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Un «estreno» fallido...<br />

Así que pasen cinco años anduvo en veremos y conciliábulos<br />

de realización pese a la total falta de medios para su costoso e<br />

intrincado montaje. Y también lo prematuro y desconcertante que<br />

resultaría para aquel público a la espera de un Lorca en continuidad<br />

con su teatro anterior; el mismo temor que tuvo Lola Membrives<br />

para ofrecer entonces Los medios seres de Ramón Gómez de la<br />

Serna, repitiendo la aventura bonaerense, según me dijo. Lola era<br />

por aquel tiempo tan hazañosa –no sé si azañista– republicana<br />

que se le otorgó, sino por primera vez, una de las primeras, la<br />

Orden de la República. A mí, que era rojo perdido, me encargó la<br />

presentación en Buenos Aires del estreno de Nuestra Natacha de<br />

Casona. Luego viró la chaqueta, para el caso, el mantón, y se hizo<br />

franquista batallona, consecuente con el fácil mimetismo de las<br />

gentes de espectáculo.<br />

Por aquellos días Pura Ucelay, talentosa y entusiasta agitadora<br />

teatral, dirigía un conjunto amateur que aconsejaba Federico,<br />

al que también debía su nombre inventado: Anfistora.<br />

-¿Qué quiere decir Anfistora, Federico?<br />

-¡Anfistora, nada menos!<br />

Ya había hecho Lilión, de F. Molnar, un Peribáñez, de Lope,<br />

y no sé si algo más. Los protagonistas del primero fueron Andrés<br />

Mejuto, que allí empezó, y Ernesto Pérez Güerra, con u de diócesis,<br />

como él aclaraba. Completaba el trío un fabuloso greco-chileno,<br />

músico, mitólogo in vivo e inenarrable inventor de farsas, Akario<br />

Cotapus, que hacía de «Dios» en la comedia. Mi ya para siempre<br />

queridísimo Ernesto era un estudiantón, algo demorado, de no sé<br />

qué: lectorazo sin fondo, tañedor de armónica, gallego esencial<br />

jamás renegado, compañero de ruta de toda la generación del 27,<br />

y amigo entrañable de Federico... Me reapareció, después de unos<br />

confusos años de exilio, ya como chairman de Lenguas Romances,<br />

con especialización en portugués -hasta tal punto era gallego-<br />

en la Universidad de Nueva York, invitado por otras del país<br />

y brasileñas. Casado con una hija de Pura Ucelay, luego recasado<br />

con yanki portuguesa, a fin de todo fuese ya barrer para dentro<br />

del idioma hermano, se me fue perdiendo en su incurable galbana<br />

epistolar, jubilado quizá, arrullando sus melancolías en un<br />

larguísimo fado cultural.<br />

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