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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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demonio lo había hostigado insidiosamente en forma semejante. Este "Si" constituía <strong>el</strong> último dardo<br />

de Satanás, con sus filosas púas y doblemente ponzoñoso, que volaba hacia su víctima como si fuera<br />

con <strong>el</strong> aterrador silbido de una culebra. ¿Sería posible. en esta etapa final, y la más crítica de la misión<br />

de <strong>Cristo</strong>, hacerlo dudar de su divina categoría de Hijo, o malográndose esto, provocar al Salvador<br />

agonizante a que usara sus poderes sobrehumanos para su alivio personal, o ejecutar un acto de<br />

venganza sobre sus verdugos? El esfuerzo desesperado de Satanás tenía por objeto lograr tal victoria.<br />

El dardo no acertó en <strong>el</strong> blanco. En medio de burlas y vituperios, y no obstante los blasfemos desafíos<br />

e incitaciones diabólicas, <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> moribundo permaneció callado.<br />

Entonces, uno de los ladrones crucificados, movido a la penitencia por <strong>el</strong> valor resignado d<strong>el</strong><br />

Salvador, y reconociendo en la conducta d<strong>el</strong> divino Sufridor algo más que humano, reprendió a su<br />

compañero injurioso, diciendo: "¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?<br />

Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos:<br />

mas éste ningún mal hizo." La confesión de su pecado y su admisión de la justicia de su propia<br />

condenación resultaron en un arrepentimiento in cipiente y la fe en <strong>el</strong> Señor Jesús que padecía a su<br />

lado. "Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino." 0 El Señor contestó esta súplica<br />

penitente con una promesa que solamente El podía entender: "De cierto te digo que hoy estarás<br />

conmigo en <strong>el</strong> paraíso."<br />

Entre los que presenciaban esta tragedia, la mayor de todas en la historia d<strong>el</strong> mundo, se hallaban<br />

algunos que habían venido llenos de tristeza y compasión. No se hace mención de la presencia de<br />

ninguno de los Doce, salvo <strong>el</strong> discípulo "a quien amaba Jesús", Juan <strong>el</strong> Apóstol, evang<strong>el</strong>ista y<br />

rev<strong>el</strong>ador; pero sí se ha escrito en forma particular de ciertas mujeres que, primero desde lejos y luego<br />

al pie de la cruz, lloraban con la angustia d<strong>el</strong> amor y la tristeza. Leemos que: "Estaban junto a la cruz<br />

de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena."<br />

Además de las mujeres nombradas, se hallaban muchas otras, varias de las cuales habían prestado<br />

algún servicio a Jesús en <strong>el</strong> curso de sus labores en Galilea, y eran de las que también habían subid"o<br />

con El a Jerusalén. r Desde <strong>el</strong> punto de vista de consideración, la primera entre todas <strong>el</strong>las era María la<br />

madre de Jesús, en cuya alma se había enclavado la espada, tal como lo había profetizado Simeón <strong>el</strong><br />

justo." Jesús, mirando con tierna compasión a su madre que lloraba junto a Juan al pie de la cruz, la<br />

encomendó al cuidado y protección d<strong>el</strong> discípulo amado, con estas palabras: "Mujer, he ahí tu hijo.";<br />

y a Juan: "He ahí tu madre." El discípulo tiernamente condujo a la acongojada María d<strong>el</strong> lado de su<br />

Hijo moribundo y "la recibió en su casa", y en esa forma asumió inmediatamente la nueva r<strong>el</strong>ación<br />

que su Maestro agonizante había establecido.<br />

Jesús fue clavado sobre la cruz antes d<strong>el</strong> mediodía de ese fatídico viernes, probablemente entre las<br />

nueve y diez de la mañana. Al mediodía se opacó la luz d<strong>el</strong> sol, y una densa niebla se extendió por<br />

todo <strong>el</strong> país. La tenebrosa obscuridad. continuó durante un período de tres horas. La ciencia, no ha<br />

podido explicar satisfactoriamente este notable fenómeno. No pudo haber sido por causa de un eclipse<br />

solar, como se ha sugerido ignorantemente, porque era época de luna llena; por cierto, <strong>el</strong> primer<br />

plenilunio después d<strong>el</strong> equinoxio primaveral determinaba en que día caería la Pascua. La obscuridad<br />

fue <strong>el</strong> resultado de una milagrosa operación de las leyes naturales bajo <strong>el</strong> dominio de un poder divino.<br />

Fue una señal adecuada de la profunda lamentación de la tierra por la muerte inminente de su<br />

Creador.' 1 Los escritores evangélicos reverentemente pasan por alto la agonía mortal que padeció <strong>el</strong><br />

Señor mientras estuvo sobre la cruz.<br />

A la hora de nona, o sea como a las tres de la tarde, sobrepujando la más angustiosa exclamación<br />

de sufrimiento físico, se oyó de la cruz central un fuerte grito que hirió la espantosa obscuridad. Era la<br />

voz de <strong>Cristo</strong> que decía: "Eli Eli, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has<br />

desamparado?" ¿Qué mente humana podrá sondar <strong>el</strong> significado de esa terrible exclamación? Parece<br />

que además de los espantosos sufrimientos consiguientes a la crucifixión, se había repetido de nuevo<br />

la agonía d<strong>el</strong> Getse-maní, intensificada más de lo que <strong>el</strong> poder humano podía soportar. En esa hora<br />

más crítica, <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> agonizante se hallaba a solas, solo en la más terrible realidad. A fin de que <strong>el</strong><br />

sacrificio supremo d<strong>el</strong> Hijo pudiera consumarse en toda su plenitud, parece que <strong>el</strong> Padre retiró <strong>el</strong><br />

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