Jesus el Cristo - Cumorah.org

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03.05.2015 Views

Muchos se maravillaron de esto, no sabiendo qué querría el Señor que hicieran concerniente a la ley de Moisés, "porque no entendían la palabra que las cosas viejas habían pasado, y que todas las cosas se habían renovado". Entendiendo su perplejidad, Jesús proclamó claramente que El era el autor de la ley, y que en El se había cumplido y, por consiguiente, abrogado. Su afirmación es particularmente explícita: "He aquí, os digo que se ha cumplido la ley que se dio a Moisés. He aquí, soy yo quien di la ley, y soy el que hice convenio con mi pueblo Israel; por tanto, la ley se ha cumplido en mí, porque he venido para cumplir la ley; por tanto, ha cesado. He aquí, no vengo para invalidar los profetas; porque cuantos no se han cumplido en mí, en verdad os digo que todos se han de cumplir. Y porque os dije que lo antiguo ha pasado, no abrogo lo que se ha dicho acerca de las cosas que están por venir. Porque he aquí, no se ha cumplido enteramente el convenio que hice con mi pueblo; mas la ley que se dio a Moisés termina en mí." Dirigiéndose a los Doce, el Señor afirmó que el Padre nunca le había dado mandamiento de informar a los judíos concerniente a la existencia de los nefitas sino en forma indirecta, mencionando otras ovejas que no eran del redil judío; y en vista de que no habían podido comprender sus palabras, a causa de "la obstinación y la incredulidad", el Padre le mandó que no les dijera más acerca de los nefitas ni del tercer redil, en el cual están comprendidas "las otras tribus de la casa de Israel que el Padre ha conducido fuera del país". Jesús instruyó a los discípulos nefitas sobre muchos otros asuntos que no declaró a los judíos, quienes, por no ser dignos de recibirlos, fueron privados de ese conocimiento. Aun los apóstoles judíos erróneamente habían supuesto que las "otras ovejas" eran las naciones gentiles, no entendiendo que la predicación del evangelio a los gentiles sería parte de su misión particular, y pasando por alto el hecho de que Cristo no iba a manifestarse en persona a los que no fueran de la casa de Israel. Los gentiles escucharían la palabra de Dios mediante el estímulo del Espíritu Santo y el ministerio de hombres comisionados y enviados a ellos, pero no podrían recibir la manifestación personal del Mesías/ Sin embargo, grandes serán las misericordias y bendiciones del Señor a los gentiles que acepten la verdad, porque el Espíritu Santo les testificará del Padre y del Hijo, y cuantos cumplan con las leyes y ordenanzas del evangelio serán contados entre los de la casa dé Israel. Su conversión e integración con el pueblo del Señor se llevará a cabo individualmente, y no por naciones, tribus o pueblos. La multitud adorante, compuesta de unas dos mil quinientas almas, creyendo que Jesús estaba a punto de separarse de ellos, le manifestaron con sus lágrimas su anhelo de que permaneciese. Los consoló con la promesa de que volvería al día siguiente, y les amonestó que meditaran las cosas que les había enseñado y que pidieran entendimiento al Padre en su nombre. Lo que ya había informado a los Doce ahora declaró al pueblo, que se manifestaría y ejercería su ministerio entre "las tribus perdidas de Israel, porque no están perdidas para el Padre, pues él sabe hacia dónde las ha llevado". Expresando la compasión que sentía, el Señor mandó que le llevaran a sus afligidos, los cojos, mancos, lisiados, ciegos y sordos, los leprosos y los atrofiados; y cuando se los trajeron, los sanó a todos. Entonces, obedeciendo sus palabras, los padres llevaron a sus niños pequeños y los colocaron en un círculo alrededor de El. La multitud se arrodilló y Jesús oró por ellos; y, según Nefi: "No hay lengua que pueda hablar, ni hombre que pueda escribirlo, ni corazón de hombre que pueda concebir tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que habló Jesús; y nadie se puede imaginar el gozo que llenó nuestras almas cuando lo oímos rogar por nosotros al Padre." Terminada la oración, Jesús dijo a la multitud que se levantara, y entonces exclamó gozoso: "Benditos sois a causa de vuestra fe. He aquí, ahora es completo mi gozo." Jesús lloró; y entonces tomó a los niños, uno por uno, y los bendijo, orando al Padre por cada uno de ellos. "Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo; y hablando a la multitud, les dijo: Mirad a vuestros niños. Y he aquí, al levantar la vista, dirigieron la mirada al cielo, y vieron que se abrían los cielos y que descendían ángeles, como si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos niños, y quedaron rodeados de fuego; y los ángeles ejercieron su ministerio a favor de ellos." El Señor Jesús mandó traer pan y vino, e instruyó a la multitud que se sentara. Partió el pan, lo 378

