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120 JUAN F. GONZALEZ
terio lo constituía sólo la infidelidad de la mujer con respecto
a sus deberes conyugales.
El derecho Canónico, teniendo en cuenta más el precepto
moral que el jurídico, entendía por adulterio: el acto
de una persona casada que violando la fidelidad conyugal
concede su cuerpo y otorga sus favores a otra persona. Hacía
el distingo del adulterio doble o simple teniendo en cuenta
el estado civil de los protagonistas.
Indiscutiblemente esta manera de apreciar el adulterio,
ha tenido su influencia en la evolución de este problema social
y como el factor moral, por otra parte, ha jugado su
rol en la evolución sociológica de las legislaciones modernas
llegando a modificar el antiguo concepto del adulterio,
evolución a la que no ha podido sustraerse la nuestra
y que si bien no ha puesto a los cónyuges en un
perfecto pie de igualdad, por lo menos no ha sancionado la
impunidad del esposo, considerándolo reo del delito cuando
tuviere manceba dentro o fuera de la casa conyugal.
La historia nos enseña que el adulterio se ha reprimido
siempre con severidad y la sanción penal caía sin piedad
sobre la mujer adúltera. La penalidad variaba según los pueblos;
así Escriche en su Diccionario Jurídico nos enseña:
Que los antiguos Egipcios imponían la castración, creyendo
hallar en esta barbarie cierta relación entre el delito y la
pena; imponían además mil azotes al hombre y a la mujer
se le cortaba la nariz. Los Lidios, lo reprimían con la pena
de muerte. Los Bramas, condenaban a las mujeres adúlteras
a ser comidas por los perros. Los Judíos, apedreaban a los
culpables. Los antiguos Sajones, quemaban a la mujer y
sobre sus cenizas levantaban un cadalso en que daban garrotes
al cómplice. Los Romanos, imitaban a los antiguos
Egipcios, recurriendo después a varias penas incluso la de
muerte.
Tal era el criterio formado y la penalidad que aplicaban
los pueblos de la antiguedad al delito de adulterio. Se
le consideraba como un delito de acción pública. La ley J u­
lia Adulteriis lo incluyó entre los juicios públicos correspondiendo
la acción al marido, a los parientes y a los extraños.
La mujer no podía denunciar, ni ejercer acción alguna