Jesus el Cristo - Cumorah.org

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03.05.2015 Views

sus facultades inherentes para su satisfacción personal, y a que dependiera de sí mismo más bien que confiar en la providencia del Padre, Satanás fue de un extremo a otro y tentó al Señor a que deliberadamente se entregara a la protección del Padre. Jesús se hallaba en lo alto del templo, en uno de los pináculos o almenas que dominaban los extensos patios, cuando el diablo le dijo: "Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra." De nuevo se manifiesta el elemento de la duda. 0 Si Jesús de hecho era el Hijo de Dios, ¿no podía confiar en que su Padre lo salvara, y mayormente cuando estaba escrito 4 que los ángeles lo guardarían y sostendrían? En su respuesta al tentador en el desierto, Cristo había incorporado un pasaje de las Escrituras, subrayándolo con la impresionante fórmula que solían usar los maestros de las Sagradas Escrituras, "Escrito está." En su segundo esfuerzo, el diablo buscó apoyo en las Escrituras para su asechanza, y empleó una expresión similar, "porque escrito está". Nuestro Señor refutó y contestó el pasaje citado por el diablo con este otro, diciendo: "Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios." Aparte de la incitación a que pecara, irreflexivamente poniéndose en peligro, a fin de que el amor del Padre se manifestara en un rescate milagroso—o demostrar que dudaba de su categoría de Hijo Amado negándose a poner a prueba en tal forma la intervención del Padre—acuciaba el lado humano de la naturaleza de Cristo, el pensamiento de la fama que indudablemente vendría a El como resultado de echarse abajo desde aquella gran altura de las almenas del templo y descender sin ningún daño. No podemos resistir la opinión, aun cuando no encontramos justificación para decir que tal idea haya cruzado aun momentáneamente por los pensamientos del Salvador, que de haber obrado de acuerdo con la tentación de Satanás—con la condición, por supuesto, de que el resultado fuese tal como él lo indicaba—se habría asegurado la aceptación pública de Jesús como ser superior a todos los mortales. Habría sido verdaderamente una señal y prodigio, la fama de lo cual se habría extendido como fuego en hierba seca; y todos los judíos se habrían encendido de entusiasmo e interés en el Cristo. La patente sofistería de Satanás, manifestada en la cita del pasaje de las Escrituras, no mereció una respuesta categórica; su doctrina era indigna de lógica o argumento; su aplicación errada de la palabra escrita fue impugnada por un pasaje pertinente de las Escrituras. A las palabras del Salmista se contrapuso la orden terminante del profeta del Éxodo, en la que éste mandó a Israel no provocar ni tentar al Señor a que obrara milagros entre entre ellos. Satanás provocó a Jesús a que tentara al Padre. Constituye tan blasfema intervención en las prerrogativas de Dios poner límite o fijar ocasiones o lugares en que ha de manifestar su poder divino, como querer usurpar ese poder. Solamente Dios debe determinar cuándo y en qué forma se han de realizar sus maravillas. El propósito de Satanás se frustró una vez más y Cristo de nuevo fue el vencedor. En la tercera tentación, el diablo se refrenó de seguir incitando a Jesús a que pusiera a prueba su propio poder o el del Padre. Derrotado por completo en dos ocasiones, el tentador abandonó ese plan de ataque y manifestando plenamente sus intenciones, hizo una proposición definitiva. Desde la cumbre de una montaña alta Jesús miró la tierra con todas sus riquezas de las ciudades y del campo, viñas y huertas, hatos y rebaños; y en visión vio los reinos del mundo y contempló la riqueza, el lujo, la gloria terrenal de todo ello. Entonces Satanás le dijo: "Todo esto te daré, si postrado me adorares." Así está escrito en Mateo. La versión más amplia, del evangelio según S. Lucas, es la siguiente: "A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos."' No se hace menester ocuparnos en conjeturar si Satanás hubiera podido cumplir esta promesa, en caso que Cristo lo hubiese reverenciado; ciertos estamos de que Cristo pudo haber extendido la mano y recogido para sí las riquezas y glorias del mundo, si El hubiera querido, malogrando con ello su misión mesiánica. Satanás bien lo sabía. Muchos hombres se han vendido al diablo por un reino y por mucho menos, sí, aun por unos míseros centavos. La insolencia de su proposición era en sí diabólica. Cristo, el Creador de los cielos y de la tierra, encarnado como se hallaba entonces, tal vez no se acordaba de su estado preexistente ni de la parte que había desempeñado en el gran concilio de los Dioses; s mientras que Satanás, en su estado de 76