endijo y entonces dio de él a los Doce, y éstos, después de haber comido, repartieron el pan entre la multitud. El vino fue bendecido, y todos bebieron de él, primero los Doce y después el pueblo. Con una solemnidad semejante a la que acompañó la institución del sacramento de la Cena del Señor entre los apóstoles en Jerusalén, Jesús explicó claramente la santidad y el significado de la ordenanza, diciendo que les dejaría la autoridad para poder administrarla en lo futuro; que debían comer de ella todos los que se bautizaran en la confraternidad de Cristo, y que habría de hacerse siempre en memoria de El: el pan como sagrado emblema de su cuerpo, el vino en representación de su sangre que fue derramada. Por mandamiento expreso el Señor prohibió que se diera el sacramento del pan y del vino a persona alguna, sino a los que fueran dignos, "porque quienes comen mi carne—explicó—y beben de mi sangre indignamente, comen y beben condenación para sus almas; por tanto, si sabéis que una persona no es digna de comer y beber de mi carne y de mi sangre, se lo prohibiréis". Pero le fue vedado al pueblo echar de sus asambleas a los que no pudieran tomar la Santa Cena, si estaban dispuestos a arrepentirse y buscar la confraternidad por medio de! bautismo. El Señor también recalcó en forma explícita la necesidad de la oración, y a los Doce y a la multitud dio, separadamente, el mandamiento de orar. En estos términos instó las súplicas individuales, oraciones familiares y adoración en las asambleas: "Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre; y cuanto le pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que recibiréis, si es justo, he aquí, os será concedido. Orad al Padre con vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidas vuestras esposas e hijos. Y he aquí, os reuniréis con frecuencia; y a nadie le prohibiréis estar con vosotros cuando os juntéis, antes les permitiréis que se alleguen a vosotros, y no se lo vedaréis; sino que oraréis por ellos, y no los desecharéis; y si sucediere que vinieren a vosotros a menudo, rogaréis al Padre por ellos en mi nombre." El Señor entonces tocó con su mano a cada uno de los Doce, invistiéndolos, en palabras que nadie mas oyó, con el poder de conferir el Espíritu Santo mediante la imposición de manos a todos los creyentes arrepentidos y bautizados.' Al concluir la ordenación de los Doce, cubrió al pueblo una nube, de modo que ocultó al Señor de su vista; pero los doce discípulos "vieron y dieron testimonio que ascendió de nuevo al cielo". LA SEGUNDA VISITA DE CRISTO A LOS NEFITAS. Al día siguiente se hallaba reunida una multitud mucho más numerosa esperando el regreso del Salvador. Toda la noche mensajeros habían divulgado las gloriosas nuevas de la aparición del Señor y su promesa de visitar de nuevo a su pueblo. Era tan extensa la congregación, que Nefi y sus compañeros dividieron al pueblo en doce grupos, cada cual bajo la dirección de uno de los discípulos, que se encargó de darles instrucciones y orar con ellos. El tema de sus ruegos fue que se les concediera el Espíritu Santo. Guiados por los discípulos escogidos, el gran concurso de personas se dirigió a la orilla del agua, y Nefi entró primero y fue bautizado por inmersión; entonces bautizó a los otros once que Jesús había elegido. Cuando los Doce salieron del agua, "fueron llenos del Espíritu Santo y fuego. Y he aquí, fueron envueltos como con fuego que descendió del cielo; y la multitud lo vio y dio testimonio; y descendieron ángeles del cielo, y los sirvieron. Y sucedió que mientras los discípulos estaban recibiendo el ministerio de los ángeles, he aquí, Jesús llegó y se puso en medio de ellos y ministró por ellos." Así fue como se apareció Jesús en medio de los discípulos y los ángeles ministrantes. De acuerdo con su mandato, los Doce y la multitud se arrodillaron para orar; y oraron a Jesús, llamándolo su Señor y su Dios. Jesús se apartó de ellos un poco y oró con humildad, diciendo, en parte: "Padre, gracias te doy porque has dado el Espíritu Santo a éstos que he escogido; y es por su fe en mí que los he escogido de entre el mundo. Padre, te ruego que des el Espíritu Santo a todos los que crean en sus palabras." Los discípulos continuaban orando fervientemente a Jesús cuando El volvió a ellos; y al mirarlos con una sonrisa misericordiosa de aprobación, fueron glorificados en su presencia de modo 379

Muchos se maravillaron de esto, no sabiendo qué querría <strong>el</strong> Señor que hicieran concerniente a la<br />

ley de Moisés, "porque no entendían la palabra que las cosas viejas habían pasado, y que todas las<br />

cosas se habían renovado". Entendiendo su perplejidad, Jesús proclamó claramente que El era <strong>el</strong> autor<br />

de la ley, y que en El se había cumplido y, por consiguiente, abrogado. Su afirmación es<br />

particularmente explícita:<br />

"He aquí, os digo que se ha cumplido la ley que se dio a Moisés. He aquí, soy yo quien di la ley, y<br />

soy <strong>el</strong> que hice convenio con mi pueblo Isra<strong>el</strong>; por tanto, la ley se ha cumplido en mí, porque he<br />

venido para cumplir la ley; por tanto, ha cesado. He aquí, no vengo para invalidar los profetas; porque<br />

cuantos no se han cumplido en mí, en verdad os digo que todos se han de cumplir. Y porque os dije<br />

que lo antiguo ha pasado, no abrogo lo que se ha dicho acerca de las cosas que están por venir. Porque<br />

he aquí, no se ha cumplido enteramente <strong>el</strong> convenio que hice con mi pueblo; mas la ley que se dio a<br />

