Jesus el Cristo - Cumorah.org

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CRISTO CAMINA Y HABLA CON DOS DE LOS DISCÍPULOS. La tarde de ese mismo domingo, dos discípulos, no de los apóstoles, se apartaron del pequeño grupo de creyentes en Jerusalén y se dirigieron hacia la aldea de Emaús, que se hallaba a unos once o doce kilómetros de la ciudad. El tema de su conversación sólo pudo haber sido uno, y de este asunto hablaban al andar, citando los varios acontecimientos de la vida del Señor, refiriéndose en forma particular a su muerte, ocurrencia que había puesto tan triste fin a sus esperanzas de un reino mesiánico, y maravillándose profundamente del incomprensible testimonio de las mujeres concerniente a su reaparición en calidad de alma viviente. Mientras caminaban, absortos en su triste y profunda conversación, se unió a ellos otro Viajero. Era el Señor Jesús; "mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen". Con atento interés les preguntó: "¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?" Uno de los discípulos, llamado Cleofas, contestó con sorpresa y un poco de conmiseración al ver la aparente ignorancia del Desconocido: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?" Resuelto a arrancar de sus labios una declaración completa del asunto que los agitaba tan visiblemente, el Cristo incógnito preguntó: "¿Qué cosas?" Dejando de lado la reticencia, respondieron: "De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron." Con voz afligida continuaron su relato explicando cómo habían cifrado sus esperanzas en que Jesús, para entonces crucificado, hubiese probado ser el Mesías enviado a redimir a Israel; pero "hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido". Entonces cobrando un poco más de ánimo, pero perplejos todavía, le informaron que unas mujeres de su compañía los habían asombrado esa mañana con la noticia de que yendo temprano a visitar el sepulcro, habían descubierto que el cuerpo del Señor no estaba allí, y "vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive". Además de las mujeres, otros habían ido a la tumba y verificado la ausencia del cuerpo, pero sin haber visto al Señor. Entonces Jesús, reprendiendo con tiernos acentos a sus compañeros de viaje por ser tan "insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho", les preguntó impresionantemente: "¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?" Comenzando desde las inspiradas declaraciones de Moisés, les explicó las Escrituras, refiriéndose a todas las palabras proféticas relacionadas con la misión del Salvador. Habiendo acompañado a los dos hombres hasta su destino, Jesús "hizo como que iba más lejos", pero lo instaron a que permaneciera con ellos porque el día ya había declinado. Aceptó su ruego hospitalario de acompañarlos a la casa, y en cuanto hubieron preparado su comida sencilla se sentó con ellos a la mesa. En calidad de Invitado de honor, "tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio". Quizá hubo algo en el fervor de la bendición, o en la manera de partir y distribuir el pan, que les evocó recuerdos de otros días—o posiblemente vieron las manos heridas—pero cualquiera que haya sido la causa inmediata, los dos discípulos miraron de fijo a su Huésped, y "les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista". Bajo el impulso de un asombro gozoso se levantaron de la mesa, reprochándose el uno al otro por no haberlo reconocido antes. "¿No ardía nuestro corazón en nosotros—dijo uno de ellos—mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?" Inmediatamente se volvieron sobre sus pasos y regresaron en el acto a Jerusalén, para confirmar con su testimonio lo que los hermanos vacilaban en aceptar. EL SEÑOR RESUCITADO SE APARECE A LOS DISCÍPULOS EN JERUSALÉN Y COME EN PRESENCIA DE ELLOS. Cuando Cleofas y su compañero llegaron a Jerusalén esa noche, hallaron a los apóstoles reunidos 358

