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Con palabras de tierna pero inconfundible reprensión, la madre preguntó: "Hijo, ¿por qué nos has<br />
hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia." La respuesta d<strong>el</strong> joven los llenó de<br />
sorpresa, pues rev<strong>el</strong>ó, en una forma que hasta entonces no habían entendido, con cuanta rapidez<br />
estaban madurando sus facultades para juzgar y entender. Les dijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No<br />
sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?"<br />
No vayamos a decir que fue un reproche descortés o reconvención indebida esta respuesta que dio<br />
a su madre aqu<strong>el</strong> hijo, de todos <strong>el</strong> más respetuoso. Su contestación fue para recordarle a María algo<br />
que parecía haber olvidado por <strong>el</strong> momento: <strong>el</strong> asunto de la paternidad de su Hijo. Ella había usado las<br />
palabras, "tu padre y yo"; y la contestación de su Hijo le hizo recordar de nuevo la verdad de que José<br />
no era <strong>el</strong> padre de aqu<strong>el</strong> joven. Parece que <strong>el</strong>la se asombró de que uno de tan pocos años entendiera en<br />
forma completa su posición respecto de <strong>el</strong>la. Le había aclarado la inexactitud inadvertida de sus<br />
palabras. Su Padre no lo había estado buscando, pues ¿no se hallaba El, aun en ese momento, en la<br />
casa de su Padre, ocupado particularmente en los negocios de su Padre, la obra misma para la cual su<br />
Padre lo había designado?<br />
En ningún sentido había expresado duda alguna en cuanto al parentesco materno entre él y María;<br />
no obstante, mostró indiscutiblemente que reconocía como su Padre, no a José de Nazaret, sino al<br />
Dios d<strong>el</strong> Ci<strong>el</strong>o. Ni María ni José entendieron <strong>el</strong> significado completo de sus palabras; y aunque Jesús<br />
comprendía la obligación superior de su deber basado en su Divinidad, y había mostrado a María que<br />
su autoridad como madre terrenal se subordinaba a la de su Padre inmortal y divino, sin embargo, la<br />
obedeció. A pesar d<strong>el</strong> interés que tenían los doctores en este joven extraordinario, y no obstante que<br />
los había hecho pensar seriamente con sus profundas interrogaciones y sabias respuestas, no pudieron<br />
detenerlo, porque la ley misma que <strong>el</strong>los profesaban sostener exigía la obediencia estricta a la<br />
autoridad paternal. "Y descendió con <strong>el</strong>los, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a <strong>el</strong>los. Y su madre<br />
guardaba todas estas cosas en su corazón."<br />
¡Qué secretos tan maravillosos y sagrados se anidaban en <strong>el</strong> corazón de aqu<strong>el</strong>la madre; y qué<br />
sorpresas nuevas y problemas graves se acumulaban día tras día con las manifestaciones de sabiduría<br />
creciente que veía en su Hijo sobre-humanol Aun cuando <strong>el</strong>la nunca hubiera podido olvidar por<br />
completo, parecía perder de vista, en ocasiones, la personalidad exaltada de su Hijo. Quizá se dispuso<br />
divinamente que existiese tal situación. Difícilmente habría habido una medida completa de las<br />
r<strong>el</strong>aciones verdaderamente humanas en <strong>el</strong> parentesco que existía entre Jesús y su madre, o entre El y<br />
José, si siempre hubiese predominado <strong>el</strong> hecho de su divinidad o aun manifestado en una manera<br />
prominente. Parece que María nunca entendió completamente a su Hijo; con cada evidencia adicional<br />
de su singularidad se maravillaba y se ponía a reflexionar de nuevo. Era suyo, y sin embargo, en un<br />
sentido real en extremo, no era enteramente de <strong>el</strong>la. Había en su parentesco d<strong>el</strong> uno con <strong>el</strong> otro un<br />
misterio, pavoroso y a la vez sublime, un secreto santo que aqu<strong>el</strong>la madre escogida y bendita vacilaba<br />
en comunicárs<strong>el</strong>o aun a <strong>el</strong>la misma. Dentro de su alma deben haber contendido <strong>el</strong> gozo y <strong>el</strong> temor por<br />
causa de El. Los recuerdos de la gloriosa promesa de Gabri<strong>el</strong>, <strong>el</strong> testimonio de los pastores llenos de<br />
regocijo y la adoración de los magos, deben haber trabado una lucha dentro de su ser con la<br />
significativa profecía de Simeón, dirigida a <strong>el</strong>la: "Y una espada trasparará tu misma alma."<br />
Con respecto a los acontecimientos de los dieciocho años que transcurrieron después que Jesús<br />
regresó de Jerusalén a Nazaret, las Escrituras permanecen calladas salvo una afirmación valiosa de<br />
gran trascendencia: "Y Jesús crecía en sabiduría, y en estatura, y en gracia para con Dios y los<br />
hombres." Claramente se destaca que a este Hijo d<strong>el</strong> Altísimo no le fue ot<strong>org</strong>ada la plenitud de<br />
conocimiento, ni la investidura completa de sabiduría, desde la cuna. p Paulatinamente se desarrolló<br />
dentro de su alma la certeza de su misión señalada como <strong>el</strong> Mesías, de cuya venida estudió en la ley,<br />
los profetas y los salmos; y pasó su juventud y los primeros años de su edad viril preparándose<br />
devotamente para <strong>el</strong> ministerio, cuya culminación se verificaría sobre la cruz. Las crónicas de años<br />
posteriores nos hacen saber que era reconocido, sin que nadie dudara, como <strong>el</strong> hijo de José y María, y<br />
considerado como hermano de los otros hijos menores de la familia. Se le conocía como carpintero e<br />
hijo de carpintero; y hasta que principió su ministerio público, parece haber sido persona de poca<br />
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