Jesus el Cristo - Cumorah.org
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vestidos de blanco, "el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto". Con tierno acento le preguntaron: "Mujer, ¿por qué lloras?" En su respuesta no pudo más que expresar de nuevo el dolor que la agobiaba: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." La ausencia del cuerpo, que para ella era todo lo que permanecía de Aquel a quien había amado tan profundamente, representaba una pérdida personal. Se manifiesta un torrente de sentimiento y cariño en sus palabras: "Se han llevado a mi Señor." Volviéndose de la tumba que, aun cuando iluminada en ese momento por aquella presencia angélica, para ella se encontraba vacía y abandonada, se enteró de otro Personaje que estaba cerca de ella. Oyó su pregunta compasiva: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Casi sin levantar su llorosa faz hacia su interrogante, vagamente suponiendo que era. el hortelano, y que tal vez él sabía dónde se hallaba el cuerpo de su Maestro, exclamó: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré." Sabía que habían depositado a Jesús en una tumba ajena; si el cuerpo había sido desahuciado de ese sitio, estaba preparada para proporcionarle otro. "Dime dónde lo has puesto"—le rogó. Era Jesús, su querido Señor, a quien hablaba, pero no lo sabía. Una palabra de sus labios vivientes transformó su vehemente dolor en gozo extático. "Jesús le dijo: ¡María!" La voz, el tono, el tierno acento que ella había escuchado y amado en días anteriores la elevó de la profundidad desesperante en que había caído. Se volvió y miró al Señor, y en un arrebato de alegría extendió los brazos para estrecharlo, pronunciando una sola palabra de cariño y adoración, "Raboni", que significa mi amado Maestro. Jesús contuvo su impulsiva manifestación de amor reverente, diciendo: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." A una mujer, María de Magdala, se concedió el honor de ser la primera de todos los seres mortales en ver a un Alma resucitada, al propio Señor Jesús. e Más adelante el Cristo resucitado se manifestó a otras mujeres favorecidas, entre ellas, María, madre de José, y Juana, y Salomé, madre de los apóstoles Santiago y Juan. Estas y las otras mujeres que las acompañaban se habían asustado con la presencia del ángel en el sepulcro, y se habían alejado con sentimientos de temor mezclados con gozo. No estuvieron presentes al tiempo en que Pedro y Juan entraron en el sepulcro, ni posteriormente cuando el Señor se manifestó a María Magdalena. Probablemente volvieron más tarde, pues parece que algunas dé ellas entraron en el sepulcro y vieron que el cuerpo del Señor no estaba allí. Encontrándose perplejas y asombradas, se dieron cuenta de la presencia de dos varones en vestidos resplandecientes, y al bajar las mujeres "el rostro a tierra", los ángeles les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras." 1 Y mientras se dirigían a la ciudad para comunicar el mensaje a los discípulos, "Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán." Uno podrá preguntarse por qué Jesús le prohibió a María Magdalena que lo tocara, y corto tiempo después permitió que otras mujeres le abrazaran los pies al inclinarse reverentemente delante de El. Podemos suponer que el arrebato emocional de María fue causado más bien por un sentimiento de cariño personal pero santo, que por el impulso de una adoración devota que expresaron las otras mujeres. Aunque el Cristo resucitado mostró la misma consideración amigable y estrecha que había manifestado en su estado terrenal hacia aquellos con quienes se había asociado íntimamente, ahora ya no era literalmente uno de ellos. Había en El una dignidad que vedaba la íntima familiaridad personal. A María Magdalena Cristo dijo: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre." Si la segunda frase fue una explicación de la primera, nos vemos compelidos a deducir que a ninguna mano humana le fue permitido tocar el cuerpo resucitado e inmortal del Señor, sino hasta después que se hubo presentado al Padre. Parece razonable y probable que entre la ocasión del impulsivo intento de María de tocar al Señor, y el acto de las. otras mujeres que le abrazaron los pies al inclinarse para adorarlo 356
