueses un decisivo conocimiento<br />

de Eça de Queiroz, en un estudio excepcional sobre<br />

lengua y estilo, que le valió media docena de «honoris causa» en<br />

universidades del idioma hermano: una de las mil hazañas del exilio<br />

tan mal conocidas y agradecidas por la España sedentaria.<br />

Prosigamos: En aquel ámbito de goce y total confianza en la<br />

vida, vivida en el país propio y desde las posibilidades de su cultura<br />

y de su política -porque entonces la política era la forma más<br />

urgente de nuestro patriotismo-, todo nos parecía hacedero y además<br />

se hacía a pesar de la quinta columna cultural y política que<br />

flanqueó, desde sus primeros pasos, la marcha de la República...<br />

Entre aquellos bisbiseos y cábalas sobre si podría hacerse Así que<br />

pasen cinco años (que, efectivamente, llegó a ensayarse meses<br />

después, cuando yo estaba de regreso en Argentina y se produjo<br />

el glorioso Alzamiento que interrumpió la continuidad española<br />

durante cuatro décadas que aún colean), alguien sugirió mi nombre<br />

como pintiparado para encarnar el joven de la comedia; todo<br />

ello como habladurías de café. No creo que Pura se enterase y<br />

Federico me previno contra una coña posible.<br />

Conque fui y le pedí a Ernesto alguna justificación de tal exorbitancia.<br />

De las habladurías resultaba que yo era un epente (una<br />

de nuestras palabras clandestinas) indeciso y «muy elaborado»,<br />

como quien «anda por dentro» sin saber a qué carta de sexo quedarse,<br />

como le ocurre al joven de la propuesta lorquiana. En uno<br />

de estos coloquios, a pas de deux, con Ernesto, mete baza Serafín<br />

Ferro: veinte años, coruñés, menudo, belleza popular, golfantillo<br />

intelectualizado, con aire de elfo rizado y moreno, cuyo breviario<br />

eran los Cantos de Maldoror, de Leautremont; de relación honda<br />

y contrariada con Luis Cernuda, en la que uno figuró sospechado<br />

de interpósito y celos del aire, sin comerlo ni beberlo, lo juro...<br />

Serafín, que era hombre de «salidas» y de abruptas conclusiones,<br />

como todo lector de un solo libro, va y dice como razón última:<br />

«Lo definitivo que tienes para hacer ese papel es la sonrisa<br />

leonardesca». Alarmadísimo (estábamos en un lugar de juntanza<br />

que se llamaba La Ballena Alegre), me fui al excusado para comprobar<br />

la sonrisa en el espejo, y no me salió, y así se lo dije. Sera-<br />

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