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maldad, y <strong>el</strong> diablo se reía d<strong>el</strong> número de los muertos y la causa retributiva de su destrucción. Se<br />
detalló la extensión de la terrible calamidad, y se nombraron las ciudades incendiadas con sus<br />
habitantes, así como las que se habían hundido en las profundidades d<strong>el</strong> mar y las que habían quedado<br />
sepultadas en la tierra; y claramente se explicó que <strong>el</strong> propósito divino de aqu<strong>el</strong>la vasta destrucción<br />
fue quitar de la superficie de la tierra las maldades y abominaciones d<strong>el</strong> pueblo. Se calificó de ser los<br />
más justos a los que habían quedado con vida, y les fue ofrecida una esperanza, con la condición de<br />
que manifestaran un arrepentimiento y reforma más completos.<br />
La Voz se identificó en esta forma: "He aquí, soy Jesucristo, <strong>el</strong> Hijo de Dios. Yo crié los ci<strong>el</strong>os y<br />
la tierra, y todas las cosas que en <strong>el</strong>los hay. Fui con <strong>el</strong> Padre desde <strong>el</strong> principio. Yo soy en <strong>el</strong> Padre, y<br />
<strong>el</strong> Padre en mí; y en mí ha glorificado <strong>el</strong> Padre su nombre." El Señor mandó que <strong>el</strong> pueblo ya no le<br />
ofreciera holocaustos y sacrificios cruentos, porque la ley de Moisés se había cumplido; y de allí en<br />
ad<strong>el</strong>ante <strong>el</strong> único sacrificio aceptable sería <strong>el</strong> corazón quebrantado y <strong>el</strong> espíritu contrito; éstos nunca<br />
serían rechazados. El Señor recibiría como suyos a los humildes y penitentes, y declaró: "He aquí, por<br />
éstos he dado mi vida, y la he vu<strong>el</strong>to a tomar; así pues, arrepentios y venid a mí, vosotros, los<br />
extremos de la tierra, y salvaos."<br />
Cesó de hablar la Voz; y por <strong>el</strong> espacio de muchas horas callaron los angustiosos lamentos en<br />
aqu<strong>el</strong>la obscuridad continua, porque <strong>el</strong> pueblo quedó convencido de sus pecados y silenciosamente<br />
lloró de asombro por lo que había oído, y por la esperanza en la salvación que se le había ofrecido. Por<br />
segunda vez se oyó la Voz como si estuviera lamentando a los que se habían negado a aceptar <strong>el</strong><br />
socorro d<strong>el</strong> Salvador; pues cuántas veces los había protegido ya, y cuántas veces más lo habría hecho<br />
si hubiesen estado dispuestos, y todavía en lo futuro los cuidaría "como la gallina junta sus pollos bajo<br />
las alas", si se arrepentían y vivían en justicia. La mañana d<strong>el</strong> tercer día se desvanecieron las tinieblas,<br />
cesaron los movimientos sísmicos y se aplacaron las tormentas. Al disiparse la obscuridad de sobre la<br />
faz de la tierra, <strong>el</strong> pueblo se enteró de lo inmenso que habían sido las convulsiones de la tierra y cuán<br />
grande había sido la pérdida de sus parientes y amigos. En medio de su contrición y humildad se<br />
acordaron de las palabras de los profetas y entendieron que los juicios d<strong>el</strong> Señor se habían cumplido<br />
en <strong>el</strong>los.<br />
<strong>Cristo</strong> había resucitado; y tras su resurrección, muchos de los justos muertos d<strong>el</strong> continente<br />
occidental se levantaron de sus sepulcros y se aparecieron como seres resucitados e inmortales a los<br />
sobrevivientes de la extensa destrucción, así como en Judea muchos de los santos muertos se<br />
levantaron inmediatamente después de la resurrección de <strong>Cristo</strong>.<br />
PRIMERA VISITA DE JESUCRISTO A LOS NEFITAS.<br />
Unas seis semanas o más después de los acontecimientos que acabamos de considerar, 1 se hallaba<br />
reunida una gran multitud de nefitas en <strong>el</strong> templo d<strong>el</strong> país conocido como Abundancia, seriamente<br />
conversando unos con otros sobre los grandes cambios que habían acontecido en <strong>el</strong> país, y<br />
particularmente acerca de Jesucristo y <strong>el</strong> cumplimiento, hasta <strong>el</strong> último detalle trágico, de las señales<br />
predichas de su muerte expiatoria. Prevalecía entre <strong>el</strong> grupo un espíritu de contrición y reverencia.<br />
Mientras se hallaban reunidos, oyeron <strong>el</strong> sonido como de una voz que venía de arriba; pero tanto la<br />
primera, como la segunda vez, les fue inint<strong>el</strong>igible. Mientras escuchaban con atención cuidadosa, se<br />
oyó por tercera vez, y esta ocasión oyeron que la Voz les decía: "He aquí a mi Hijo Amado, en quien<br />
me complazco, en quien he glorificado mi nombre; a él oíd."<br />
Mirando hacia <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o con reverente expectación, <strong>el</strong> pueblo vio a un Varón en ropas blancas, que<br />
descendió en medio de <strong>el</strong>los. Les habló, y dijo: "He aquí, soy Jesucristo, de quien los profetas<br />
testificaron que vendría al mundo. Y he aquí, soy la luz y la vida d<strong>el</strong> mundo; y he bebido de la amarga<br />
copa que <strong>el</strong> Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados d<strong>el</strong> mundo,<br />
con lo cual he cumplido la voluntad d<strong>el</strong> Padre en todas las cosas desde <strong>el</strong> principio." Entonces la<br />
multitud se postró en actitud de adoración, porque todos se acordaron que sus profetas habían predicho<br />
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