“Las voces del recuerdo: Un análisis de los discursos sobre la ...

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09.05.2015 Views

memoria del mismo. Es precisamente ese discurso, tal y como defiende Candau, el que puede llegar a tener el efecto performativo, pues puede ser retomado por el resto de los miembros, reuniéndolos de ese modo en un sentimiento de existencia de la memoria colectiva (Candau, 2001). Tal es así, que el antropólogo nos advierte de que “el investigador no debe equivocarse de nivel de análisis identificando esta metamemoria con la memoria colectiva. Por eso, en un primer momento, debe distinguir cuidadosamente el hecho de decir que existe una memoria colectiva y la existencia de esta memoria” (Candau, 2001: 31). ¿Quién es el que recuerda? La necesidad de construir una memoria colectiva. Así es cómo terminaba Jesús Loza su intervención. Sin embargo, ¿quién es ese sujeto colectivo? ¿De quién es la memoria? Es de la nación vasca. La obra cumbre de Benedict Anderson, Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo ([1983] 2007) sigue siendo uno de los referentes principal en las ciencias sociales que se encargan de los procesos nacionalistas y los conceptos de nación. El científico, cercano al materialismo histórico, propone “la definición siguiente de la nación: una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana. Es imaginada porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (Anderson, 2007:23). A partir de imaginarse, se ve a su vez como limitada, puesto que por muy extensa que sea una nación en territorio o habitantes siempre tendrá unos límites. Además, también se imagina como comunidad, puesto que más allá de las desigualdades existentes dentro de ella se vive como una relación horizontal de fraternidad (Anderson, 2007). La idea de la imaginación es central en la obra de Anderson. Es decir, los miembros de una nación se imaginan que otros miembros también forman parte de ella, y estos otros miembros también los imaginan a ellos, en una especie de comunión ciega pero profundamente colectiva. Sin embargo, el hecho de que la comunidad sea “imaginada” no significa que sea una mera representación mental o proveniente de la ideología, sino que es conformada por creencias relativamente compartidas, al igual que basada o sustentada en hechos. 8

Los procesos de construcción de las naciones modernas se han desarrollado siguiendo diversos esquemas. Destacan mayormente por un lado, las que se apoyan y se fundan en aspectos culturales o étnicos, donde se reivindica la lengua, el folklore y la propia cultura. Por otro lado, nos encontraríamos ante aquellas construcciones de la nación donde lo que se apela es más bien un acuerdo por regirse por ciertas instituciones y un marco legislativo. El mismo Anderson asume que haya diversos esquemas a la hora de plantear la construcción de la nación, y que estos “estilosde construcción deben tenerse en cuenta a la hora de entender cómo se llega a imaginar dicha nación. En todo caso, la creación de la calidad de la nación siempre respondería a fuerzas históricas particulares. La nación se imagina como una comunidad porque es concebida horizontalmente, como un compañerismo profundo. En esa relación han de reconocerse en virtud de su común calidad de miembros, es precisamente esa aceptación, ese reconocimiento del prójimo como individuo de su clase lo que hará que pueda hablarse de nación. Abdelmalek Sayad, en Estado, nación e inmigración ([1984] 2008) va aún más lejos al afirmar que “la única manera dada hoy a una comunidad para que exista auténticamente, es decir bajo una forma reconocida –y reconocida porque ella se impone, como un reconocimiento por sí mismo-, es de existir nacionalmente” (Sayad, 2008: 101). La nación alcanzaría a ser, tal y como Sayad lo plantea, esencial para ejercer acción política, puesto que “el derecho del nacional, el derecho a tener derechos, el derecho de pertenecer a un cuerpo político, de tener un lugar, una residencia, una verdadera legitimidad, es decir, el derecho de poder dar sentido y razón a su acción, a sus palabras, a su existencia; es el derecho de poder tener una historia, un pasado y un futuro y la posibilidad de apropiarse de ese pasado y ese futuro, la posibilidad de dominar esa historia” (Sayad, 2008:105). Así, el hecho nacional se convierte en el marco primario y exclusivo que caracteriza la pertenencia de todo individuo. No obstante, obtener la nacionalidad no significa necesariamente pasar a formar parte de “nosotros”, puesto que por encima del imperativo legal imperaría el principio de pertenencia, absolutamente necesario para “imaginar la nación”. Sin embargo, resulta que es una de las principales adscripciones que permite la elaboración de todo lo nombrado: una historia, un relato, una acción. Anderson cree que “en efecto, la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo” (Anderson, 2007: 19). Diversas reflexiones sobre 9

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horizontalmente, como un compañerismo profundo. En esa re<strong>la</strong>ción han <strong>de</strong> reconocerse<br />

en virtud <strong>de</strong> su común calidad <strong>de</strong> miembros, es precisamente esa aceptación, ese<br />

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Ab<strong><strong>de</strong>l</strong>malek Sayad, en Estado, nación e inmigración ([1984] 2008) va aún más lejos al<br />

afirmar que “<strong>la</strong> única manera dada hoy a una comunidad para que exista auténticamente,<br />

es <strong>de</strong>cir bajo una forma reconocida –y reconocida porque el<strong>la</strong> se impone, como un<br />

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historia” (Sayad, 2008:105). Así, el hecho nacional se convierte en el marco primario y<br />

exclusivo que caracteriza <strong>la</strong> pertenencia <strong>de</strong> todo individuo. No obstante, obtener <strong>la</strong><br />

nacionalidad no significa necesariamente pasar a formar parte <strong>de</strong> “nosotros”, puesto que<br />

por encima <strong><strong>de</strong>l</strong> imperativo legal imperaría el principio <strong>de</strong> pertenencia, absolutamente<br />

necesario para “imaginar <strong>la</strong> nación”. Sin embargo, resulta que es una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s principales<br />

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una acción.<br />

An<strong>de</strong>rson cree que “en efecto, <strong>la</strong> nacionalidad es el valor más universalmente legítimo<br />

en <strong>la</strong> vida política <strong>de</strong> nuestro tiempo” (An<strong>de</strong>rson, 2007: 19). Diversas reflexiones <strong>sobre</strong><br />

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