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individuo de prestar servicio en <strong>el</strong> trabajo d<strong>el</strong> santuario. En lugar de los primogénitos de todas las<br />
tribus, <strong>el</strong> Señor designó a los levitas para este ministerio especial; sin embargo, continuó<br />
reclamando a los primogénitos como particularmente suyos y demandó <strong>el</strong> pago de un rescate como<br />
señal de su r<strong>el</strong>evo de los deberes de servicio exclusivo. Véase Éxodo 13:2, 13-15; Núm. 3:13, 40-51;<br />
8:15-18; 18:15, 16; página 101 de esta obra.<br />
6. El servilismo de los judíos en presencia de Jesús.—En lo que se ha escrito sobre <strong>el</strong> acto de<br />
Jesús, de echar de los patios d<strong>el</strong> templo a aqu<strong>el</strong>los que habían convertido la Casa d<strong>el</strong> Señor en<br />
mercado, nada hay para apoyar la suposición de que ejercitó una fuerza sobrehumana o algo más que<br />
su vigor viril. Se valió de un azote que El mismo había improvisado, y echó a todos d<strong>el</strong>ante de El.<br />
Huyeron en confusión. Nada se dice de que hubo quien alzara la voz para resistir, sino hasta que se<br />
completó la expulsión. ¿Por qué no resistieron algunos de entre la multitud? La sumisión parece haber<br />
sido rastrera y servil en extremo. Farrar, en su Life of Christ, páginas 151 y 152, propone esta<br />
interrogación y la contesta con exc<strong>el</strong>ente razonamiento y <strong>el</strong>ocuencia: "¿Por qué no se opuso esta<br />
multitud de peregrinos ignorantes? ¿Por qué se conformaron estos avaros regateros con fruncir <strong>el</strong> ceño<br />
y regañar entre dientes, mientras permitían que sus bueyes y sus ovejas fuesen echados a las calles, y<br />
<strong>el</strong>los mismos expulsados, y su dinero echado a rodar en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, por uno que en esa época era joven y<br />
desconocido, y llevaba puesta la ropa de un despreciable galileo? ¿Por qué—podríamos preguntar<br />
también—permitió Saúl que Samu<strong>el</strong> lo humillara en presencia de su ejército? ¿Por qué obedeció<br />
cobardemente David las órdenes de Joab? ¿Por qué no se atrevió Acab a echar mano de Elias <strong>el</strong><br />
profeta en la viña de Nabot? Porque <strong>el</strong> pecado es debilidad; porque no hay nada en <strong>el</strong> mundo más<br />
pusilánime que una conciencia culpable; nada tan invencible como la ola desencadenada de una<br />
indignación pía contra todo lo que es vil e inicuo. ¿Cómo podían aqu<strong>el</strong>los míseros compradores y<br />
vendedores sacrilegos, conscientes de sus malos hechos, oponerse a tan severa reprensión o resistir las<br />
cent<strong>el</strong>las de aqu<strong>el</strong>los ojos que ardían con una santidad profanada? Cuando Finees, llevado de<br />
justificado c<strong>el</strong>o por Jehová de los Ejércitos, alanceó los cuerpos de uno de los príncipes de Simeón y la<br />
mujer madianita, ¿por qué no vengó Isra<strong>el</strong> culpable tan descarado asesinato? ¿Por qué no se levantó<br />
cada uno de los varones de Simeón contra <strong>el</strong> atrevido asesino? Porque <strong>el</strong> Vicio no puede resistir por un<br />
momento <strong>el</strong> brazo justiciero de la Virtud. Hasta en su estado ruin y rastrero, estos avarientos judíos<br />
sentían, en todo lo que de su alma aún no había sido roído por la infid<strong>el</strong>idad y la sed d<strong>el</strong> oro, que <strong>el</strong><br />
Hijo d<strong>el</strong> Hombre tenía razón.<br />
"No sólo esto, sino que ni aun los sacerdotes y fariseos, los escribas y levitas, devorados por <strong>el</strong><br />
<strong>org</strong>ullo y <strong>el</strong> formalismo, podían condenar un acto que pudo haber sido efectuado por un Nehemías o<br />
un Judas Macabeo, y que concordaba con todo lo que era puro y bueno en sus tradiciones. Mas cuando<br />
supieron de este hecho, o lo presenciaron, y tuvieron tiempo para recobrarse de la desalentadora<br />
combinación de admiración, disgusto y asombro que en <strong>el</strong>los provocó, vinieron a Jesús; y aunque no<br />
se atrevieron a condenar lo que había hecho, sin embargo, medio indignados demandaron de El una<br />
señal de su derecho para obrar en esa forma.<br />
7. El respeto de los judíos hacia <strong>el</strong> templo.—Los judíos profesaban un gran respeto hacia <strong>el</strong><br />
templo. "Una de las declaraciones d<strong>el</strong> Salvador, interpretada como blasfemia contra <strong>el</strong> templo por<br />
los de pensamientos tenebrosos, fue una de las acusaciones principales que se emplearon contra El<br />
para exigir su muerte. Cuando los judíos demandaron una señal de su autoridad, les predijo su propia<br />
muerte y subsiguiente resurrección, diciendo: 'Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.' (Juan<br />
2:19-22; véase también Mateo 26:61; 27:40; Marc 14:58; 15:29) Ciegamente tomaron esta palabra<br />
como una alusión irrespetuosa al edificio levantado por manos humanas, y no se permitieron olvidar ni<br />
perdonar. En vista de las acusaciones hechas a Esteban y más tarde a Pablo, es evidente que esta<br />
veneración continuó después de la crucifixión de nuestro Señor. En su arrebato de ira <strong>el</strong> pueblo acusó<br />
a Esteban de falta de respeto hacia <strong>el</strong> templo y presentaron testigos sobornados que testificaron<br />
falsamente contra él, diciendo: 'Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar<br />
santo'. (Hecb 6:13) Y Esteban fue contado con los mártires. Cuando corrió la voz de que Pablo había<br />
introducido a un gentil en los recintos d<strong>el</strong> templo, toda la ciudad se alborotó y la turba enfurecida lo<br />
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