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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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tratara de los calles más transitadas de Londres. El patio exterior, en <strong>el</strong> cual podían entrar otros aparte<br />

de los judíos, y por tanto, era conocido como <strong>el</strong> Patio de los Gentiles, estaba lleno, en parte, de<br />

establos para las ovejas, cabras y ganado que se vendían para la fiesta y los holocaustos. Los<br />

vendedores vociferaban los méritos de sus animales, las ovejas balaban y los bueyes mugían. Era, de<br />

hecho, la gran feria anual de Jerusalén, y las multitudes contribuían a tal grado al tumulto y alboroto,<br />

que los servicios en los patios contiguos eran lamentablemente perturbados. Los vendedores de<br />

palomas—para las mujeres pobres que venían de todas partes d<strong>el</strong> país para la ceremonia de la<br />

purificación, así como para otras—tenían su lugar aparte. Por cierto, la venta de palomas se hallaba<br />

principal, aunque secretamente, en manos de los propios sacerdotes; y particularmente <strong>el</strong> sumo<br />

sacerdote Anas percibía notables ganancias de sus palomares sobre <strong>el</strong> monte de los Olivos. El alquiler<br />

de los establos para las ovejas y ganado, así como las utilidades de las palomas, habían causado que<br />

los sacerdotes aprobaran la incongruencia de permitir que <strong>el</strong> Templo mismo fuera convertido de esta<br />

manera en estrepitoso mercado. Y esto no era todo. Los alfareros aburrían a los peregrinos con sus<br />

platos y cocedores de barro para <strong>el</strong> cordero pascual; cientos de comerciantes pregonaban sus artículos<br />

en alta voz; los puestos de vino, aceite, sal y otras cosas necesarias para los sacrificios, invitaban a los<br />

clientes; y además de esto, las personas que iban de un lado de la ciudad para <strong>el</strong> otro con toda clase de<br />

cargas, acortaban la distancia cruzando los terrenos d<strong>el</strong> Templo. El pago d<strong>el</strong> impuesto, exigido a todos<br />

para los gastos de manutención, aumentaba <strong>el</strong> desorden. De ambos lados de la puerta oriental se<br />

habían permitido, por muchas generaciones, banquillos para <strong>el</strong> cambio de moneda extranjera. Desde <strong>el</strong><br />

quince d<strong>el</strong> mes anterior se permitía que los cambiadores de dinero instalaran sus mesas en la ciudad, y<br />

desde <strong>el</strong> veintiuno, o sea veinte días antes de la Pascua, podían negociar en <strong>el</strong> propio Templo. Los<br />

compradores de los artículos para las ofrendas pagaban la cantidad a un oficial d<strong>el</strong> Templo en puestos<br />

especiales, y recibían una contraseña de plomo, a cambio de la cual <strong>el</strong> vendedor les entregaba lo que<br />

habían comprado. Además, se cambiaban fuertes sumas que se depositaban como ofrendas en una de<br />

las trece arcas que constituían <strong>el</strong> erario d<strong>el</strong> Templo. Todo judío, pese a lo pobre que fuera, también<br />

estaba obligado a pagar medio siclo por concepto d<strong>el</strong> rescate de su persona o alma, y para <strong>el</strong><br />

sostenimiento d<strong>el</strong> Templo. En vista de que este dinero no se aceptaba sino en moneda local llamada <strong>el</strong><br />

Siclo d<strong>el</strong> Templo, que no era de uso corriente, los extranjeros tenían que canjear su dinero romano,<br />

griego u oriental en los puestos de los cambiadores de dinero con objeto de obtener la moneda exigida.<br />

Esta permuta facilitaba la tan común comisión d<strong>el</strong> fraude. Se cobraba <strong>el</strong> cinco por ciento por hacer <strong>el</strong><br />

cambio, pero con engaños y ardides <strong>el</strong> cambista le añadía un sin fin de aumentos, y por tal motivo<br />

estos hombres gozaban de tan mala reputación en todas partes que, igual que los publícanos, no se<br />

aceptaba su testimonio en un tribunal."<br />

En lo concerniente al asunto de la profanación de los patios d<strong>el</strong> Templo por los comerciantes que<br />

traficaban con licencias sacerdotales, Farrar (Life of Christ, pág. 152) nos dice lo siguiente: "|Y éste<br />

era <strong>el</strong> patio por <strong>el</strong> cual se entraba en <strong>el</strong> Templo d<strong>el</strong> Altísimo! j El patio, testigo de que aqu<strong>el</strong>la casa<br />

debía ser una Casa de Oración para todas las naciones, había sido degradado a tal extremo, que en<br />

cuanto a asquerosidad, parecía mas bien un matadero, y en cuanto a comercio activo, era más bien<br />

como un bazar apretado de gente; mientras que <strong>el</strong> mugido de los bueyes, <strong>el</strong> balado de las ovejas, la<br />

confusión de muchas lenguas, los pregones y regateos, <strong>el</strong> ruido de las monedas y balanzas (tal vez no<br />

siempre exactas), podían oírse en los patios contiguos perturbando <strong>el</strong> canto de los levitas y las<br />

oraciones de los sacerdotes!"<br />

5. La moneda d<strong>el</strong> rescate.—Durante <strong>el</strong> éxodo, <strong>el</strong> Señor exigió <strong>el</strong> pago de una expiación,<br />

equivalente a medio sicio, de todo varón de Isra<strong>el</strong> que, al ser tomado <strong>el</strong> número d<strong>el</strong> pueblo, fuera<br />

mayor de veinte años. (Éxodo 30:12-16) Véanse las páginas 405 y 418 de esta obra. En cuanto al<br />

objeto d<strong>el</strong> dinero, <strong>el</strong> Señor dio estas instrucciones a Moisés: "Y tomarás de los hijos de Isra<strong>el</strong> <strong>el</strong><br />

dinero de las expiaciones, y lo darás para <strong>el</strong> servicio d<strong>el</strong> tabernáculo de reunión; y será por memorial<br />

a los hijos de Isra<strong>el</strong> d<strong>el</strong>ante de Jehová, para hacer expiación por vuestras personas." (Éxodo 30:16;<br />

véase también 38:25-31) Con <strong>el</strong> tiempo, <strong>el</strong> impuesto de medio siclo llegó a cobrarse anualmente,<br />

aunque para este requisito no hallamos autoridad en las Escrituras. No debe con fundirse este tributo<br />

con <strong>el</strong> dinero d<strong>el</strong> rescate, que era de cinco sidos por cada varón primogénito, cuyo pago eximía al<br />

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