Jesus el Cristo - Cumorah.org
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CAPITULO 13 HONRADO POR EXTRANJEROS, RECHAZADO POR LOS SUYOS. JESÚS Y LA SOMARITANA. E L camino más directo, para ir de Judea a Galilea, pasaba por Samaria; pero muchos judíos, particularmente los galileos, preferían tomar una ruta indirecta, aunque más larga, más bien que atravesar el país de un pueblo tan aborrecido para ellos como lo eran los samaritanos. Hacía siglos que el rencor entre judíos y samaritanos se había estado desarrollando, y en la época del ministerio terrenal de nuestro Señor se había convertido en un odio sumamente intenso. 3 Los habitantes de Samaría eran una raza mixta en quienes cursaba la sangre de Israel con la de los asirios y otras naciones; y una de las causas de la animosidad que existía entre ellos y sus vecinos, tanto hacia el norte como el sur, era que los samaritanos pretendían ser reconocidos como israelitas. Se jactaban de que Jacob era su padre, mas los judíos lo negaban. Tenían una versión del Pentateuco que reverenciaban como ley, pero rechazaban todos los escritores proféticos de lo que hoy es el Antiguo Testamento, porque consideraban que en ese tomo no se les trataba con suficiente respeto. Para el judío ortodoxo de aquellos tiempos, un samaritano era más impuro o inmundo que un gentil o cualquiera otra nacionalidad. Es interesante notar las restricciones extremas y aun absurdas que entonces se hallaban en vigor, a fin de reglamentar las relaciones inevitables entre los dos pueblos. El testimonio de un samaritano era inaceptable ante un tribunal judío. Hubo un tiempo en que, de acuerdo con la autoridad rabínica, el judío que comiera alimentos preparados por un samaritano cometía una ofensa tan grave como comer carne de cerdo. Aunque se admitía que el producto de la tierra que crecía en Samaria no era inmundo, en vista de que brotaba directamente del suelo, podía tornarse impuro si era tocado por manos samaritanas. De manera que era permitido comprar uvas y granos de los samaritanos, pero no el vino o harina fabricados de estos artículos por obreros samaritanos. En una ocasión se dirigió a Cristo el epíteto "samaritano" con el palpable objeto de insultarlo. "¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?" El concepto samaritano concerniente a la misión del Mesías esperado se hallaba mejor fundado que el de los judíos, pues hacían más hincapié en el reino espiritual que el Mesías habría de restablecer, y había menos exclusivismo en su juicio hacia aquellos a quienes debían extenderse las bendiciones mesiánicas. En su viaje hacia Galilea, jesús siguió la ruta más directa que atravesaba Samaria, e indudablemente su elección fue orientada por algún propósito, pues leemos que "era menester" que pasara por allí. 0 El camino conducía o se aproximaba al pueblo llamado Sicar, 4 "junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José". Allí se encontraba la fuente o pozo de Jacob, altamente estimado no sólo por su valor intrínseco como fuente inagotable de agua, sino también por la relación que guardaba con la vida del gran patriarca. Jesús, cansado del camino y fatigado, se detuvo en el pozo para descansar mientras sus discípulos fueron a la ciudad a comprar alimentos. Salió una mujer a llenar su cántaro, y Jesús le dijo: "Dame de beber." Según las reglas de la hospitalidad oriental que entonces prevalecían, cuando se pedía agua, era una solicitud que, de ser posible concederla, jamás debía negarse; sin embargo, la mujer vaciló, pues le causó sorpresa que un judío le pidiera un favor a un samaritano, por grande que fuera la necesidad. Expresó su sorpresa con la pregunta: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí." Aparentemente olvidando su sed en su deseo de enseñar, Jesús le contestó, diciendo: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva." La mujer le recordó que no tenía balde ni cuerda con qué sacar el agua del pozo tan profundo y, deseando saber mejor a qué se estaba refiriendo, preguntó: "¿Eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?" 98
