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de los discípulos la tarde d<strong>el</strong> Domingo de Resurrección. Se le comunicó lo que los otros habían<br />
presenciado, pero esto no lo convenció; y ni <strong>el</strong> solemne testimonio, "al Señor hemos visto", logró<br />
despertar la fe en su corazón. En su estado de escepticismo mental, exclamó: "Si no viere en sus<br />
manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en <strong>el</strong> lugar de los clavos, y metiere mi mano en su<br />
costado, no creeré."<br />
Debemos templar nuestro juicio con precaución y amor antes de resolver sobre la disposición<br />
incrédula de este hombre. Difícilmente podía impugnar las circunstancias ampliamente atestiguadas<br />
d<strong>el</strong> sepulcro vacío, o la veracidad de María Magdalena y las otras mujeres con respecto a la presencia<br />
de los áng<strong>el</strong>es y la aparición d<strong>el</strong> Señor; o <strong>el</strong> testimonio de Pedro, o <strong>el</strong> de toda la compañía reunida;<br />
pero quizá interpretaba estas manifestaciones declaradas como una serie de visiones subjetivas, y<br />
vagamente suponía que la ausencia d<strong>el</strong> cuerpo d<strong>el</strong> Señor había resultado de la restauración<br />
sobrenatural da <strong>Cristo</strong> a la vida, seguida de una partida corporal y final de la tierra. Lo que Tomás<br />
disputaba era la manifestación corpórea d<strong>el</strong> Señor resucitado, así como las señales de las heridas<br />
consiguientes a la crucifixión y la invitación de palpar y tocar <strong>el</strong> cuerpo resucitado de carne y huesos.<br />
Carecía de ese mismo concepto definitivo de la resurrección que le permitiera aceptar en forma literal<br />
<strong>el</strong> testimonio de sus hermanos y hermanas que habían visto, oído y palpado.<br />
Al cabo de una semana, porque así se entiende la designación hebrea "ocho días después", y por<br />
consiguiente, fue <strong>el</strong> siguiente domingo—día de la semana que más tarde llegó a conocerse en la Iglesia<br />
como <strong>el</strong> "día d<strong>el</strong> Señor", y a observarse como <strong>el</strong> día de reposo en lugar d<strong>el</strong> sábado mosaico* —los<br />
discípulos se hallaban congregados otra vez, y Tomás con <strong>el</strong>los. Se estaba efectuando la reunión con<br />
las puertas cerradas, y supuestamente vigiladas, porque había p<strong>el</strong>igro de que los interrumpieran los<br />
alguaciles judíos. En estas circunstancias llegó Jesús, "y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.<br />
Luego dijo a Tomas: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y mét<strong>el</strong>a en mi costado; y<br />
no seas incrédulo, sino creyente."<br />
La mente escéptica de Tomás fue instantáneamente despejada, y quedó purificado su corazón<br />
dudoso. La convicción de la gloriosa verdad inundó su alma, y con reverencia contrita se postró<br />
d<strong>el</strong>ante de su Salvador, expresando a la vez su reverente admisión de la divinidad de <strong>Cristo</strong>: "¡Señor<br />
mío y Dios míol" Se aceptó su adoración, y <strong>el</strong> Salvador le dijo: "Porque me has visto, Tomás, creíste;<br />
bienaventurados los que no vieron, y creyeron."<br />
JUNTO AL MAR DE GALILEA.<br />
Tanto <strong>el</strong> áng<strong>el</strong> que se apareció en <strong>el</strong> sepulcro, como a su vez <strong>el</strong> propio <strong>Cristo</strong> resucitado, habían<br />
instruido a los apóstoles que fueran a Galilea, donde verían al Señor, de conformidad con lo que les<br />
había declarado antes de su muerte. 2 Demoraron su partida hasta una semana después de la<br />
resurrección y entonces, una vez más en su provincia nativa, se pusieron a esperar. En la tarde de uno<br />
de esos días de espera, Pedro dijo a seis de los apóstoles que estaban con él: "Voy a pescar"; a lo cual<br />
los otros contestaron: "Vamos nosotros también contigo." Sin más dilación entraron en una barca de<br />
pescar, y aunque trabajaron toda la noche, cuantas veces echaban la red, la sacaban vacía. Al<br />
aproximarse la aurora se dirigieron hacia la playa chasquedos y desanimados. En la tenue luz de la<br />
alborada oyeron que alguien llamaba desde la ribera, preguntando: "Hijitos, ¿tenéis algo de comer?""<br />
Al oir la voz, "le respondieron: No". Era Jesús quien preguntaba, aunque ninguno de los que se<br />
hallaban en la barca lo reconoció. Volvió a llamarlos, diciendo: "Echad la red a la derecha de la barca,<br />
y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces." Fue tan<br />
sorprendente <strong>el</strong> resultado al obedecer las instrucciones dadas, que debe haberles parecido milagroso;<br />
indudablemente les hizo recordar aqu<strong>el</strong>la otra maravillosa pesca que había sobrepujado su habilidad<br />
como pescadores; y por lo menos tres testigos d<strong>el</strong> milagro anterior se hallaban ahora en <strong>el</strong> barco.<br />
Juan, sitempre presto para discernir, dijo a Pedro: "¡Es <strong>el</strong> Señor!"; y éste, impulsivo como siempre,<br />
rápidamente se ciñó la ropa y se echó al agua para llegar más pronto a la orilla y postrarse a los pies de<br />
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