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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser<br />

cabeza d<strong>el</strong> ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, dado a<br />

los hombres, en que podamos ser salvos."<br />

Llenos de consternación, los jerarcas comprendieron que la obra que habían intentado destruir con<br />

la crucifixión de Jesucristo, ahora se estaba extendiendo como nunca. Con desesperación ordenaron a<br />

los apóstoles "que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en <strong>el</strong> nombre de Jesús". Sin embargo,<br />

Pedro y Juan respondieron osadamente: "Juzgad si es justo d<strong>el</strong>ante de Dios obedecer a vosotros antes<br />

que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído." Los oficiales sacerdotales<br />

no se atrevieron a impugnar manifiestamente esta respuesta de justo reproche, y tuvieron que<br />

conformarse con amenazarlos.<br />

La Iglesia creció con rapidez sorprendente, "y los que creían en <strong>el</strong> Señor aumentaban más, gran<br />

número así de hombres como de mujeres". Tan abundantemente se manifestó <strong>el</strong> don de sanidades en <strong>el</strong><br />

ministerio de los apóstoles, que así como habían hecho con <strong>Cristo</strong>, las multitudes ahora los seguían,<br />

llevándoles sus enfermos y los poseídos de espíritus inmundos "y todos eran sanados". Era tan grande<br />

la fe de los creyentes "que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que<br />

al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de <strong>el</strong>los". 1 "<br />

El sumo sacerdote y sus altivos colegas saduceos mandaron aprehender de nuevo a los apóstoles y<br />

los encerraron en la cárc<strong>el</strong> pública. Pero esa noche <strong>el</strong> áng<strong>el</strong> d<strong>el</strong> Señor abrió las puertas de sus<br />

calabozos y sacó a los prisioneros, indicándoles que fuesen al templo y continuaran proclamando su<br />

testimonio d<strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>. Los apóstoles obedecieron, y en <strong>el</strong>lo estaban cuando se reunió <strong>el</strong> Sanedrín para<br />

juzgarlos. Los alguaciles enviados a llevar a los prisioneros al tribunal volvieron con las manos vacías,<br />

y dijeron: "Por cierto, la cárc<strong>el</strong> hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie<br />

ante las puertas, mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro." En este estado de impotente<br />

consternación se encontraban los jueces cuando llegó uno con las nuevas de que aqu<strong>el</strong>los a quienes<br />

buscaban se hallaban predicando en los patios d<strong>el</strong> templo en esos momentos. El capitán y su guardia<br />

arrestaron a los apóstoles por tercera vez y los trajeron, aunque sin violencia, porque temían al pueblo.<br />

El sumo sacerdote acusó a los prisioneros mediante una pregunta y afirmación: "¿No os mandamos<br />

estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra<br />

doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre." Sin embargo, cuán recientemente<br />

estos mismos gobernantes habían incitado a la multitud a que pronunciara la terrible imprecación: "Su<br />

sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos."<br />

Lejos de intimidarse por la augusta presencia o amen-drentarse por aqu<strong>el</strong>las palabras o hechos<br />

amenazantes, Pedro y los otros apóstoles replicaron, diciendo que aqu<strong>el</strong>los que se sentaban allí para<br />

juzgar eran los asesinos d<strong>el</strong> Hijo de Dios. Meditemos bien esta solemne afirmación: "Es necesario<br />

obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros<br />

matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador,<br />

para dar a Isra<strong>el</strong> arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas,<br />

y también <strong>el</strong> Espíritu Santo, <strong>el</strong> cual ha dado Dios a los que le obedecen."<br />

Cerrando y remachando sus corazones contra <strong>el</strong> testimonio de los <strong>el</strong>egidos d<strong>el</strong> Señor, los<br />

principales sacerdotes, escribas y ancianos d<strong>el</strong> pueblo consultaron entre sí sobre la mejor manera de<br />

matar a esos hombres. Sin embargo, entre estos jueces de tendencias asesinas hubo por lo menos una<br />

excepción honorable. Gamali<strong>el</strong>, fariseo y distinguido doctor de la ley, maestro de Saulo de Tarso—<br />

conocido como Pablo <strong>el</strong> apóstol después de su conversión, obras y comisión divina—se puso de pie en<br />

<strong>el</strong> concilio, y habiendo instruido que sacaran a los apóstoles d<strong>el</strong> tribunal, amonestó a sus compañeros<br />

sobre la injusticia que tenían pensado cometer. Les citó los ejemplos de algunos que se habían<br />

levantado, falsamente declarando ser enviados de Dios, cada uno de los cuales había fracasado<br />

completa e ignominiosamente en sus planes sediciosos; y así también se desvanecerían aqu<strong>el</strong>los<br />

hombres, si la obra que profesaban era invención d<strong>el</strong> hombre; "mas si es de Dios—advirtió <strong>el</strong><br />

imparcial y erudito doctor de la ley-—no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra<br />

Dios"." El consejo de Gamali<strong>el</strong> prevaleció por lo pronto, al grado de causar que les perdonasen la vida<br />

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