espíritu incorpóreo—el desheredado, rebelde y rechazado hijo que ahora quería tentar al Ser por medio de quien fue creado el mundo, prometiéndole parte de lo que era completamente suyo—probablemente tenía, y de hecho aún puede tener el recuerdo de aquellos acontecimientos primordiales. En aquel lejano pasado que antedata la creación de la tierra Satanás, en ese tiempo Lucifer, el hijo de la mañana, había sido rechazado y el Hijo Primogénito escogido. Ahora que el Elegido se hallaba sujeto a las aflicciones consiguientes al estado carnal, Satanás quiso frustrar los propósitos divinos sujetando a su voluntad al Hijo de Dios. Aquel que había sido vencido por Miguel y sus huestes y echado fuera como rebelde vencido, quería que Jehová encarnado lo adorara. "Entonces Jesús le dijo: Vete Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían." No debe suponerse que la victoriosa emergencia de Jesús de las tenebrosas nubes de estas tres tentaciones particulares, lo eximió de ataques adicionales por parte de Satanás, o que posteriormente lo protegió de pruebas adicionales de su fe, confianza y resistencia. Lucas concluye su narración de las tentaciones, después del ayuno de cuarenta días, en esta forma: "Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de él por un tiempo." Esta derrota del diablo y sus asechanzas, esta victoria lograda sobre los deseos de la carne, sobre las dudas inquietantes de la mente, sobre la insinuación de buscar la fama y las riquezas materiales, fueron éxitos importantes pero no conclusivos, en esta lucha entre Jesús, el Dios encarnado, y Satanás, el ángel caído de luz. Cristo expresamente afirmó que padeció tentaciones durante el período en que se asoció con sus apóstoles. Al proseguir este estudio veremos que sus tentaciones continuaron aun hasta su agonía en el Getsemaní. No nos es concedido al resto de nosotros, ni le fue concedido a Jesús, hacer frente al enemigo, combatirlo y vencerlo en un solo encuentro, de una vez por todas. La contienda entre el espíritu inmortal y la carne, entre la progenie de Dios, por una parte, y el mundo y el diablo por otra, dura toda la vida. Pocos son los acontecimientos de la historia evangélica de Jesús de Nazaret que han provocado más discusiones, teorías fantásticas y especulaciones inútiles que las tentaciones. Propiamente podemos pasar por alto todas estas conjeturas. Para el que cree en las Santas Escrituras, la narración de las tentaciones es suficientemente explícita para que tenga que dudar o impugnar los hechos esenciales; al incrédulo no impresionarán ni el Cristo ni su triunfo. ¿Qué nos beneficia especular si Satanás le apareció a Jesús en forma visible, o sólo estuvo presente como espíritu invisible; si le habló en voz audible o despertó en la mente de su víctima propuesta los pensamientos que más tarde se expresaron por escrito; si las tres tentaciones sucedieron una tras otra, o si hubo intervalo entre ellas? Con todo acierto podemos rechazar toda teoría de mitos o parábolas en la narración bíblica y aceptar la historia tal como se halla; y con igual seguridad podemos afirmar que las tentaciones fueron reales, y que las pruebas experimentadas por nuestro Señor constituyeron una probación verdadera y trascendental. Creer lo contrario indica que uno considera las Escrituras como ficción únicamente. Un asunto que merece nuestra atención en este respecto es el de la pecabilidad o impecabilidad de Cristo, o sea la cuestión de que si había en El la capacidad para pecar. De no haber habido posibilidad de que cediera a las tentaciones de Satanás, éstas no habrían constituido una prueba verdadera, ni habría habido una victoria genuina en los resultados. Nuestro Señor era sin pecado, pero era pecable; es decir tenía la capacidad, la habilidad para pecar, si hubiese deseado. Sin la facultad para pecar, habría sido privado de su libre albe-drío; y fue con objeto de salvaguardar el albedrío del hombre por lo que se ofreció a sí mismo, antes que el mundo fuese, como el sacrificio redentor. Con decir que no podía pecar porque era la incorporación de la rectitud, no le es negado su albedrío de escoger entre lo bueno y lo malo. El hombre realmente verídico no puede mentir culpablemente; sin embargo, esta seguridad de que no hablará una falsedad no viene por causa de una compulsión externa, sino es una restricción interna nacida en él como consecuencia de la asociación que ha cultivado con el espíritu de la verdad. El hombre verdaderamente honrado ni toma ni codicia las cosas de su prójimo; por cierto, se puede decir que no puede robar; sin embargo, tiene la capacidad para hurtar si lo desea. Su honradez es una armadura contra la tentación; pero la cota de malla, el yelmo, el peto y las canilleras son apenas una protección externa; tal vez el hombre interior sea vulnerable, si se le puede alcanzar. 77

espíritu incorpóreo—<strong>el</strong> desheredado, reb<strong>el</strong>de y rechazado hijo que ahora quería tentar al Ser por medio<br />

de quien fue creado <strong>el</strong> mundo, prometiéndole parte de lo que era completamente suyo—probablemente<br />

tenía, y de hecho aún puede tener <strong>el</strong> recuerdo de aqu<strong>el</strong>los acontecimientos primordiales. En aqu<strong>el</strong><br />

lejano pasado que antedata la creación de la tierra Satanás, en ese tiempo Lucifer, <strong>el</strong> hijo de la mañana,<br />

había sido rechazado y <strong>el</strong> Hijo Primogénito escogido. Ahora que <strong>el</strong> Elegido se hallaba sujeto a las<br />

