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or y que de nada servirá en este caso personal en que no se<br />

trata del embalsamiento retórico del poeta en su obra -tal la momia<br />

en sus bandas-, sino de la recuperación del amigo, del hombre;<br />

de la persistencia e irremediabilidad de un modo de ser que<br />

sigue viviendo en nosotros tenazmente, no sólo en genio sino en<br />

figura; su voz, aún no callada en la caracola del oído, sus gestos<br />

incapaces de hallar quietud en el fondo de nuestros ojos; esta<br />

contumacia vital que le trae, una y otra vez, no sólo en la apelación<br />

de la nostalgia que no se resigna, sino a superficie y vigencia<br />

cotidiana, por encima y casi a pesar de su obra. Cuando hacía ya<br />

diez años y apenas recuperado del estupor, quise cercar su recuerdo<br />

con una verja de palabras de íntimo homenaje, y también<br />

de porfía para lograr su aquietamiento, hallé su terquedad en los<br />

versos mismos como un transferido rumor de protesta que de él<br />

me venía: «Transitado de sangre y de alegría -te siento, arcángel<br />

mudo, a mi costado...», «vivo en tu vida más que nunca viva», eran<br />

sus testimonios de este no querer alejarse para siempre, de esa<br />

rebeldía a cuajarse en perenne inmobilidad.<br />

Tal contaminación de esta vitalidad inextinguible está en todos<br />

cuantos hemos tratado a Federico, o sea, en todos cuantos le<br />

hemos amado, y ha de permanecer ahí mientras vivamos. Vicente<br />

Aleixandre, casi ante sus restos aún calientes, decía: «Entre su vida<br />

y su obra, hay un intercambio físico y espiritual tan constante, tan<br />

apasionado, tan fecundo, que los hace inseparables e indivisibles».<br />

Y a casi veinte años del turbio e inútil suceso, escribe Jorge Guillén:<br />

«Aquella vida exaltaba la vida ajena...». «A los pulmones del más<br />

opaco, llegaba aquel soplo de júbilo». Y Pedro Salinas: «Ese hervor,<br />

ese bullicio, esa animación que levantaba su persona entera<br />

por donde iba...». «Se le sentía venir antes de que llegase; le anunciaban<br />

impalpables correos, avisos...». Y aun en plena vida, apenas<br />

estrenada su obra: «Sal tú, bebiendo campos y ciudades -en<br />

largo ciervo de agua convertido», le citaba Alberti, en su soneto<br />

desplegado como una verónica, en los medios de aquella luz de<br />

España en que todos vivíamos la faena de la esperanza con una<br />

tal fruición y embriaguez de su gracia como si supiéramos ya que<br />

estaba destinada al martirio.<br />

Este dinámico seguir siendo de la persona por encima de su<br />

proyección en la obra que, por lo mismo, tampoco puede ser aquietada<br />

para su examen objetivo; esta nostalgia de aquel modo de<br />

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