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Pero donde esta intención ardorosa y líricamente y voluntariamente<br />

granadina iba a dar sus frutos más apretados era en El<br />

Diván del Tamarit, libro en buena parte escrito a mi vista, en la<br />

misma Granada, en la directa frecuentación del paisaje redescubierto<br />

por la conciencia como materia estética, después de haber<br />

amado el poeta otros mundos y ultramundos. El huerto del Tamarit<br />

era, según la erudición o la imaginación de Federico, el nombre<br />

del huerto de San Vicente, sombreado de laureles, iluminado de<br />

cerezos y reflejado de acequias, donde el poeta pasaba sus veranos.<br />

En El Diván del Tamarit no había odiosas alusiones arqueológicas.<br />

¡Quédense los pebeteros, alcatifas y las resobadas e<br />

inexistentes almeas para los perturbados y casi masturbados caletres<br />

de los poetas «atrezistas» del novecientos! En este libro todo<br />

era actual y antiguo –y, de esta simbiosis, el hombre deduce toda<br />

la eternidad que le es posible, fuera de la falsa abstracción dialéctica–<br />

como lo es siempre la más vital presencia de España; de<br />

España que suma en un esguince de dalia, en una sementera o en<br />

un dicho, la mención de cinco culturas en sus presencias unitarias,<br />

en sus complejos totales, pero salvadas en sus más recónditos<br />

y vivaces elementos simples.<br />

El Diván del Tamarit ha sido terminado en los primeros meses<br />

del mes de mayo de 1935 y entregado a la Universidad de Granada,<br />

que había reclamado para sí el honor de la primera edición.<br />

¿Qué han hecho de estos pétalos los foragidos? ¿Podremos esperar<br />

que las manos de lodo que han habierto las puertas santas de<br />

España a las hordas destructoras del occidente -bárbaros y moros,<br />

otra vez- se hayan detenido ante unas reliquias de papel? ¿Qué<br />

asidero le queda a la esperanza para aguardar que los jabalíes,<br />

que han hozado en los despojos de su carne, hayan improvisado<br />

un éxtasis de hocicos sanguinolentos en presencia de la obra sobrevenida?<br />

Desgraciadamente, si alguna piadosa ocultación no ha salvado<br />

este excelso manuscrito -quizá lo más destilado y puro de la<br />

obra lírica del poeta-, mi país pasará por la vergüenza inmensa de<br />

haberlo hecho desaparecer, escamoteado por las mismas manos<br />

inquisitoriales que dispersaron los huesos de Cervantes y los de<br />

Quevedo y que hurtaron, para escarnio perenne, el cráneo de<br />

Goya: que son los mismos que acaban de profanar la tumba de<br />

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