Jesús percibió en las palabras de la mujer un espíritu semejante a aquel con que el erudito Nicodemo recibió sus enseñanzas: tanto el uno como el otro habían pasado por alto la lección espiritual que deseaba comunicar. Le explicó que el agua del pozo representaba un beneficio provisional y el que bebiera de él volvería a tener sed. Entonces añadió: "Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna." El interés de la mujer se intensificó vivamente, bien por curiosidad, bien como emoción de honda inquietud, y a su vez, ella se tornó en solicitante. Dirigiéndose a él con un título de respeto, dijo: "Señor, dame esta agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla." No podía ver otra cosa aparte de la ventaja material consiguiente a un agua que calmaría la sed para siempre. El resultado de la bebida en que estaba pensando sería relevarla de una necesidad corporal y ahorrarle el trabajo de ir a sacar agua del pozo. Jesús cambió abruptamente el tema de la conversación indicándole que fuera y llamara a su esposo, y luego volviera. Cuando le contestó que no tenía marido, Jesús le reveló su facultad sobrehumana para discernir, diciéndole que había hablado con verdad, en vista de que había tenido cinco maridos, mientras aquel con quien entonces vivía no era su esposo. Seguramente ningún ser ordinario podía haberle declarado en tal forma la desagradable historia de su vida. Impulsivamente le confesó su convicción, diciendo: "Señor, me parece que tú eres profeta." Buscando la manera de cambiar de tema, y señalando hacia el monte Gerizim, sobre el cual había erigido un templo samaritano el sacrilego sacerdote Manases, declaró, sin ninguna relación con lo que se había dicho antes: "Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar." Jesús le respondió con un significado más profundo aún, informándole que estaba próxima la hora cuando ni aquel monte ni Jerusalén serían el sitio de preferencia para adorar, y claramente reprendió su presunción de que la creencia tradicional de los samaritanos era tan aceptable como la de judíos, porque le dijo: "Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos." A pesar de los cambios y corrupciones que se habían introducido en la religión judía, era mejor que la de su pueblo; porque los judíos aceptaban a los profetas, y el Mesías había venido por el linaje de Judá. Pero, como se lo explicó Jesús, el sitio donde se adora es de menor importancia que el espíritu del adorador. "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren." Incapacitada o indispuesta para entender el significado de Cristo, la mujer quiso terminar la entrevista con una afirmación que para ella probablemente no tenía importancia alguna: "Sé que ha de venir el Mesías llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas." Profundo fue el asombro que sintió cuando Jesús le contestó con una afirmación que le inspiró temor: "Yo soy, el que habla contigo." Las palabras fueron inequívocas, la aseveración tal, que no requería aclaración. La mujer debía considerarlo de allí en adelante como un impostor o como el Mesías. Dejó su cántaro en el pozo, y yendo con toda prisa al pueblo, contó lo que le había sucedido diciendo: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?" Cuando estaba para terminar la conversación entre Jesús y la mujer, los discípulos volvieron con las provisiones que habían ido a comprar. Se maravillaron de encontrarlo hablando con una mujer, y samaritana por cierto; sin embargo, ninguno de ellos le pidió una explicación. Su porte debe haberlos impresionado con la seriedad y solemnidad de la ocasión. Cuando lo invitaron a comer, les dijo: "Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis." Para los discípulos estas palabras no tenían ningún significado aparte del sentido literal, y se preguntaron el uno al otro si quizás alguien le habría traído de comer durante su ausencia; mas El aclaró el asunto, agregando: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra." Apareció un grupo de samaritanos que venía de la ciudad. Fijando la vista en ellos y en los sembrados que había alrededor, Jesús continuó: "¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega." El mensaje de sus palabras parece ser que aun cuando faltaban algunos meses para que el trigo y la cebada estuviesen listos para la hoz, la cosecha de almas, representada por la multitud que 99
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CAPITULO 13<br />
HONRADO POR EXTRANJEROS, RECHAZADO POR LOS SUYOS.<br />
JESÚS Y LA SOMARITANA.<br />
E L camino más directo, para ir de Judea a Galilea, pasaba por Samaria; pero muchos judíos,<br />
particularmente los galileos, preferían tomar una ruta indirecta, aunque más larga, más bien que<br />
atravesar <strong>el</strong> país de un pueblo tan aborrecido para <strong>el</strong>los como lo eran los samaritanos. Hacía siglos que<br />
<strong>el</strong> rencor entre judíos y samaritanos se había estado desarrollando, y en la época d<strong>el</strong> ministerio terrenal<br />
