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puede inferir d<strong>el</strong> hecho de que toda referencia a él aparece únicamente en <strong>el</strong> cuarto evang<strong>el</strong>io, cuyo<br />
autor característicamente se refiere a sí mismo sin identificarse.<br />
Mientras Jesús se hallaba ante <strong>el</strong> Sanedrín, Pedro estaba abajo con los criados. Cuidaba la puerta<br />
una mujer joven cuyas sospechas femeninas se despertaron cuando dio la entrada a Pedro; y mientras<br />
estaba sentado entre la multitud en <strong>el</strong> patio, se le acercó <strong>el</strong>la y habiéndolo observado atentamente, dijo:<br />
"Tú también estabas con Jesús <strong>el</strong> galileo." Pero Pedro lo negó, asegurando que no conocía a Jesús.<br />
Sobrevino al apóstol la inquietud; empezó a molestarlo su conciencia y <strong>el</strong> temor de ser reconocido<br />
como uno de los discípulos d<strong>el</strong> Señor. Se apartó de entre la multitud e intentó esconderse parcialmente<br />
en la entrada; pero allí lo reconoció otra criada, y dijo a los que se hallaban cerca: "También éste<br />
estaba con Jesús <strong>el</strong> nazareno", acusación que Pedro negó con un juramento: "No conozco al hombre."<br />
Hacía frío esa noche abrileña, y se había encendido un fuego en <strong>el</strong> patio d<strong>el</strong> palacio. Pedro se sentó<br />
con los demás alrededor de la lumbre, pensando tal vez que la osadía sería mejor que <strong>el</strong><br />
comportamiento sigiloso para evitar que lo conocieran. Como una hora después de sus primeras<br />
negaciones, algunos de los hombres sentados alrededor d<strong>el</strong> fuego lo acusaron de ser discípulo de<br />
Jesús, e hicieron mención de que su dialecto galileo era evidencia de que por lo menos era compatriota<br />
d<strong>el</strong> Prisionero d<strong>el</strong> sumo sacerdote; pero la amenaza más grande provino de la acusación de un pariente<br />
de Maleo, cuya oreja Pedro había cortado con la espada, <strong>el</strong> cual le preguntó en forma directa: "¿No te<br />
vi yo en <strong>el</strong> huerto con él?" Entonces Pedro llegó a tal extremo, sobre <strong>el</strong> camino de la mentira que había<br />
emprendido, que comenzó a maldecir y a jurar, y declaró con vehemencia por tercera vez: "No<br />
conozco al hombre." Al salir de sus labios esta última mentira impía, <strong>el</strong> sonoro canto d<strong>el</strong> gallo llegó a<br />
sus oídos, e y <strong>el</strong> recuerdo de la predicción de su Señor se desbordó en sus pensamientos. Temblando<br />
miserablemente al comprender su pérfida cobardía, se volvió de la multitud y vio la mirada d<strong>el</strong> <strong>Cristo</strong><br />
sufriente, que desde en medio de la turba insolente dirigió la vista hacia su alardoso pero amoroso y<br />
débil apóstol. Huyendo d<strong>el</strong> palacio, Pedro salió en la noche llorando amargamente. Como lo hace<br />
constar su vida posterior, sus lágrimas fueron de contrición verdadera y arrepentimiento sincero.<br />
LO PRIMERA COMPARECENCIA DE CRISTO ANTE PILATO.<br />
Como ya hemos notado, ningún tribunal judío tenía la autoridad para imponer la pena de muerte;<br />
Roma imperial se había reservado esta prerrogativa para sí. El vocerío unido de los miembros d<strong>el</strong><br />
Sanedrín, de que Jesús era digno de muerte, ningún efecto podía surtir hasta que lo sancionara <strong>el</strong><br />
diputado d<strong>el</strong> Emperador, que en esa época era Poncio Pilato, gobernador, o más propiamente dicho,<br />
procurador de Judea, Samaría e Idumea. Pilato tenía su residencia oficial en Cesárea,' sobre la costa<br />
d<strong>el</strong> Mediterráneo, pero acostumbraba estar presente en Jerusalén en épocas de importantes fiestas<br />
hebreas, probablemente para preservar <strong>el</strong> orden o sofocar en <strong>el</strong> acto cualquier alboroto entre la<br />
numerosa y heterogénea multitud que llenaba la ciudad en esas ocasiones festivas. El Gobernador y su<br />
séquito se hallaban en Jerusalén en esta importante temporada de la Pascua. Muy temprano, la mañana<br />
d<strong>el</strong> viernes, todo <strong>el</strong> concilio, es decir, <strong>el</strong> Sanedrín, llevó a Jesús atado al pretorio de Poncio Pilato; pero<br />
con estricta escrupulosidad se refrenaron de entrar en la casa por temor de contaminarse; porque la<br />
sala de juicio era parte de la casa de un gentil, y podía haber en algún lugar pan con levadura, cuya<br />
sola presencia los haría ceremonialmente impuros. ¡Juzgue para sí, todo lector, <strong>el</strong> carácter de aqu<strong>el</strong>los<br />
hombres, temerosos de aproximarse siquiera a la levadura mientras ansiaban derramar sangre<br />
inocente!<br />
Respetando sus escrúpulos, Pilato salió d<strong>el</strong> palacio y, al entregárs<strong>el</strong>e <strong>el</strong> prisionero, preguntó:<br />
"¿Qué acusación traéis contra este hombre?" La pregunta, aun cuando estrictamente propia y<br />
judicialmente necesaria, sorprendió y desconcertó a los príncipes sacerdotales, los cuales<br />
evidentemente iban con la esperanza de que <strong>el</strong> gobernador sencillamente aprobara su veredicto como<br />
cosa hecha, y pronunciara la sentencia correspondiente; pero en lugar de <strong>el</strong>lo, Pilato aparentemente<br />
estaba a punto de ejercer su autoridad y jurisdicción original. Con mortificación o disgusto que no se<br />
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