everentemente, Cristo ascendió a su Padre; y entonces volvió a la tierra para continuar su ministerio en su estado resucitado. María Magdalena y las otras mujeres relataron a los discípulos la maravillosa narración de lo que había acontecido a cada una de ellas, pero los hermanos no podían creer lo que decían, y "les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían". h Después de todo lo que Cristo les había enseñado concerniente a su resurrección de los muertos al tercer día, 1 los apóstoles no eran capaces de aceptar la realidad de lo ocurrido; en sus pensamientos la resurrección era un acontecimiento misterioso y remoto, no una posibilidad actual. No existía ni precedente ni analogía para las cosas que estas mujeres contaban—de que una persona muerta volviese a vivir con un cuerpo de carne y huesos que pudiera verse y palparse—con excepción de los casos del joven de Naín, la hija de Jairo y el querido Lázaro de Betania; pero en la restauración de éstos a una vida terrenal, y la resurrección rumorada de Jesús, ellos veían diferencias esenciales. Una perplejidad profunda y dudas inquietantes reemplazaron, en este primer día de la semana, la angustia y sensación de pérdida irreparable que caracterizaron sus pensamientos el día de reposo de ayer. Pero mientras los apóstoles vacilaban en creer que Cristo realmente había resucitado, las mujeres, menos escépticas y más confiadas, lo sabían; porque no sólo lo vieron, sino oyeron su voz, y algunas le habían tocado los pies. FRAUDULENTA CONSPIRACIÓN SACERDOTA. Cuando los guardas romanos se hubieron recobrado lo suficiente de su temor para huir precipitadamente del sepulcro, fueron a los principales sacerdotes, bajo cuyas órdenes Pilato los había puesto, e informaron de los acontecimientos sobrenaturales que habían presenciado. Estos jerarcas eran saduceos, y uno de los rasgos distintivos de su partido o secta consistía en negar que era posible la resurrección de los muertos. Se convocó una sesión del Sanedrín, y se dio consideración al inquietante informe de los guardas. Con el mismo espíritu con que habían procurado matar a Lázaro, a fin de sofocar el interés popular manifestado en el milagro de su restauración a la vida, estos engañadores sacerdotales ahora conspiraron para desacreditar la verdad de la resurrección de Cristo sobornando a los soldados para que mintiesen. Se les aconsejó que dijeran: "Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos", ofreciéndoles mucho dinero si esparcían esta mentira. Los soldados aceptaron la tentadora proposición e hicieron lo que les fue mandado, ya que este paso les parecía la mejor manera de salir de una situación crítica. En caso de que los declarasen culpables de dormirse en sus puestos, serían ejecutados en el acto; 1 pero los judíos los alentaron con esta promesa: "Si esto lo oyere el gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo." Se debe tener presente que se puso a los soldados a las órdenes de los principales sacerdotes, y se supone, por tanto, que no estaban obligados a informar los detalles de sus hechos a las autoridades romanas. El cronista agrega que hasta el día en que él estaba escribiendo, se había extendido entre los judíos la calumnia de que los discípulos habían sacado del sepulcro el cuerpo de Cristo. La totalmente insostenible posición de la falsa comunicación es palpable. Si todos los soldados se durmieron — ocurrencia sumamente improbable en vista de que esta negligencia constituía una ofensa capital— ¿cómo les fue posible saber que alguien se había acercado al sepulcro? Y con mayor particularidad, ¿cómo podían comprobar su declaración, aun cuando hubiese sido cierto que el cuerpo fue hurtado, y los discípulos habían sido los ladrones? Fueron los principales sacerdotes y ancianos del pueblo los que inventaron la falsa noticia. Sin embargo, no todos los del círculo sacerdotal participaron en el acto. Algunos que quizá habían sido discípulos secretos de Jesús antes de su muerte, ya no tuvieron temor de identificarse manifiestamente con la Iglesia, después de quedar completamente convertidos con la evidencia de la resurrección del Señor. Leemos que pocos meses después "muchos de los sacerdotes obedecían a la fe". 357
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vestidos de blanco, "<strong>el</strong> uno a la cabecera, y <strong>el</strong> otro a los pies, donde <strong>el</strong> cuerpo de Jesús había sido<br />
puesto". Con tierno acento le preguntaron: "Mujer, ¿por qué lloras?" En su respuesta no pudo más que<br />
expresar de nuevo <strong>el</strong> dolor que la agobiaba: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han<br />
puesto." La ausencia d<strong>el</strong> cuerpo, que para <strong>el</strong>la era todo lo que permanecía de Aqu<strong>el</strong> a quien había<br />
amado tan profundamente, representaba una pérdida personal. Se manifiesta un torrente de<br />
sentimiento y cariño en sus palabras: "Se han llevado a mi Señor."<br />
Volviéndose de la tumba que, aun cuando iluminada en ese momento por aqu<strong>el</strong>la presencia<br />
angélica, para <strong>el</strong>la se encontraba vacía y abandonada, se enteró de otro Personaje que estaba cerca de<br />
<strong>el</strong>la. Oyó su pregunta compasiva: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Casi sin levantar su<br />
