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anterior. La acusación de sedición estaba a punto de ser reemplazada por una de mayor gravedad, la de<br />
blasfemia.<br />
A la completamente injusta, pero a la vez oficial conjuración d<strong>el</strong> sumo sacerdote, Jesús contestó:<br />
"Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo d<strong>el</strong> Hombre sentado a la diestra d<strong>el</strong><br />
poder de Dios, y viniendo en las nubes d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o." La expresión, "tú lo has dicho", equivalía a "soy lo<br />
que tú has dicho". 11 Fue una declaración incondicional de su parentesco divino, así como de su propia<br />
categoría inherente de Dios. "Entonces <strong>el</strong> sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha<br />
blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su<br />
blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondiendo <strong>el</strong>los, dijeron: ¡Es reo de muerte!"<br />
Así fue como los jueces de Isra<strong>el</strong>—entre los que estaban comprendidos <strong>el</strong> sumo sacerdote, los<br />
principales sacerdotes, escribas y ancianos d<strong>el</strong> pueblo, y <strong>el</strong> gran Sanedrín, convocado ilícitamente—<br />
decretaron que <strong>el</strong> Hijo de Dios era digno de muerte, sin más evidencia que la de la propia admisión d<strong>el</strong><br />
Acusado. Por estipulación expresa <strong>el</strong> código judío prohibía que una persona quedase convicta,<br />
particularmente de una ofensa capital, por su propia confesión, a menos que <strong>el</strong> testimonio de testigos<br />
fidedignos la apoyara ampliamente. Así como en <strong>el</strong> Jardín de Getsemaní Jesús voluntariamente se<br />
había entregado, ahora en igual manera, personal y voluntariamente proporcionó a los jueces la<br />
evidencia de acuerdo con la cual injustamente lo declararon reo de muerte. No podía haber más<br />
crimen en la afirmación de su Mesiazgo o divina filiación, sino que la declaración era falsa. En vano<br />
buscamos en la narración un indicio siquiera de que se hizo o se sugirió una investigación de las<br />
razones en que Jesús basaba sus exaltadas afirmaciones. El acto d<strong>el</strong> sumo sacerdote de rasgarse los<br />
vestidos fue simplemente una afectación dramática de horror pío por la blasfemia que había herido sus<br />
oídos. La ley expresamente prohibía que <strong>el</strong> sumo sacedote se rasgara la ropa; p pero de otras fuentes<br />
ajenas a las Escrituras aprendemos que, de acuerdo con la ley tradicional, era permitida la rasgadura<br />
de la ropa como testimonio de un d<strong>el</strong>ito sumamente grave, tal como <strong>el</strong> de blasfemia.' No hay<br />
ninguna indicación de que se haya tomado y anotado <strong>el</strong> voto de los jueces en la manera precisa y<br />
ordenada que la ley requería.<br />
Jesús fue declarado convicto de la ofensa más atroz conocida entre los judíos. Pese a la injusticia<br />
d<strong>el</strong> hecho, <strong>el</strong> tribunal supremo de la nación lo había declarado culpable de blasfemia. Limitándonos a<br />
los hechos precisos, no podemos decir que los miembros d<strong>el</strong> Sanedrín sentenciaron a <strong>Cristo</strong> a muerte,<br />
en vista de que por decreto romano se había despojado al concilio judío d<strong>el</strong> poder de pronunciar<br />
autorizadamente la pena capital. Sin embargo, <strong>el</strong> tribunal d<strong>el</strong> sumo sacerdote decidió que Jesús era<br />
digno de muerte, y así informaron cuando lo entregaron a Piíato. Impulsados por su exceso de odio<br />
malévolo, los jueces de Isra<strong>el</strong> abandonaron a su Señor a la desenfrenada voluntad de los lacayos<br />
subalternos que colmaron sobre Jesús toda indignidad que sus instintos brutales pudieron idear. Le<br />
bañaron <strong>el</strong> rostro con su vil esputo; r y entonces, habiéndole vendado los ojos, se divirtieron,<br />
administrándole puñetazos una vez tras otra, diciendo mientras tanto: "Profetízanos, <strong>Cristo</strong>, quién es <strong>el</strong><br />
que te golpeó." La perversa multitud lo ridiculizó e injurió con escarnios y burlas, y de este modo se<br />
convirtieron en blasfemos de hecho.<br />
La ley y práctica de la época requerían que a cualquier persona declarada culpable de una ofensa<br />
capital, después de ser juzgada debidamente ante un tribunal judío, se le concediera un segundo juicio<br />
al día siguiente; y en este enjuiciamiento posterior, cualquiera de los jueces, o todos <strong>el</strong>los, que<br />
previamente hubiese votado a favor de la convicción d<strong>el</strong> acusado, podía modificar su dictamen; pero<br />
ninguno de los que previamente hubiese votado a favor de que se le absolviese, podía cambiar su voto.<br />
Bastaba con una simple mayoría para dar la absolución, pero se requería más que la mayoría para<br />
declarar culpable al prisionero. Por motivo de una disposición, que a nosotros nos debe parecer<br />
sumamente extraordinaria, si todos los jueces votaban a favor de que se declarase culpable de una<br />
ofensa capital al acusado, <strong>el</strong> veredicto no podía aceptarse, y <strong>el</strong> detenido debía ser puesto en libertad;<br />
porque, según se afirmaba, <strong>el</strong> voto unánime contra cualquier prisionero indicaba que no tenía un solo<br />
amigo defensor en <strong>el</strong> tribunal, y que los jueces pudieron habei conspirado contra él. De acuerdo con<br />
este reglamento de la jurisprudencia hebrea, <strong>el</strong> veredicto fallado contra Jesús en la ilícita sesión<br />
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