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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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de Galilea, así como <strong>el</strong> lago mismo, sirvieron de fondo a muchos de los acontecimientos más notables<br />

narrados en los Evang<strong>el</strong>ios."<br />

2. Los cuatro Evang<strong>el</strong>ios.—Todos los que estudian cuidadosamente <strong>el</strong> Nuevo Testamento<br />

indudablemente habrán notado que los libros de Mateo, Marcos y Lucas refieren los acontecimientos<br />

de las palabras y hechos d<strong>el</strong> Salvador en Galilea con mayor amplitud que su obra en Judea; <strong>el</strong> libro o<br />

Evang<strong>el</strong>io de Juan, por otra parte, narra más particu larmente los hechos d<strong>el</strong> ministerio de nuestro<br />

Señor en Judea, pero sin omitir sucesos importantes que se verificaron en Galilea. En cuanto a su<br />

estilo de escribir y manera de tratar las cosas, los autores de los primeros tres Evang<strong>el</strong>ios (que con<br />

Juan son llamados colectivamente evang<strong>el</strong>istas en la literatura teológica) difieren más notablemente<br />

d<strong>el</strong> autor d<strong>el</strong> cuarto Evang<strong>el</strong>io que entre sí mismos. Los hechos narrados por los primeros tres se<br />

pueden clasificar, cotejar o disponer con mayor facilidad, y como consecuencia, los Evang<strong>el</strong>ios<br />

escritos por Mateo, Marcos y Lucas hoy son comúnmente conocidos como los Evang<strong>el</strong>ios Sinópticos.<br />

3. Treinta años de edad.—Según S. Lucas (3:32) Jesús tenía aproximadamente treinta años de<br />

edad cuando fue bautizdo, y hallamos que poco después inició públicamente la obra de su ministerio.<br />

La ley disponía que al llegar a la edad de treinta años los levitas asumieran la obligación de emprender<br />

su servicio especial. (Núm. 4:3) En su Bihle Com-mentary, Clark comenta así <strong>el</strong> pasaje de Lucas 3:23:<br />

"Era la edad, exigida por ley, que los sacerdotes debían tener antes de poder ser instalados en su<br />

puesto." Posiblemente Jesús respetó lo que había llegado a ser una costumbre de la época, esperando<br />

hasta cumplir la edad indicada antes de iniciar públicamente su labor de Maestro entre <strong>el</strong> pueblo.<br />

Como no era de descendencia levítica, no estaba calificado para recibir la ordenación sacerdotal d<strong>el</strong><br />

Orden Aarónico, y, desde luego, no esperó que se le confiriera para dar principio a su ministerio. Si<br />

hubiera enseñado en público a una edad menor habría provocado la crítica y la objeción; y esto<br />

pudiera haber resultado en una seria desventaja o estorbo desde <strong>el</strong> principio.<br />

4. Las multitudes y confusión en la fiesta de la Pascua.—Aun cuando se admite como<br />

imposibilidad que siquiera una porción razonablemente grande d<strong>el</strong> pueblo judío pudiera estar presente<br />

en las festividades anuales de la Pascua en Jerusalén, indudablmente era enorme la asistencia<br />

acostumbrada a la c<strong>el</strong>ebración d<strong>el</strong> templo en los días de Jesús, y como consecuencia, se disponía lo<br />

necesario para la observancia local de la fiesta. Josefo dice que <strong>el</strong> gentío que se reunía con motivo de<br />

la Pascua era "una multitud innumerable" (Wars of the lews, ii, 1:3), y en otro lugar (Ibid., vi, 9:3)<br />

declara que <strong>el</strong> número de los asistentes llegaba a la enorme cifra de tres millones de almas; así está<br />

escrito, aunque muchos escritores modernos consideran lo afirmado como una exageración. Josefo<br />

dice que a fin de informar al emperador Nerón sobre la fuerza numérica d<strong>el</strong> pueblo judío,<br />

particularmente en la Palestina, Cestio mandó que los príncipes de los sacerdotes contaran <strong>el</strong> número<br />

de corderos muertos en la fiesta. Se dice que <strong>el</strong> número ascendió a 256.500 anímales; así que,<br />

calculando entre 10 y 11 personas en cada mesa pascual, indicaría la presencia, dice él, de por lo<br />

menos 2.700.200 almas, sin contar los visitantes no judíos, ni los de Isra<strong>el</strong>, a quienes estaba prohibido<br />

participar de la cena pascual por motivo de impurezas ceremoniales.<br />

Geikie en su obra, Life and Words of Christ, capítulo 30, bosqueja admirablemente las escenas de<br />

confusión, consecuencias inevitables de las condiciones que entonces prevalecían, y cita muchas<br />

autoridades de épocas anteriores para apoyar sus afirmaciones: "Obstruían las calles las multitudes<br />

procedentes de todas partes, que para poder llegar al Templo tenían que pasar junto a rebaños de<br />

ovejas y hatos de ganado, apiñándose en <strong>el</strong> centro deprimido de cada calle reservada para <strong>el</strong>los, para<br />

no rozarse con los animales y profanarse. Los vendedores de toda especie concebible de mercancía<br />

agobiaban a los peregrinos, porque las grandes fiestas, como ya se ha dicho, eran <strong>el</strong> tiempo de la<br />

cosecha para todos los comerciantes de Jerusalén, así como en la Meca, la época d<strong>el</strong> gran concurso<br />

de adoradores que van a la tumba d<strong>el</strong> Profeta es, hasta <strong>el</strong> día de hoy, la ocasión de mayor<br />

comercio entre los mercaderes peregrinos que integran las caravanas de todas partes d<strong>el</strong> mundo<br />

mahometano.<br />

"Dentro d<strong>el</strong> sitio d<strong>el</strong> Templo, eran peor <strong>el</strong> ruido y la aglomeración, de ser posible tal cosa. Se<br />

colocaban rótulos con instrucciones para que la gente conservara su derecha o izquierda, como si se<br />

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