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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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CAPITULO 35<br />

MUERTE Y SEPULTURA.<br />

EN EL CAMINO AL CALVARIO.<br />

H ABIENDO sucumbido renuentemente a las clamorosas demandas de los judíos, Poncio Pilato<br />

dio la orden fatal; y Jesús, despojado d<strong>el</strong> manto de púrpura y vestido nuevamente con su propia ropa,<br />

fue conducido para ser crucificado. Se dio la custodia d<strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> condenado a un cuerpo de soldados<br />

romanos, y al salir la procesión d<strong>el</strong> palacio d<strong>el</strong> gobernador se reunió en pos de <strong>el</strong>los una turba<br />

heterogénea que comprendía oficiales sacerdotales, magistrados de los judíos y personas de varías<br />

nacionalidades. También sacaron a dos malhechores, sentenciados al suplicio de la cruz por <strong>el</strong> crimen<br />

de robo, a fin de ejecutarlos al mismo tiempo. Se trataba de una ejecución triple y la expectativa de<br />

presenciar una escena de horror atrajo a los de pensamientos malsanos, aqu<strong>el</strong>los que se d<strong>el</strong>eitan en ver<br />

los padecimientos de sus semejantes. Sin embargo, había en la multitud varios dolientes sinceros,<br />

como se verá más ad<strong>el</strong>ante. Era costumbre de los romanos ejecutar a los reos en medio de la mayor<br />

notoriedad posible, por motivo de la errada y antisicológica suposición de que <strong>el</strong> espectáculo de un<br />

castigo espantoso surtiría un efecto disuasivo. Este errado concepto de la naturaleza humana todavía<br />

no ha caído enteramente en desuso.<br />

La sentencia de muerte por crucifixión requería que <strong>el</strong> condenado cargara la cruz sobre la cual iba<br />

a padecer. Jesús inició la jornada con la cruz a cuestas; pero la espantosa tensión de las horas<br />

anteriores—la agonía en <strong>el</strong> Getsemaní, <strong>el</strong> salvaje trato recibido en <strong>el</strong> palacio d<strong>el</strong> sumo sacerdote, la<br />

humillación y cru<strong>el</strong>dades infligidas en la corte de Herodes, la terrible flag<strong>el</strong>ación administrada por<br />

orden de Pilato, la brutalidad de los soldados inhumanos, junto con la extrema humillación y agonía<br />

mental de todo aqu<strong>el</strong>lo—había debilitado su <strong>org</strong>anismo físico a tal grado que apenas podía moverse<br />

lentamente bajo <strong>el</strong> peso de la cruz. Los soldados, impacientes a causa de la dilación, perentoriamente<br />

se valieron de un hombre que se dirigía d<strong>el</strong> campo a Jerusalén, y a éste obligaron a que llevara la cruz<br />

de Jesús. Ningún romano o judío habría incurrido voluntariamente en <strong>el</strong> ignominio de llevar a cuestas<br />

tan horrorosa carga; porque todo detalle r<strong>el</strong>acionado con la imposición de la sentencia de crucifixión<br />

era considerado degradante. El hombre que en tal forma fue obligado a seguir los pasos de Jesús,<br />

llevando la cruz sobre la cual <strong>el</strong> Salvador d<strong>el</strong> mundo habría de consumar su gloriosa misión, se<br />

llamaba Simón, natural de Cirene. S. Marcos dice que Simón era padre de Alejandro y de Rufo, y de<br />

<strong>el</strong>lo inferimos que los lectores d<strong>el</strong> evang<strong>el</strong>ista sabían que los dos hijos eran miembros de la Iglesia; y<br />

parece haber cierta indicación de que la familia de Simón de Cirene llegó a ser contada con los<br />

creyentes.<br />

Entre los que seguían la funesta procesión, o la miraban pasar, se encontraban algunos,<br />

particularmente mujeres, que lloraban en alta voz y lamentaban <strong>el</strong> destino hacia <strong>el</strong> cual se dirigía<br />

Jesús. No leemos que un sólo hombre haya osado levantar la voz para protestar o compadecerse; pero<br />

en esta trágica ocasión, así como en otras oportunidades, las mujeres no tuvieron miedo de expresar en<br />

voz alta su conmiseración o alabanza. Jesús había guardado silencio ante la inquisición de los<br />

sacerdotes, permanecido callado durante las humillantes mofas d<strong>el</strong> sensual Herodes y sus burdos<br />

lacayos, y mudo cuando fue golpeado y abofeteado por los salvajes legionarios de Pilato; pero ahora<br />

se volvió a las mujeres, cuyas lamentaciones compasivas llegaron a sus oídos, y pronunció estas<br />

sentimentales y portentosas palabras de amonestación y advertencia: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por<br />

mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán:<br />

Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces<br />

comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en <strong>el</strong><br />

árbol verde hacen estas cosas, ¿en <strong>el</strong> seco, qué no se hará?" Fue <strong>el</strong> último testimonio d<strong>el</strong> Señor<br />

referente al inminente holocausto de destrucción que sobrevendría a la nación por haber rechazado a<br />

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