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voluntad al Hijo de Dios. Aqu<strong>el</strong> que había sido vencido por Migu<strong>el</strong> y sus huestes y echado fuera como<br />

reb<strong>el</strong>de vencido, quería que Jehová encarnado lo adorara. "Entonces Jesús le dijo: Vete Satanás,<br />

porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. El diablo entonces le dejó; y he<br />

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No debe suponerse que la victoriosa emergencia de Jesús de las tenebrosas nubes de estas tres<br />

tentaciones particulares, lo eximió de ataques adicionales por parte de Satanás, o que posteriormente lo<br />

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tentaciones, después d<strong>el</strong> ayuno de cuarenta días, en esta forma: "Y cuando <strong>el</strong> diablo hubo acabado toda<br />

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lograda sobre los deseos de la carne, sobre las dudas inquietantes de la mente, sobre la insinuación de<br />

buscar la fama y las riquezas materiales, fueron éxitos importantes pero no conclusivos, en esta lucha<br />

entre Jesús, <strong>el</strong> Dios encarnado, y Satanás, <strong>el</strong> áng<strong>el</strong> caído de luz. <strong>Cristo</strong> expresamente afirmó que<br />

padeció tentaciones durante <strong>el</strong> período en que se asoció con sus apóstoles. Al proseguir este estudio<br />

veremos que sus tentaciones continuaron aun hasta su agonía en <strong>el</strong> Getsemaní. No nos es concedido al<br />

resto de nosotros, ni le fue concedido a Jesús, hacer frente al enemigo, combatirlo y vencerlo en un<br />

solo encuentro, de una vez por todas. La contienda entre <strong>el</strong> espíritu inmortal y la carne, entre la<br />

progenie de Dios, por una parte, y <strong>el</strong> mundo y <strong>el</strong> diablo por otra, dura toda la vida.<br />

Pocos son los acontecimientos de la historia evangélica de Jesús de Nazaret que han provocado<br />

más discusiones, teorías fantásticas y especulaciones inútiles que las tentaciones. Propiamente<br />

podemos pasar por alto todas estas conjeturas. Para <strong>el</strong> que cree en las Santas Escrituras, la narración<br />

de las tentaciones es suficientemente explícita para que tenga que dudar o impugnar los hechos<br />

esenciales; al incrédulo no impresionarán ni <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> ni su triunfo. ¿Qué nos beneficia especular si<br />

Satanás le apareció a Jesús en forma visible, o sólo estuvo presente como espíritu invisible; si le habló<br />

en voz audible o despertó en la mente de su víctima propuesta los pensamientos que más tarde se<br />

expresaron por escrito; si las tres tentaciones sucedieron una tras otra, o si hubo intervalo entre <strong>el</strong>las?<br />

Con todo acierto podemos rechazar toda teoría de mitos o parábolas en la narración bíblica y aceptar<br />

la historia tal como se halla; y con igual seguridad podemos afirmar que las tentaciones fueron reales,<br />

y que las pruebas experimentadas por nuestro Señor constituyeron una probación verdadera y<br />

trascendental. Creer lo contrario indica que uno considera las Escrituras como ficción únicamente.<br />

Un asunto que merece nuestra atención en este respecto es <strong>el</strong> de la pecabilidad o impecabilidad de<br />

<strong>Cristo</strong>, o sea la cuestión de que si había en El la capacidad para pecar. De no haber habido posibilidad<br />

de que cediera a las tentaciones de Satanás, éstas no habrían constituido una prueba verdadera, ni<br />

habría habido una victoria genuina en los resultados. Nuestro Señor era sin pecado, pero era pecable;<br />

es decir tenía la capacidad, la habilidad para pecar, si hubiese deseado. Sin la facultad para pecar,<br />

habría sido privado de su libre albe-drío; y fue con objeto de salvaguardar <strong>el</strong> albedrío d<strong>el</strong> hombre por<br />

lo que se ofreció a sí mismo, antes que <strong>el</strong> mundo fuese, como <strong>el</strong> sacrificio redentor. Con decir que no<br />

podía pecar porque era la incorporación de la rectitud, no le es negado su albedrío de escoger entre lo<br />

bueno y lo malo. El hombre realmente verídico no puede mentir culpablemente; sin embargo, esta<br />

seguridad de que no hablará una falsedad no viene por causa de una compulsión externa, sino es una<br />

restricción interna nacida en él como consecuencia de la asociación que ha cultivado con <strong>el</strong> espíritu de<br />

la verdad. El hombre verdaderamente honrado ni toma ni codicia las cosas de su prójimo; por cierto,<br />

se puede decir que no puede robar; sin embargo, tiene la capacidad para hurtar si lo desea. Su<br />

honradez es una armadura contra la tentación; pero la cota de malla, <strong>el</strong> y<strong>el</strong>mo, <strong>el</strong> peto y las canilleras<br />

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