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Mi lucha contra la depresión<br />

Mi mente vuelve a los años posteriores a la Segunda Guerra<br />

Mundial. Yo había servido durante cuatro años y medio en el<br />

Ejército Británico en el Medio Oriente. Luego, cuando me licencié,<br />

me casé con Lydia Christensen, una danesa, profesora de escuela, quien<br />

era la directora de un pequeño hogar para niñas enJerusalén. A través de<br />

mi matrimonio con Lydia, me hice padre de una familia ya establecida de<br />

ocho niñas, de las cuales seis eran judías, una árabe palestina, y la más<br />

joven, inglesa.<br />

Juntos, como familia, fuimos testigos del renacimiento del Estado de<br />

Israel en 1948, y luego nos mudamos a Londres. Encontramos una ciudad<br />

que todavía luchaba exhaustivamente para reconstruir su vida del impacto<br />

terrible de la guerra. Noche tras noche los cazabombarderos nazi habían<br />

derramado el terror y la destrucción sobre una población que no tenía ninguna<br />

posibilidad de tomar represalias. Mucho tiempo después de haber<br />

terminado de caer las bombas, las crudas cicatrices eran todavía visibles<br />

por toda la ciudad.<br />

Muchas de las calles me recordaban a una persona intentando sonreír<br />

con dos o tres dientes faltando. En medio de las hileras de casas que se<br />

mantenían de pie, vacías, terrenos llenos de hierbas dañinas servían como<br />

un memorial sin palabras a familias enteras que habían perecido con sus<br />

casas. Más feos aun eran los esqueletos vacíos de casas que se mantenían<br />

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