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lorca

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en la dinámica política, este amor cuando parte de una real ternura originaria,<br />

establece un compromiso de solidaridad, sin normas, con quienes han de<br />

darle sentido práctico y ejecución, para no quedarse en una morosidad<br />

contemplativa o en el cabrilleo de unas cuantas burbujas retóricas. Pero no<br />

se esclaviza en el seco formulismo de unas teorías. Busca, por aceptados<br />

caminos intuitivos, por un tránsito que puede llevar, incluso, al heroismo,<br />

los modos que han de conducirlo a cumplirse en una acción beneficiosa<br />

para ese mismo pueblo ya que se trata, como en las otras místicas, y más en<br />

las místicas españolas, de una fe con obras. Las palabras instrumentales con<br />

que este amor se proclama son: justicia, progreso, cultura; palabras del<br />

ingenuo y noble liberalismo decimonónico, ya lo sé, pero que tienen la virtud<br />

de restaurar su virginidad -y también su dramatismo- cada vez que la<br />

contingencia histórica las devuelve a su origen; o sea, cuando empieza a<br />

notarse que los hombres, en vez de usarlas rutinariamente, quiero decir,<br />

políticamente, anuncian, por una serie de misteriosos ademanes, que están<br />

dispuestos a morir por ellas.<br />

En tales momentos, lo espiritual y político, lo práctico y lo visionario,<br />

la intuición y la dialéctica, vuelven a nivelarse y a interrelacionarse,<br />

restaurando la unidad profunda del quehacer histórico. A esto es a lo que,<br />

con toda propiedad, se llama revolución, y no a que se echen a la calle<br />

unos vistosos coroneles o a que peroren en las ágoras oportunistas de voz<br />

peluda y poca vergüenza. Esta misteriosa unificación sin tácticas, con sus<br />

coincidencias igualmente maravillosas, con sus riquezas promiscuas, fue la<br />

que se produjo en la España de la vida y muerte de Federico y la que, con<br />

razón, causó alarma en un mundo también nivelado por otra unificación: la<br />

digestiva; el orden de la universal digestión, que muchos no desean ver<br />

perturbado.<br />

Pero esta coincidencia en el camino -y también en el subsuelo, pues<br />

las revoluciones son más bien asunto del subsuelo- no quiere decir que<br />

muchos de nosotros, entre ellos García Lorca, fuésemos políticos, al menos<br />

desde el relativismo de las concepciones partidarias o doctrinarias. Nosotros<br />

éramos poetas, artistas, escritores. El lenguaje de nuestro amor se valía de<br />

otra lógica, la lógica del corazón, que también tiene sus leyes, quizá más<br />

graves y perennes por menos cercanas y programáticas. Pero en “el aquí y<br />

el ahora” que, entonces, nos proponía la historia de España, no había otra<br />

conducta posible que la de encontrarnos cordialmente, inteligentemente,<br />

con aquellos que daban cauce hacia la realidad a lo que en nosotros era<br />

inspirado e intuitivo. Los mítines y motines con que aquella generación<br />

contribuyó a revolucionar a España, fueron La Barraca de Federico; las<br />

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