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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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CAPITULO 8<br />

EL NIÑO DE BELÉN.<br />

EL NACIMIENTO DE JESÚS.<br />

TAN definitivas son las profecías que designan a B<strong>el</strong>én, pequeño poblado de Judea, como <strong>el</strong> lugar<br />

de su nacimiento, como las que declaran que <strong>el</strong> Mesías nacería d<strong>el</strong> linaje de David. Parece que nunca<br />

hubo diversidad de opinión entre los sacerdotes, escribas o rabinos sobre <strong>el</strong> asunto, ni antes d<strong>el</strong> gran<br />

acontecimiento, ni después. B<strong>el</strong>én, a pesar de ser pequeño y casi sin importancia en lo concerniente a<br />

tráfico y comercio, gozaba de doble estimación entre los judíos por ser <strong>el</strong> sitio donde había nacido<br />

David, así como <strong>el</strong> lugar d<strong>el</strong> cual habría de venir <strong>el</strong> Mesías esperado. María y José vivían en Nazaret<br />

de Galilea, muy lejos de B<strong>el</strong>én de Judea; y en la época a que nos estamos refiriendo, se acercaba<br />

rápidamente la maternidad de la virgen.<br />

En esos días llegó un decreto de Roma, en <strong>el</strong> cual se ordenaba un empadronamiento d<strong>el</strong> pueblo en<br />

todos los reinos y provincias que eran tributarios d<strong>el</strong> Imperio. El mandato era de aplicación general,<br />

pues disponía "que todo <strong>el</strong> mundo fuese empadronado". El empadronamiento de los subditos romanos<br />

tenía por objeto formar una base, de acuerdo con la cual se podrían determinar las contribuciones de<br />

los distintos pueblos.<br />

Este censo particular fue <strong>el</strong> segundo de tres empadronamientos generales de la misma naturaleza,<br />

que, según los historiadores, ocurrieron en intervalos de aproximadamente veinte años. De haberse<br />

efectuado <strong>el</strong> censo en la manera romana acostumbrada, cada persona se habría empadronado en <strong>el</strong> sitio<br />

donde residía; mas la costumbre judía, respetada por la ley romana, exigía <strong>el</strong> empadronamiento en las<br />

ciudades o pueblos que las familias respectivas declaraban como <strong>el</strong> lugar de su origen. En lo que<br />

respecta a que si era estrictamente mandatoria esta exigencia de que cada familia se registrase en la<br />

ciudad de sus antepasados, no es de incumbencia particular para nosotros; <strong>el</strong> hecho es que José y<br />

María fueron a B<strong>el</strong>én, la ciudad de David, para inscribirse de acuerdo con <strong>el</strong> decreto imperial.<br />

El pequeño pueblo se encontraba lleno de gente en esa época, lo más probable por motivo de la<br />

multitud que había llegado para dar cumplimiento al decreto de referencia. Como consecuencia, José y<br />

María no pudieron hallar un hospedaje más deseable, y tuvieron que conformarse con las condiciones<br />

de un campo improvisado, como antes lo habían hecho viajeros sin número, y como desde ese día lo<br />

han hecho innumerables personas, en esa región y en otras partes. No tenemos razón para considerar<br />

estas circunstancias como evidencia de pobreza extremada; no cabe duda que causó inconveniencias,<br />

pero no constituye prueba concluyente de grave aflicción o sufrimiento. Fue mientras se hallaba en<br />

esta situación, que María la Virgen dio a luz a su primogénito, <strong>el</strong> Hijo d<strong>el</strong> Altísimo, <strong>el</strong> Unigénito d<strong>el</strong><br />

Padre Eterno, Jesús <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>.<br />

De las circunstancias consiguientes al nacimiento, pocos son los detalles que nos son dados. No<br />

nos es dicho <strong>el</strong> tiempo que transcurrió entre la llegada de María y su esposo a B<strong>el</strong>én, y <strong>el</strong> nacimiento.<br />

Bien pudo haber sido la intención d<strong>el</strong> evang<strong>el</strong>ista que escribió la historia, referirse a los asuntos<br />

netamente de interés humano con cuanta brevedad lo permitiera la narración de los hechos, a fin de<br />

que los incidentes sin importancia no ocultaran ni sobrepujaran la verdad central. Todo lo que<br />

hallamos en las Santas Escrituras d<strong>el</strong> propio nacimiento es lo siguiente: "Y aconteció que estando<br />

<strong>el</strong>los allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió<br />

en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para <strong>el</strong>los en <strong>el</strong> mesón." Contrastan<br />

vivamente la sencillez y brevedad de la narración bíblica con su escasez de detalles incidentales, y la<br />

acumulación de circunstancias fabricadas por la imaginación de los hombres, la mayoría de las cuales<br />

ningún apoyo tienen en la historia autorizada, y en muchos respectos son plenamente incongruentes y<br />

falsas. En un asunto de tanta trascendencia, no es sino prudente y propio segregar y conservar aparte<br />

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