de nuestro Señor se había convertido en un odio sumamente intenso. 3 Los habitantes de Samaría eran<br />
una raza mixta en quienes cursaba la sangre de Isra<strong>el</strong> con la de los asirios y otras naciones; y una de<br />
las causas de la animosidad que existía entre <strong>el</strong>los y sus vecinos, tanto hacia <strong>el</strong> norte como <strong>el</strong> sur, era<br />
que los samaritanos pretendían ser reconocidos como isra<strong>el</strong>itas. Se jactaban de que Jacob era su padre,<br />
mas los judíos lo negaban. Tenían una versión d<strong>el</strong> Pentateuco que reverenciaban como ley, pero<br />
rechazaban todos los escritores proféticos de lo que hoy es <strong>el</strong> Antiguo Testamento, porque<br />
consideraban que en ese tomo no se les trataba con suficiente respeto.<br />
Para <strong>el</strong> judío ortodoxo de aqu<strong>el</strong>los tiempos, un samaritano era más impuro o inmundo que un<br />
gentil o cualquiera otra nacionalidad. Es interesante notar las restricciones extremas y aun absurdas<br />
que entonces se hallaban en vigor, a fin de reglamentar las r<strong>el</strong>aciones inevitables entre los dos pueblos.<br />
El testimonio de un samaritano era inaceptable ante un tribunal judío. Hubo un tiempo en que, de<br />
acuerdo con la autoridad rabínica, <strong>el</strong> judío que comiera alimentos preparados por un samaritano<br />
cometía una ofensa tan grave como comer carne de cerdo. Aunque se admitía que <strong>el</strong> producto de la<br />
tierra que crecía en Samaria no era inmundo, en vista de que brotaba directamente d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, podía<br />
tornarse impuro si era tocado por manos samaritanas. De manera que era permitido comprar uvas y<br />
granos de los samaritanos, pero no <strong>el</strong> vino o harina fabricados de estos artículos por obreros<br />
samaritanos. En una ocasión se dirigió a <strong>Cristo</strong> <strong>el</strong> epíteto "samaritano" con <strong>el</strong> palpable objeto de<br />
insultarlo. "¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?" El concepto<br />
samaritano concerniente a la misión d<strong>el</strong> Mesías esperado se hallaba mejor fundado que <strong>el</strong> de los<br />
judíos, pues hacían más hincapié en <strong>el</strong> reino espiritual que <strong>el</strong> Mesías habría de restablecer, y había<br />
menos exclusivismo en su juicio hacia aqu<strong>el</strong>los a quienes debían extenderse las bendiciones<br />
mesiánicas.<br />
En su viaje hacia Galilea, jesús siguió la ruta más directa que atravesaba Samaria, e<br />
indudablemente su <strong>el</strong>ección fue orientada por algún propósito, pues leemos que "era menester" que<br />
pasara por allí. 0 El camino conducía o se aproximaba al pueblo llamado Sicar, 4 "junto a la heredad que<br />
Jacob dio a su hijo José". Allí se encontraba la fuente o pozo de Jacob, altamente estimado no sólo por<br />
su valor intrínseco como fuente inagotable de agua, sino también por la r<strong>el</strong>ación que guardaba con la<br />
vida d<strong>el</strong> gran patriarca. Jesús, cansado d<strong>el</strong> camino y fatigado, se detuvo en <strong>el</strong> pozo para descansar<br />
mientras sus discípulos fueron a la ciudad a comprar alimentos. Salió una mujer a llenar su cántaro, y<br />
Jesús le dijo: "Dame de beber." Según las reglas de la hospitalidad oriental que entonces prevalecían,<br />
cuando se pedía agua, era una solicitud que, de ser posible concederla, jamás debía negarse; sin<br />
embargo, la mujer vaciló, pues le causó sorpresa que un judío le pidiera un favor a un samaritano, por<br />
grande que fuera la necesidad. Expresó su sorpresa con la pregunta:<br />
"¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y<br />
samaritanos no se tratan entre sí." Aparentemente olvidando su sed en su deseo de enseñar, Jesús le<br />
contestó, diciendo: "Si conocieras <strong>el</strong> don de Dios, y quién es <strong>el</strong> que te dice: Dame de beber; tú le pedirías,<br />
y él te daría agua viva." La mujer le recordó que no tenía balde ni cuerda con qué sacar <strong>el</strong> agua<br />
d<strong>el</strong> pozo tan profundo y, deseando saber mejor a qué se estaba refiriendo, preguntó: "¿Eres tú mayor<br />
que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, d<strong>el</strong> cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?"<br />
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