con otros creyentes devotos en solemne y reverente asamblea, con las puertas cerradas. Habían tomado estas medidas de precaución "por miedo de los judíos". Aun los apóstoles se habían dispersado por motivo del arresto, condenación y asesinato judicial de su Maestro; pero al oir la noticia de su resurrección, ellos y los discípulos en general se rehicieron para formar el núcleo de un ejército que en breve se extendería por todo el mundo. Los dos discípulos volvieron para encontrarse con la gozosa nueva de que "ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón". Esta referencia es la única que hacen los escritores evangélicos a la apariencia personal de Cristo a Simón Pedro ese día. La entrevista entre el Señor y su ayer tímido, pero hoy arrepentido apóstol, debe haber sido conmovedora en extremo. El remordimiento de Pedro por haber negado a Cristo en el palacio del sumo sacerdote fue profundo y digno de lástima; aun pudo haber dudado que el Maestro volviera a llamarlo su siervo; pero deben haber resurgido sus esperanzas al oir el mensaje de las mujeres que volvían de la tumba, en el cual el Señor mandaba saludos a los apóstoles, a quienes por primera vez llamaba hermanos, 5 sin excluir a Pedro de esta honorable y cariñosa designación; además, la comisión del ángel a las mujeres había dado prominencia a Pedro, haciendo particular mención de él. r A su apóstol arrepentido vino el Señor, indudablemente con perdón y seguridad consoladora. Pedro mismo guarda silencio reverente concerniente a la visita, pero Pablo presenta su testimonio de este hecho como una de las pruebas definitivas de la resurrección del Señor. Tras el jubiloso testimonio de los creyentes reunidos, Cleofas y su compañero relataron cómo los había acompañado el Señor mientras iban a Emaús, las cosas que les había enseñado y la manera en que lo reconocieron al partir el pan. En tanto que la pequeña compañía estaba conversando, "Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros". Todos se espantaron, suponiendo con temor supersticioso que se había introducido un fantasma entre ellos. Entonces el Señor los calmó, diciendo: "¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo." Entonces les mostró las heridas en sus manos, pies y costado. "Ellos, de gozo, no lo creían", es decir, juzgaban la realidad que estaban presenciando, de ser demasiado grande, demasiado gloriosa, para ser cierta. A fin de asegurarlos más firmemente que no era una forma insubstancial, o un ser inmaterial de substancia intangible, sino un Personaje viviente dotado de órganos internos así como externos, les preguntó: "¿Tenéis aquí algo de comer?" Le ofrecieron parte de un pez asado y otros alimentos, 1 que El "tomó y comió delante de ellos". Estas evidencias indisputables de la corporeidad de su Visitante tranquilizó los pensamientos de los discípulos y les permitió pensar más racionalmente; y viéndolos sosegados y receptivos, el Señor les recordó que todo cuanto le aconteció se verificó de acuerdo con lo que les había dicho mientras estuvo con ellos. Ante su divina presencia su entendimiento se vivificó y ensanchó, de modo que pudieron comprender, como nunca jamás, las Escrituras—la Ley de Moisés, los libros de los profetas y los Salmos—concernientes a El. Atestiguó la necesidad de su muerte, ahora realizada, tan plenamente como la había predicho y afirmado previamente. Entonces añadió: "Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalcn. Y vosotros sois testigos de estas cosas." Entonces los discípulos se llenaron de gozo. Cuando estaba a punto de partir, el Señor los bendijo, diciendo: "Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envió—comisión autorizada que se refirió personalmente a los apóstoles—y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos." INCREDULIDAD DE TOMÁS. Uno de los apóstoles, Tomás, se hallaba ausente cuando el Señor Jesús se apareció en la reunión 359

con otros creyentes devotos en solemne y reverente asamblea, con las puertas cerradas. Habían<br />

tomado estas medidas de precaución "por miedo de los judíos". Aun los apóstoles se habían<br />

dispersado por motivo d<strong>el</strong> arresto, condenación y asesinato judicial de su Maestro; pero al oir la<br />

noticia de su resurrección, <strong>el</strong>los y los discípulos en general se rehicieron para formar <strong>el</strong> núcleo de un<br />

ejército que en breve se extendería por todo <strong>el</strong> mundo. Los dos discípulos volvieron para encontrarse<br />

con la gozosa nueva de que "ha resucitado <strong>el</strong> Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón". Esta<br />

referencia es la única que hacen los escritores evangélicos a la apariencia personal de <strong>Cristo</strong> a Simón<br />

