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sus adherentes, por otra parte, fueron conocidos como <strong>el</strong> Reino de Judá. Los dos reinos conservaron su<br />
autonomía separada aproximadamente doscientos cincuenta años, hasta como <strong>el</strong> año 722 o 721 antes<br />
de J.C., época en que fue destruido <strong>el</strong> estado independiente d<strong>el</strong> Reino de Isra<strong>el</strong>, y Salmanasar y otros<br />
transportaron al pueblo cautivo hasta Asiría. Subsiguientemente desaparecieron en forma tan<br />
completa, que han llegado a ser designadas como las Tribus Perdidas. El Reino de Judá conservó su<br />
identidad como nación unos ciento treinta años más, y entonces cayó en poder de Nabucodonosor<br />
como por <strong>el</strong> año 588 antes de J.C., y bajo él se instituyó <strong>el</strong> cautiverio babilónico. Setenta años estuvo<br />
Judá desterrado y en un cautiverio virtual como consecuencia de sus transgresiones y de acuerdo con<br />
lo profetizado por Jeremías. Entonces d<strong>el</strong> Señor enterneció <strong>el</strong> corazón de sus amos, y <strong>el</strong> decreto de<br />
Ciro <strong>el</strong> Persa, que había conquistado <strong>el</strong> reino babilónico, dio principio a su restauración. Permitióse al<br />
pueblo hebreo volver a Judea y emprender la tarea de la reconstrucción d<strong>el</strong> templo de Jerusalén.<br />
Una compañía numerosa de los hebreos exilados se valió de esta oportunidad para regresar a las<br />
tierras de sus padres, aunque muchos decidieron permanecer en <strong>el</strong> país de su cautiverio, prefiriendo a<br />
Babilonia más bien que a Isra<strong>el</strong>. "Toda la congregación unida" de los judíos que volvieron de su<br />
destierro en Babilonia "era de cuarenta y dos mil trescientos sesenta, sin contar sus siervos y siervas,<br />
los cuales eran siete mil trescientos treinta y siete". El número r<strong>el</strong>ativamente pequeño de la nación<br />
emigrante también queda indicado por <strong>el</strong> total de sus animales de carga. Aunque los repatriados se<br />
esforzaron valientemente por restablecerse con la antigua categoría de la casa de David y reconquistar<br />
en alguna medida su prestigio y gloria anteriores, los judíos nunca jamás volvieron a ser un pueblo<br />
verdaderamente independiente. Fueron víctimas sucesivamente de Grecia, Egipto y Siria; pero como<br />
en <strong>el</strong> año 164 o 163 antes de J.C. <strong>el</strong> pueblo se libró d<strong>el</strong> yugo extranjero, en parte por lo menos, como<br />
resultado de la lucha patriótica encabezada por los Macabeos, <strong>el</strong> más prominente de los cuales fue<br />
Judas Macabeo.<br />
Se restablecieron las ceremonias d<strong>el</strong> templo, casi totalmente abolidas por las proscripciones de sus<br />
enemigos victoriosos, y en <strong>el</strong> año 163 antes de J. C. hubo una segunda dedicación d<strong>el</strong> sagrado edificio,<br />
y de allí en ad<strong>el</strong>ante se conmemoró esta ocasión gozosa en un festival anual conocido como la Fiesta<br />
de la Dedicación. Sin embargo, durante <strong>el</strong> reinado de los Macabeos <strong>el</strong> templo cayó en una condición<br />
de ruina casi completa, debido más bien a la inhabilidad d<strong>el</strong> pueblo diezmado y empobrecido de<br />
conservarlo en buen estado, que al aumento en la decadencia d<strong>el</strong> c<strong>el</strong>o r<strong>el</strong>igioso. Con la esperanza de<br />
poder lograr un grado mayor de protección nacional, los judíos concertaron una alianza desigual con<br />
los romanos, de quienes por fin llegaron a ser tributarios; y en estas condiciones se hallaba la nación<br />
judía durante <strong>el</strong> período d<strong>el</strong> ministerio de nuestro Señor. Roma era virtualmente <strong>el</strong> ama d<strong>el</strong> mundo en<br />
<strong>el</strong> Meridiano de los Tiempos. En la época en que nació <strong>Cristo</strong>, Augusto César era Emperador de<br />
Roma, y Herodes de Idumea, apodado <strong>el</strong> Grande, era rey tributario de Judea.<br />
Los judíos conservaron cierta apariencia de autonomía nacional bajo <strong>el</strong> dominio romano sin que<br />
sus ceremonias r<strong>el</strong>igiosas sufrieran ninguna intervención seria. Eran reconocidas las órdenes<br />
establecidas d<strong>el</strong> sacerdocio, y la ley romana sostenía como obligatorios los actos oficiales d<strong>el</strong> concilio<br />
nacional o Sanedrín, aunque las facultades judiciales de este cuerpo no llegaban a la imposición de la<br />
pena capital sin la aprobación d<strong>el</strong> administrador imperial. La política establecida de Roma era permitir<br />
a sus pueblos tributarios y vasallos la libertad de culto, en tanto que <strong>el</strong>lo no afrentara a las deidades<br />
mitológicas, tan estimadas por los romanos, ni fueran profanados sus altares.<br />
Desde luego, los judíos miraban con malos ojos <strong>el</strong> dominio extranjero, aunque hacía ya muchas<br />
generaciones que se encontraban en esas circunstancias, y su situación había variado entre un vasallaje<br />
nominal y la esclavitud servil. En ese tiempo eran ya en su mayoría un pueblo disperso. Todos los<br />
judíos que se hallaban en Palestina al tiempo d<strong>el</strong> nacimiento de <strong>Cristo</strong> apenas constituían un resto muy<br />
pequeño de la gran nación davídica. Las Diez Tribus, que en otro tiempo se habían distinguido como<br />
<strong>el</strong> Reino de Isra<strong>el</strong>, se habían perdido de la historia desde muchos siglos antes y <strong>el</strong> pueblo de Judá<br />
había sido esparcido extensamente entre las naciones.<br />
Respecto de sus asociaciones y r<strong>el</strong>aciones con otros pueblos, los judíos generalmente se<br />
esforzaban por mantener una exclusividad arrogante que trajo sobre <strong>el</strong>los la burla de los gentiles. Bajo<br />
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