llorosa faz hacia su interrogante, vagamente suponiendo que era. <strong>el</strong> hort<strong>el</strong>ano, y que tal vez él sabía<br />
dónde se hallaba <strong>el</strong> cuerpo de su Maestro, exclamó: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has<br />
puesto, y yo lo llevaré." Sabía que habían depositado a Jesús en una tumba ajena; si <strong>el</strong> cuerpo había<br />
sido desahuciado de ese sitio, estaba preparada para proporcionarle otro. "Dime dónde lo has<br />
puesto"—le rogó.<br />
Era Jesús, su querido Señor, a quien hablaba, pero no lo sabía. Una palabra de sus labios vivientes<br />
transformó su vehemente dolor en gozo extático. "Jesús le dijo: ¡María!" La voz, <strong>el</strong> tono, <strong>el</strong> tierno<br />
acento que <strong>el</strong>la había escuchado y amado en días anteriores la <strong>el</strong>evó de la profundidad desesperante en<br />
que había caído. Se volvió y miró al Señor, y en un arrebato de alegría extendió los brazos para<br />
estrecharlo, pronunciando una sola palabra de cariño y adoración, "Raboni", que significa mi amado<br />
Maestro. Jesús contuvo su impulsiva manifestación de amor reverente, diciendo: "No me toques,<br />
porque aún no he subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro<br />
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios."<br />
A una mujer, María de Magdala, se concedió <strong>el</strong> honor de ser la primera de todos los seres mortales<br />
en ver a un Alma resucitada, al propio Señor Jesús. e Más ad<strong>el</strong>ante <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> resucitado se manifestó a<br />
otras mujeres favorecidas, entre <strong>el</strong>las, María, madre de José, y Juana, y Salomé, madre de los apóstoles<br />
Santiago y Juan. Estas y las otras mujeres que las acompañaban se habían asustado con la presencia<br />
d<strong>el</strong> áng<strong>el</strong> en <strong>el</strong> sepulcro, y se habían alejado con sentimientos de temor mezclados con gozo. No<br />
estuvieron presentes al tiempo en que Pedro y Juan entraron en <strong>el</strong> sepulcro, ni posteriormente cuando<br />
<strong>el</strong> Señor se manifestó a María Magdalena. Probablemente volvieron más tarde, pues parece que<br />
algunas dé <strong>el</strong>las entraron en <strong>el</strong> sepulcro y vieron que <strong>el</strong> cuerpo d<strong>el</strong> Señor no estaba allí. Encontrándose<br />
perplejas y asombradas, se dieron cuenta de la presencia de dos varones en vestidos resplandecientes,<br />
y al bajar las mujeres "<strong>el</strong> rostro a tierra", los áng<strong>el</strong>es les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al<br />
que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en<br />
Galilea, diciendo: Es necesario que <strong>el</strong> Hijo d<strong>el</strong> Hombre sea entregado en manos de hombres<br />
pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces <strong>el</strong>las se acordaron de sus palabras." 1<br />
Y mientras se dirigían a la ciudad para comunicar <strong>el</strong> mensaje a los discípulos, "Jesús les salió al<br />
encuentro, diciendo: ¡Salve! Y <strong>el</strong>las, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús<br />
les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán."<br />
Uno podrá preguntarse por qué Jesús le prohibió a María Magdalena que lo tocara, y corto tiempo<br />
después permitió que otras mujeres le abrazaran los pies al inclinarse reverentemente d<strong>el</strong>ante de El.<br />
Podemos suponer que <strong>el</strong> arrebato emocional de María fue causado más bien por un sentimiento de<br />
cariño personal pero santo, que por <strong>el</strong> impulso de una adoración devota que expresaron las otras<br />
mujeres. Aunque <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> resucitado mostró la misma consideración amigable y estrecha que había<br />
manifestado en su estado terrenal hacia aqu<strong>el</strong>los con quienes se había asociado íntimamente, ahora ya<br />
no era literalmente uno de <strong>el</strong>los. Había en El una dignidad que vedaba la íntima familiaridad personal.<br />
A María Magdalena <strong>Cristo</strong> dijo: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre." Si la segunda<br />
frase fue una explicación de la primera, nos vemos comp<strong>el</strong>idos a deducir que a ninguna mano humana<br />
le fue permitido tocar <strong>el</strong> cuerpo resucitado e inmortal d<strong>el</strong> Señor, sino hasta después que se hubo<br />
presentado al Padre. Parece razonable y probable que entre la ocasión d<strong>el</strong> impulsivo intento de María<br />
de tocar al Señor, y <strong>el</strong> acto de las. otras mujeres que le abrazaron los pies al inclinarse para adorarlo<br />
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