Pedro ese día. La entrevista entre <strong>el</strong> Señor y su ayer tímido, pero hoy arrepentido apóstol, debe haber<br />

sido conmovedora en extremo. El remordimiento de Pedro por haber negado a <strong>Cristo</strong> en <strong>el</strong> palacio d<strong>el</strong><br />

sumo sacerdote fue profundo y digno de lástima; aun pudo haber dudado que <strong>el</strong> Maestro volviera a<br />

llamarlo su siervo; pero deben haber resurgido sus esperanzas al oir <strong>el</strong> mensaje de las mujeres que<br />

volvían de la tumba, en <strong>el</strong> cual <strong>el</strong> Señor mandaba saludos a los apóstoles, a quienes por primera vez<br />

llamaba hermanos, 5 sin excluir a Pedro de esta honorable y cariñosa designación; además, la comisión<br />

d<strong>el</strong> áng<strong>el</strong> a las mujeres había dado prominencia a Pedro, haciendo particular mención de él. r A su<br />

apóstol arrepentido vino <strong>el</strong> Señor, indudablemente con perdón y seguridad consoladora. Pedro mismo<br />

guarda silencio reverente concerniente a la visita, pero Pablo presenta su testimonio de este hecho<br />

como una de las pruebas definitivas de la resurrección d<strong>el</strong> Señor.<br />

Tras <strong>el</strong> jubiloso testimonio de los creyentes reunidos, Cleofas y su compañero r<strong>el</strong>ataron cómo los<br />

había acompañado <strong>el</strong> Señor mientras iban a Emaús, las cosas que les había enseñado y la manera en<br />

que lo reconocieron al partir <strong>el</strong> pan. En tanto que la pequeña compañía estaba conversando, "Jesús se<br />

puso en medio de <strong>el</strong>los, y les dijo: Paz a vosotros". Todos se espantaron, suponiendo con temor<br />

supersticioso que se había introducido un fantasma entre <strong>el</strong>los.<br />

Entonces <strong>el</strong> Señor los calmó, diciendo: "¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos<br />

pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no<br />

tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo." Entonces les mostró las heridas en sus manos, pies y<br />

costado. "Ellos, de gozo, no lo creían", es decir, juzgaban la realidad que estaban presenciando, de ser<br />

demasiado grande, demasiado gloriosa, para ser cierta. A fin de asegurarlos más firmemente que no<br />

era una forma insubstancial, o un ser inmaterial de substancia intangible, sino un Personaje viviente<br />

dotado de órganos internos así como externos, les preguntó: "¿Tenéis aquí algo de comer?" Le<br />

ofrecieron parte de un pez asado y otros alimentos, 1 que El "tomó y comió d<strong>el</strong>ante de <strong>el</strong>los".<br />

Estas evidencias indisputables de la corporeidad de su Visitante tranquilizó los pensamientos de<br />

los discípulos y les permitió pensar más racionalmente; y viéndolos sosegados y receptivos, <strong>el</strong> Señor<br />

les recordó que todo cuanto le aconteció se verificó de acuerdo con lo que les había dicho mientras<br />

estuvo con <strong>el</strong>los. Ante su divina presencia su entendimiento se vivificó y ensanchó, de modo que<br />

pudieron comprender, como nunca jamás, las Escrituras—la Ley de Moisés, los libros de los profetas<br />

y los Salmos—concernientes a El. Atestiguó la necesidad de su muerte, ahora realizada, tan<br />

plenamente como la había predicho y afirmado previamente. Entonces añadió: "Así está escrito, y así<br />

fue necesario que <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en<br />

su nombre <strong>el</strong> arrepentimiento y <strong>el</strong> perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde<br />

Jerusalcn. Y vosotros sois testigos de estas cosas."<br />

Entonces los discípulos se llenaron de gozo. Cuando estaba a punto de partir, <strong>el</strong> Señor los bendijo,<br />

diciendo: "Paz a vosotros. Como me envió <strong>el</strong> Padre, así también yo os envió—comisión autorizada<br />

que se refirió personalmente a los apóstoles—y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid <strong>el</strong><br />

Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les<br />

son retenidos."<br />

INCREDULIDAD DE TOMÁS.<br />

Uno de los apóstoles, Tomás, se hallaba ausente cuando <strong>el</strong> Señor Jesús se apareció en la reunión<br />

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