lorca
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frase de Goethe: «Contra los grandes méritos, sólo hay una salvación: el amor». Amábamos en Federico lo que potencialmente había de mejor en nosotros, como hombres, como españoles, como artistas, como pueblo; amábamos en él, no un modo de hacer, sino un modo de ser. Esta modulación humana a través de un siendo humano y español corre, de cabo a rabo, por toda su poesía y en ella está su salvación. Es inútil querer hablar de la obra de García Lorca desde un aspecto social queriendo decir socialista. Su obra resulta social, porque representa un modo humano, un ser del hombre, de unos hombres, y en un lugar y en un tiempo, en diálogo o en soliloquio patente en sus vivencias y convivencias, en su paisaje, en su sino, en su ligazón -también en el sentido mágico- con la tierra y con una forma y sustancia de su humanidad pobladora. Su intimidad al formularse, aparece condicionada por una previa absorción del ámbito -lo racial, lo telúrico, lo cotidiano- sobre el cual se proyecta luego fundiéndose y confundiéndose con lo mismo que canta. En este sentido, su obra puede ser no sólo social sino, incluso, folclórica, descascarando esta palabra de sus adherencias comerciales y de sus limitaciones didácticas. En el lenguaje directo del Romancero gitano o en la orquestación más sistemática de Poeta en Nueva York, lo presente es siempre una forma de vitalidad concreta, con su implícita carga de angustia y de problematismo -como siempre que lo vital ocurre en autenticidad- que no son los de la teoría socilógica o psicológica, sino que resultan de unas vidas que el poeta asume desde el ahí, donde son y están, ejercitando la gesticulación que es propia, con sentido lógico o sin él, pero que es trascendente a su existencial devenir. Este poder de asunción de unas esencias humanas -no como documentos sino como vida convivida en esencial simpatía- y la posesión de un genio instrumental para elaborarlas artísticamente sin desnaturalizarlas, es lo social de la poesía lorquiana y su sentido de testimonio trascendente; o sea, de historia. Tanto por el implacable recuerdo de su persona como por la gracia -también en el sentido teologal- que anima su obra, la permanencia de Federico va haciéndose consistencia, afirmándose en su intemporalidad. Sus amigos vivimos administrando la luz que de él nos queda, proyectándola en el culto a su vida y en el estudio de su obra, inagotable de suscitación, aun aislada de la dura anécdota de su muerte. 308
Las nuevas generaciones –caso poco frecuente–, si bien privadas del sortilegio de su presencia, la adivinan y jerarquizan –frente a las heces y las babas de un criticismo engagée, politiquero o, simplemente, industrial– con una afición que se reparte entre el conocimiento y el mito; de todos modos, con una creciente y noble curiosidad. El pueblo español funda en su muerte una actitud y un argumento; conduce su poesía en un lento y seguro deslizamiento hacia lo tradicional, mientras los meditadores propios y extraños, rastrean en la vida y en la obra de García Lorca un modo de ser español, que antes no se había dado y que ya no podrá reiterarse. Porque tal como se dice en un verso suyo: «Hay rostros que no deben repetirse en la aurora» (1). (1) Oda a Walt Whitman. («Federico García Lorca, después de veinte años», Rev. de la Universidad Nacional de La Plata, Arxentina, xuño, 1958). 8.1.9. A los 25 años de la muerte de Federico 270 Cuando Federico García Lorca desapareció, llevado por la más absurda muerte que para su angélica condición pudo esperarse, los “snobs” de siempre, los necrofílicos de las ilustres defunciones, abrieron las esclusas de su fácil llanto y dejaron correr ríos de tinta como negro contracanto a los ríos de sangre que allá se arrastraban en una de las más limpias -y calumniadas- tareas colectivas en defensa del sentido del hombre. Vinieron luego los segundos sepultureros, los ideólogos. En expolio apresurado, se pusieron a hacer exhibición, estruendo y almoneda de unos credos que Federico jamás había sustentado, ni conocido de cerca, ni falta que le hacía. Su ideología, como la de tantos otros, era tan simple y exigente a la vez, que cabía en esta triada de vocablos: amor al pueblo. Claro es que 270 Traemos aquí este novo texto, aínda que reproduce, ás veces con mínimos cambios, ideas xa expresadas no anterior artigo. Coidamos que achega novas apreciacións, desde recantos orixinais, sobre a vida e a obra de García Lorca, que veñen a confirmar que Blanco-Amor, con periodicidade buscada, revive a memoria do amigo inmolado para que sirva de faro ás novas xeracións. É unha maneira de estar con Federico, de camiñar sempre con el. 309
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Las nuevas generaciones –caso poco frecuente–, si bien privadas<br />
del sortilegio de su presencia, la adivinan y jerarquizan<br />
–frente a las heces y las babas de un criticismo engagée, politiquero<br />
o, simplemente, industrial– con una afición que se reparte entre<br />
el conocimiento y el mito; de todos modos, con una creciente y<br />
noble curiosidad.<br />
El pueblo español funda en su muerte una actitud y un argumento;<br />
conduce su poesía en un lento y seguro deslizamiento hacia<br />
lo tradicional, mientras los meditadores propios y extraños, rastrean<br />
en la vida y en la obra de García Lorca un modo de ser español,<br />
que antes no se había dado y que ya no podrá reiterarse.<br />
Porque tal como se dice en un verso suyo:<br />
«Hay rostros que no deben repetirse en la aurora» (1).<br />
(1) Oda a Walt Whitman.<br />
(«Federico García Lorca, después de veinte años», Rev. de la Universidad<br />
Nacional de La Plata, Arxentina, xuño, 1958).<br />
8.1.9. A los 25 años de la muerte de Federico 270<br />
Cuando Federico García Lorca desapareció, llevado por la más absurda<br />
muerte que para su angélica condición pudo esperarse, los “snobs” de<br />
siempre, los necrofílicos de las ilustres defunciones, abrieron las esclusas<br />
de su fácil llanto y dejaron correr ríos de tinta como negro contracanto a los<br />
ríos de sangre que allá se arrastraban en una de las más limpias -y<br />
calumniadas- tareas colectivas en defensa del sentido del hombre.<br />
Vinieron luego los segundos sepultureros, los ideólogos. En expolio<br />
apresurado, se pusieron a hacer exhibición, estruendo y almoneda de unos<br />
credos que Federico jamás había sustentado, ni conocido de cerca, ni falta<br />
que le hacía. Su ideología, como la de tantos otros, era tan simple y exigente<br />
a la vez, que cabía en esta triada de vocablos: amor al pueblo. Claro es que<br />
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Traemos aquí este novo texto, aínda que reproduce, ás veces con mínimos cambios,<br />
ideas xa expresadas no anterior artigo. Coidamos que achega novas apreciacións, desde recantos<br />
orixinais, sobre a vida e a obra de García Lorca, que veñen a confirmar que Blanco-Amor, con<br />
periodicidade buscada, revive a memoria do amigo inmolado para que sirva de faro ás novas<br />
xeracións. É unha maneira de estar con Federico, de camiñar sempre con el.<br />
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