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estos términos: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en <strong>el</strong> nombre d<strong>el</strong><br />
Padre, y d<strong>el</strong> Hijo, y d<strong>el</strong> Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado;<br />
y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta <strong>el</strong> fin d<strong>el</strong> mundo. Amén."<br />
Cuando <strong>Cristo</strong> y los discípulos llegaron hasta Betania, <strong>el</strong> Señor alzó sus manos y los bendijo;<br />
mientras aún hablaba, ascendió de entre <strong>el</strong>los, y vieron que era alzado hasta que una nube lo ocultó de<br />
sus ojos. Entre tanto que los apóstoles se hallaban con los ojos puestos en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, aparecieron junto a<br />
<strong>el</strong>los "dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué<br />
estáis mirando al ci<strong>el</strong>o? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al ci<strong>el</strong>o, así vendrá como le<br />
habéis visto ir al ci<strong>el</strong>o".<br />
Reverentemente y llenos de gozo los apóstoles volvieron a Jerusalén para esperar allí la venida d<strong>el</strong><br />
Consolador. La ascensión d<strong>el</strong> Señor se había realizado; tan verdaderamente literal fue la partida de<br />
Jesús, como lo fue su resurrección, mediante la cual su espíritu volvió a su propio cuerpo físico que<br />
hasta ese momento había estado muerto. En <strong>el</strong> mundo quedó, y aún queda, la gloriosa promesa de que<br />
Jesús <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>—<strong>el</strong> mismo Ser que ascendió d<strong>el</strong> Monte de los Olivos con su cuerpo inmortal de carne y<br />
huesos—volverá y descenderá de los ci<strong>el</strong>os en la misma forma y substancia materiales.<br />
NOTAS AL CAPITULO 37.<br />
1. No se sabe <strong>el</strong> tiempo y manera precisos en que <strong>Cristo</strong> salió de la tumba.—Nuestro Señor<br />
predijo en forma definitiva su resurrección de los muertos al tercer día (Mateo 16:21; 17:23; 20:19;<br />
Marc. 9:31; 10:34; Lucas 9:22; 13:32; 18:33); y los áng<strong>el</strong>es en <strong>el</strong> sepulcro (Luoas 2:47) así como <strong>el</strong><br />
propio Señor resucitado (Lucas 24:46) verificaron <strong>el</strong> cumplimiento de las profecías, y así lo<br />
testificaron los apóstoles en años posteriores. (Hech. 10:40; í Cor. 15:4) Esta referencia al tercer día no<br />
debe entenderse que significa tres días completos. Los judíos empezaban a contar las horas diarias<br />
desde la puesta d<strong>el</strong> sol, de modo que la hora antes de la puesta d<strong>el</strong> sol y la que seguía después<br />
pertenecían a distintos días. Jesús murió y fue sepultado <strong>el</strong> viernes en la tarde. Su cuerpo muerto<br />
estuvo en la tumba parte d<strong>el</strong> viernes (<strong>el</strong> primer día), durante <strong>el</strong> sábado, o como dividimos los días,<br />
desde la puesta d<strong>el</strong> sol d<strong>el</strong> viernes hasta la puesta d<strong>el</strong> sol d<strong>el</strong> sábado (<strong>el</strong> segundo día) y parte d<strong>el</strong><br />
domingo (<strong>el</strong> tercer día). No sabemos cuál fue la hora, entre la puesta d<strong>el</strong> sol d<strong>el</strong> sábado y la aurora d<strong>el</strong><br />
domingo, cuando se levantó.<br />
El hecho de que en la alborada d<strong>el</strong> domingo ocurrió un temblor, y <strong>el</strong> áng<strong>el</strong> d<strong>el</strong> Señor descendió y<br />
quitó la piedra de la entrada d<strong>el</strong> sepulcro—cosa que deducimos de S. Mateo 28:1, 2—no es evidencia<br />
de que <strong>Cristo</strong> no pudo haber resucitado antes. Se quitó la piedra y se rev<strong>el</strong>ó <strong>el</strong> interior d<strong>el</strong> sepulcro a<br />
fin de que quienes llegaran pudieran ver por sí mismos que <strong>el</strong> cuerpo d<strong>el</strong> Señor ya no estaba allí; pero<br />
no fue necesario abrirle la puerta al <strong>Cristo</strong> resucitado para poder salir. En su estado inmortal podía<br />
aparecer y desaparecer, aunque fuera en un lugar cerrado. Un cuerpo resucitado, aunque de substancia<br />
tangible y con todos los órganos de un cuerpo físico, no está sujeto a la graveded de la tierra, ni<br />
pueden interrumpir sus movimientos los obstáculos materiales. Para nosotros, que limitamos <strong>el</strong><br />
movimiento únicamente a las tres dimensiones d<strong>el</strong> espacio, es necesariamente incomprensible <strong>el</strong> paso<br />
de una substancia sólida, como por ejemplo un cuerpo viviente de carne y huesos, a través de un muro<br />
de piedras. Sin embargo, <strong>el</strong> ejemplo d<strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> resucitado, junto con los movimientos de otros<br />
personajes también resucitados, establecen que estos seres se mueven de acuerdo con leyes, para <strong>el</strong>los<br />
naturales, que les permiten introducirse en esa forma. De ahí que en septiembre de 1823, Moroni,<br />
profeta nefita que había muerto aproximadamente en <strong>el</strong> año 400 de nuestra era, le apareció a José<br />
Smith en su alcoba tres veces durante la misma noche, yendo y viniendo sin que lo interrumpieran en<br />
lo más mínimo los muros o <strong>el</strong> techo de la casa. (Véase P. de G.P., José Smíth 2:45; también Artículos<br />
de Fe, por <strong>el</strong> autor, págs. 14, 15.) La corporeidad de Moroni, manifestada por <strong>el</strong> hecho de que tenía en<br />
sus manos las planchas metálicas sobre las cuales estaba grabada la historia que nosotros conocemos<br />
como <strong>el</strong> Libro de Mormón, evidencia que era un hombre resucitado. En igual manera los seres<br />
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