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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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Jesús percibió en las palabras de la mujer un espíritu semejante a aqu<strong>el</strong> con que <strong>el</strong> erudito<br />

Nicodemo recibió sus enseñanzas: tanto <strong>el</strong> uno como <strong>el</strong> otro habían pasado por alto la lección<br />

espiritual que deseaba comunicar. Le explicó que <strong>el</strong> agua d<strong>el</strong> pozo representaba un beneficio<br />

provisional y <strong>el</strong> que bebiera de él volvería a tener sed. Entonces añadió: "Mas <strong>el</strong> que bebiere d<strong>el</strong> agua<br />

que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que <strong>el</strong> agua que yo le daré será en él una fuente de agua que<br />

salte para vida eterna." El interés de la mujer se intensificó vivamente, bien por curiosidad, bien como<br />

emoción de honda inquietud, y a su vez, <strong>el</strong>la se tornó en solicitante. Dirigiéndose a él con un título de<br />

respeto, dijo: "Señor, dame esta agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla." No podía ver<br />

otra cosa aparte de la ventaja material consiguiente a un agua que calmaría la sed para siempre. El<br />

resultado de la bebida en que estaba pensando sería r<strong>el</strong>evarla de una necesidad corporal y ahorrarle <strong>el</strong><br />

trabajo de ir a sacar agua d<strong>el</strong> pozo.<br />

Jesús cambió abruptamente <strong>el</strong> tema de la conversación indicándole que fuera y llamara a su<br />

esposo, y luego volviera. Cuando le contestó que no tenía marido, Jesús le rev<strong>el</strong>ó su facultad<br />

sobrehumana para discernir, diciéndole que había hablado con verdad, en vista de que había tenido<br />

cinco maridos, mientras aqu<strong>el</strong> con quien entonces vivía no era su esposo. Seguramente ningún ser<br />

ordinario podía haberle declarado en tal forma la desagradable historia de su vida.<br />

Impulsivamente le confesó su convicción, diciendo: "Señor, me parece que tú eres profeta."<br />

Buscando la manera de cambiar de tema, y señalando hacia <strong>el</strong> monte Gerizim, sobre <strong>el</strong> cual había<br />

erigido un templo samaritano <strong>el</strong> sacrilego sacerdote Manases, declaró, sin ninguna r<strong>el</strong>ación con lo que<br />

se había dicho antes: "Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es <strong>el</strong><br />

lugar donde se debe adorar." Jesús le respondió con un significado más profundo aún, informándole<br />

que estaba próxima la hora cuando ni aqu<strong>el</strong> monte ni Jerusalén serían <strong>el</strong> sitio de preferencia para<br />

adorar, y claramente reprendió su presunción de que la creencia tradicional de los samaritanos era tan<br />

aceptable como la de judíos, porque le dijo: "Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo<br />

que sabemos; porque la salvación viene de los judíos." A pesar de los cambios y corrupciones que se<br />

habían introducido en la r<strong>el</strong>igión judía, era mejor que la de su pueblo; porque los judíos aceptaban a<br />

los profetas, y <strong>el</strong> Mesías había venido por <strong>el</strong> linaje de Judá. Pero, como se lo explicó Jesús, <strong>el</strong> sitio<br />

donde se adora es de menor importancia que <strong>el</strong> espíritu d<strong>el</strong> adorador. "Dios es Espíritu; y los que le<br />

adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren."<br />

Incapacitada o indispuesta para entender <strong>el</strong> significado de <strong>Cristo</strong>, la mujer quiso terminar la<br />

entrevista con una afirmación que para <strong>el</strong>la probablemente no tenía importancia alguna: "Sé que ha de<br />

venir <strong>el</strong> Mesías llamado <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>; cuando él venga nos declarará todas las cosas." Profundo fue <strong>el</strong><br />

asombro que sintió cuando Jesús le contestó con una afirmación que le inspiró temor: "Yo soy, <strong>el</strong> que<br />

habla contigo." Las palabras fueron inequívocas, la aseveración tal, que no requería aclaración. La<br />

mujer debía considerarlo de allí en ad<strong>el</strong>ante como un impostor o como <strong>el</strong> Mesías. Dejó su cántaro en<br />

<strong>el</strong> pozo, y yendo con toda prisa al pueblo, contó lo que le había sucedido diciendo: "Venid, ved a un<br />

hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>?"<br />

Cuando estaba para terminar la conversación entre Jesús y la mujer, los discípulos volvieron con<br />

las provisiones que habían ido a comprar. Se maravillaron de encontrarlo hablando con una mujer, y<br />

samaritana por cierto; sin embargo, ninguno de <strong>el</strong>los le pidió una explicación. Su porte debe haberlos<br />

impresionado con la seriedad y solemnidad de la ocasión. Cuando lo invitaron a comer, les dijo: "Yo<br />

tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis." Para los discípulos estas palabras no tenían<br />

ningún significado aparte d<strong>el</strong> sentido literal, y se preguntaron <strong>el</strong> uno al otro si quizás alguien le habría<br />

traído de comer durante su ausencia; mas El aclaró <strong>el</strong> asunto, agregando: "Mi comida es que haga la<br />

voluntad d<strong>el</strong> que me envió, y que acabe su obra."<br />

Apareció un grupo de samaritanos que venía de la ciudad. Fijando la vista en <strong>el</strong>los y en los<br />

sembrados que había alrededor, Jesús continuó: "¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para<br />

que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos<br />

para la siega." El mensaje de sus palabras parece ser que aun cuando faltaban algunos meses para que<br />

<strong>el</strong> trigo y la cebada estuviesen listos para la hoz, la cosecha de almas, representada por la multitud que<br />

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