Moisés termina en mí."<br />

Dirigiéndose a los Doce, <strong>el</strong> Señor afirmó que <strong>el</strong> Padre nunca le había dado mandamiento de<br />

informar a los judíos concerniente a la existencia de los nefitas sino en forma indirecta, mencionando<br />

otras ovejas que no eran d<strong>el</strong> redil judío; y en vista de que no habían podido comprender sus palabras, a<br />

causa de "la obstinación y la incredulidad", <strong>el</strong> Padre le mandó que no les dijera más acerca de los<br />

nefitas ni d<strong>el</strong> tercer redil, en <strong>el</strong> cual están comprendidas "las otras tribus de la casa de Isra<strong>el</strong> que <strong>el</strong><br />

Padre ha conducido fuera d<strong>el</strong> país". Jesús instruyó a los discípulos nefitas sobre muchos otros asuntos<br />

que no declaró a los judíos, quienes, por no ser dignos de recibirlos, fueron privados de ese<br />

conocimiento. Aun los apóstoles judíos erróneamente habían supuesto que las "otras ovejas" eran las<br />

naciones gentiles, no entendiendo que la predicación d<strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io a los gentiles sería parte de su<br />

misión particular, y pasando por alto <strong>el</strong> hecho de que <strong>Cristo</strong> no iba a manifestarse en persona a los que<br />

no fueran de la casa de Isra<strong>el</strong>. Los gentiles escucharían la palabra de Dios mediante <strong>el</strong> estímulo d<strong>el</strong><br />

Espíritu Santo y <strong>el</strong> ministerio de hombres comisionados y enviados a <strong>el</strong>los, pero no podrían recibir la<br />

manifestación personal d<strong>el</strong> Mesías/ Sin embargo, grandes serán las misericordias y bendiciones d<strong>el</strong><br />

Señor a los gentiles que acepten la verdad, porque <strong>el</strong> Espíritu Santo les testificará d<strong>el</strong> Padre y d<strong>el</strong> Hijo,<br />

y cuantos cumplan con las leyes y ordenanzas d<strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io serán contados entre los de la casa dé<br />

Isra<strong>el</strong>. Su conversión e integración con <strong>el</strong> pueblo d<strong>el</strong> Señor se llevará a cabo individualmente, y no por<br />

naciones, tribus o pueblos.<br />

La multitud adorante, compuesta de unas dos mil quinientas almas, creyendo que Jesús estaba a<br />

punto de separarse de <strong>el</strong>los, le manifestaron con sus lágrimas su anh<strong>el</strong>o de que permaneciese. Los<br />

consoló con la promesa de que volvería al día siguiente, y les amonestó que meditaran las cosas que<br />

les había enseñado y que pidieran entendimiento al Padre en su nombre. Lo que ya había informado a<br />

los Doce ahora declaró al pueblo, que se manifestaría y ejercería su ministerio entre "las tribus<br />

perdidas de Isra<strong>el</strong>, porque no están perdidas para <strong>el</strong> Padre, pues él sabe hacia dónde las ha llevado".<br />

Expresando la compasión que sentía, <strong>el</strong> Señor mandó que le llevaran a sus afligidos, los cojos,<br />

mancos, lisiados, ciegos y sordos, los leprosos y los atrofiados; y cuando se los trajeron, los sanó a<br />

todos. Entonces, obedeciendo sus palabras, los padres llevaron a sus niños pequeños y los colocaron<br />

en un círculo alrededor de El. La multitud se arrodilló y Jesús oró por <strong>el</strong>los; y, según Nefi: "No hay<br />

lengua que pueda hablar, ni hombre que pueda escribirlo, ni corazón de hombre que pueda concebir<br />

tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que habló Jesús; y nadie se puede<br />

imaginar <strong>el</strong> gozo que llenó nuestras almas cuando lo oímos rogar por nosotros al Padre." Terminada la<br />

oración, Jesús dijo a la multitud que se levantara, y entonces exclamó gozoso: "Benditos sois a causa<br />

de vuestra fe. He aquí, ahora es completo mi gozo." Jesús lloró; y entonces tomó a los niños, uno por<br />

uno, y los bendijo, orando al Padre por cada uno de <strong>el</strong>los.<br />

"Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo; y hablando a la multitud, les dijo: Mirad a vuestros<br />

niños. Y he aquí, al levantar la vista, dirigieron la mirada al ci<strong>el</strong>o, y vieron que se abrían los ci<strong>el</strong>os y<br />

que descendían áng<strong>el</strong>es, como si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aqu<strong>el</strong>los niños, y<br />

quedaron rodeados de fuego; y los áng<strong>el</strong>es ejercieron su ministerio a favor de <strong>el</strong>los."<br />

El Señor Jesús mandó traer pan y vino, e instruyó a la multitud que se sentara. Partió <strong>el</strong> pan, lo<br />

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