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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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su Rey. Aunque la maternidad era la gloria de la vida de toda mujer judía, sin embargo, durante las<br />

terribles escenas que muchas de las que entonces lloraban presenciarían, la esterilidad sería<br />

considerada una bendición; porque las que no tuvieran hijos tendrían menos muertos que lamentar, y<br />

por lo menos no conocerían <strong>el</strong> horror de ver a su progenie morir de hambre o en alguna forma violenta;<br />

porque las condiciones de esa época serían tan terribles, que la gente de buena gana desearía que<br />

las montañas les cayeran encima para poner fin a sus padecimientos. Si con <strong>el</strong> "Árbol verde", que se<br />

hallaba cubierto de las hojas de la libertad y la verdad, y ofrecía <strong>el</strong> precioso fruto de la vida eterna, los<br />

opresores de Isra<strong>el</strong> podían hacer lo que entonces estaban haciendo, ¿qué no harían los poderes de la<br />

maldad con las ramas marchitas y <strong>el</strong> tronco seco d<strong>el</strong> judaismo apóstata?<br />

Por las calles de la ciudad, a través de las puertas de los macizos muros, y de allí hasta un lugar<br />

fuera de Jeru-salén pero contiguo a la ciudad, avanzó <strong>el</strong> séquito hacia su destino, un sitio llamado<br />

Gólgota o Calvario, que significa "<strong>el</strong> lugar de la calavera".<br />

LA CRUCIFIXIÓN.<br />

Al llegar al Calvario los crucificador.es oficiales procedieron a llevar a efecto sin más demora la<br />

terrible sentencia que se había pronunciado sobre Jesús y los dos criminales. Era costumbre, antes de<br />

colocar a los condenados sobre la cruz, ofrecer a cada uno de <strong>el</strong>los una bebida narcótica de vino agrio<br />

o vinagre mezclado con mirra, y posiblemente otros ingredientes calmantes, con <strong>el</strong> misericordioso fin<br />

de adormecer la sensibilidad de la víctima. No era costumbre romana, pero se permitía para<br />

contemporizar con los sentimientos de los judíos. Cuando le fue presentada la copa narcotizada, Jesús<br />

la llevó a los labios, pero habiéndose enterado de la naturaleza de su contenido, se negó a beber,<br />

mostrando con <strong>el</strong>lo su determinación de hacer frente a la muerte con sus facultades despiertas y su<br />

mente despejada.<br />

Entonces lo crucificaron sobre la cruz central, y colocaron a uno de los malhechores condenados a<br />

su derecha, y <strong>el</strong> otro a su izquierda. Así se cumplió la visión de Isaías, de que <strong>el</strong> Mesías fue contado<br />

con los pecadores. 1 Son bien pocos los detalles que tenemos de la crucifixión. Sin embargo, sabemos<br />

que nuestro Señor fue clavado sobre la cruz, y que los clavos traspasaron sus manos y sus pies de<br />

acuerdo con <strong>el</strong> método romano, y no atado solamente con cuerdas como se acostumbraba infligir esta<br />

forma de castigo entre otras naciones. La crucifixión era a la vez la más prolongada y dolorosa de<br />

todas las formas de ejecución. La víctima vivía en un tormento cada vez mayor que generalmente<br />

duraba muchas horas, a veces días. Los clavos tan cru<strong>el</strong>mente hincados en las manos y en los pies<br />

penetraban y desgarraban nervios sensibles y d<strong>el</strong>icados tendones, y sin embargo, no producían una<br />

herida mortal. El anh<strong>el</strong>ado alivio de la muerte resultaba d<strong>el</strong> agotamiento causado por <strong>el</strong> intenso e<br />

incesante dolor y la consiguiente inflamación y congestión local de los órganos, debido a la postura<br />

tirante e innatural d<strong>el</strong> cuerpo.<br />

Mientras los crucificadores efectuaban su cru<strong>el</strong> tarea—y no d<strong>el</strong> todo improbable, con mucha<br />

brusquedad e injurias, pues al fin y al cabo su oficio era matar, y por haberlo hecho tantas veces se<br />

habían tornado insensibles hacia <strong>el</strong> dolor—<strong>el</strong> atormentado Sufridor, sin ningún rencor, antes lleno de<br />

piedad por la inhumanidad y cru<strong>el</strong>dad de sus verdugos, pronunció la primera de las siete afirmaciones<br />

que habló desde la cruz. Con <strong>el</strong> espíritu de misericordia divina, oró: "Padre, perdónalos, porque no<br />

saben lo que hacen." No queramos fijarle límites a la misericordia d<strong>el</strong> Señor; debe bastarnos <strong>el</strong> hecho<br />

de que se puede extender a todos los que en cualquier grado justificadamente puedan merecer esa<br />

bendita dádiva. Es significativa la forma en que se expresó esta misericordiosa bendición. Si <strong>el</strong> Señor<br />

hubiese dicho: "Yo os perdono", pudiera haberse entendido que su benigno perdón era sencillamente<br />

la remisión de la cru<strong>el</strong> ofensa cometida contra su Persona, por ser El quien padecía <strong>el</strong> tormento de una<br />

sentencia injusta; pero la invocación d<strong>el</strong> perdón d<strong>el</strong> Padre fue una súplica a favor de aqu<strong>el</strong>los que<br />

habían causado la angustia y la muerte d<strong>el</strong> Bien Amado Hijo d<strong>el</strong> Padre, <strong>el</strong> Salvador y Redentor d<strong>el</strong><br />

mundo. Moisés perdonó a María la ofensa que <strong>el</strong>la cometió contra él como hermano; pero sólo Dios<br />

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