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Personas que he fallado en ayudar<br />

Sería natural concluir que, tras mi maravillosa liberación de la depresión,<br />

empecé inmediatamente a compartir estas excitantes verdades<br />

con mi congregación. Desafortunadamente eso no fue así, por dos<br />

razones principales.<br />

La primera, muy sencillamente, fue el orgullo. Sentí que era mi responsabilidad<br />

como pastor vivir en un nivel espiritual más elevado que los<br />

miembros de mi congregación. Se suponía que yo era la persona con la<br />

respuesta a sus problemas, a la que vendrían en busca de ayuda. ¿Qué pasaría<br />

si de repente anunciara públicamente que yo había sido liberado de<br />

un demonio? Muchos de mis miembros se hubiesen estremecido con sólo<br />

mencionar la palabra demonio. A lo mejor nunca más me respetarían como<br />

pastor. Tal vez ya no vendrían a escuchar mis sermones, y se me dejaría sin<br />

una congregación.<br />

Decidí que la liberación de un demonio era un asunto "personal". No<br />

era apropiado para un pastor compartir tales cosas con su congregación.<br />

Pero había otra razón más para mis reservas. Me había identificado con<br />

el movimiento pentecostal desde mi conversión y había aceptado sus principales<br />

posturas doctrinales. Una postura que se sostenía muy extensamente<br />

era que una persona que había sido salva, bautizada en el Espíritu Santo y<br />

hablaba en lenguas, posteriormente nunca podría necesitar la liberación de<br />

un demonio. De hecho, se consideraría irreverente incluso sugerirlo.<br />

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