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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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CAPITULO 41<br />

MANIFESTACIONES PERSONALES DE DIOS<br />

EL PADRE ETERNO Y SU HIJO JESUCRISTO<br />

EN TIEMPOS MODERNOS<br />

UNA DISPENSACIÓN NUEVA.<br />

E N <strong>el</strong> año de nuestro Señor 1820 vivía en Mánchester, Condado de Ontario, Estado de Nueva<br />

York, un respetable ciudadano llamado José Smith. Su familia se componía de su esposa y nueve<br />

hijos. El tercer varón y cuarto hijo de la familia era José Smith, hijo, que en la época de referencia,<br />

había entrado en los quince años de edad. En <strong>el</strong> año ya citado surgió en Nueva York y los estados<br />

circunvecinos una ola de intensa agitación sobre asuntos r<strong>el</strong>igiosos, y los ministros de las numerosas<br />

sectas rivales se esforzaron con c<strong>el</strong>o extraordinario para ganar conversos a sus congregaciones<br />

respectivas. Esta vehemente excitación surtió un profundo efecto en <strong>el</strong> joven José, y se sintió<br />

particularmente perplejo y turbado por <strong>el</strong> espíritu de confusión y contención que se manifestaba en<br />

todo aqu<strong>el</strong>lo. En vista de que nuestro tema presente se r<strong>el</strong>aciona con él en forma particular, y considerando<br />

la trascendental importancia de su testimonio al mundo, citamos en seguida su propio r<strong>el</strong>ato<br />

de lo que aconteció.<br />

"Durante <strong>el</strong> segundo año de nuestra residencia en Mánchester, surgió en la región donde vivíamos<br />

una agitación extraordinaria sobre <strong>el</strong> tema de la r<strong>el</strong>igión. Empezó entre los metodistas, pero pronto se<br />

generalizó entre todas las sectas de la comarca. En verdad, pareció conmover toda la región, y grandes<br />

multitudes se unían a los diferentes partidos r<strong>el</strong>igiosos, ocasionando no poca agitación y división entre<br />

la gente; pues unos gritaban: '¡He aquí!' y otros: '¡He allí' Unos contendían a favor de la fe metodista,<br />

otros a favor de la presbiteriana y otros a favor de la bautista.<br />

"Porque a pesar d<strong>el</strong> gran amor expresado por los conversos de estas varias creencias al tiempo de<br />

su conversión, y d<strong>el</strong> gran c<strong>el</strong>o manifestado por los clérigos respectivos que activamente suscitaban y<br />

propagaban este cuadro singular de sentimientos r<strong>el</strong>igiosos—a fin de lograr convertir a todos, como se<br />

complacían en decir, pese a la secta que fuere—sin embargo, cuando los convertidos empezaron a<br />

dividirse, yéndose unos con este partido y otros con aquél, se vio que los supuestos buenos<br />

sentimientos, tanto de los sacerdotes como de los prosélitos, eran más bien fingidos que verdaderos;<br />

porque siguió una escena de grande confusión y malos sentimientos—sacerdote contendiendo con<br />

sacerdote y prosélito con prosélito—de modo que toda esa buena voluntad d<strong>el</strong> uno para con <strong>el</strong> otro, si<br />

alguna vez la abrigaron, ahora se perdió completamente en una lucha de palabras y contienda de<br />

opiniones.<br />

"Para entonces yo había entrado en los quince años. La familia de mi padre se convirtió a la fe<br />

presbiteriana; y cuatro de <strong>el</strong>los ingresaron a esa iglesia, a saber, mi madre Lucy, mis hermanos Hyrum<br />

y Samu<strong>el</strong> Hárrison, y mi hermana Sofronia.<br />

"Durante esta época de tanta agitación, invadieron mi mente una seria reflexión y grande<br />

inquietud; pero no obstante la intensidad de mis sentimientos, que a menudo eran punzantes, me<br />

conservé apartado de todos estos grupos, aunque concurría a sus respectivas juntas cada vez que la<br />

ocasión me lo permitía. Con <strong>el</strong> transcurso d<strong>el</strong> tiempo llegué a favorecer un tanto la secta metodista, y<br />

sentí cierto deseo de unirme a <strong>el</strong>la; pero era tanta la confusión y contención entre las diferentes<br />

denominaciones, que era imposible que una persona tan joven como yo, y sin ninguna experiencia en<br />

cuanto a los hombres y las cosas, llegase a una determinación precisa sobre quién tendría razón y<br />

quién no.<br />

"Tan grande e incesante eran <strong>el</strong> clamor y alboroto, que a veces mi mente se agitaba "en extremo.<br />

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