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CAPITULO 34<br />
JUICIO Y CONDENACIÓN<br />
EL JUICIO JUDÍO.<br />
DEL Getsemaní, <strong>el</strong> atado y cautivo <strong>Cristo</strong> fue llevado ante los magistrados judíos. Sólo <strong>el</strong><br />
evang<strong>el</strong>io de Juan nos informa que primeramente llevaron <strong>el</strong> Señor ante Anas, <strong>el</strong> cual lo devolvió,<br />
atado todavía, al sumo sacerdote Caifas. Los evang<strong>el</strong>istas sinópticos narran únicamente la audiencia<br />
ante Caifás. No tenemos ningún detalle de la entrevista con Anas; y la comparecencia de Jesús ante él,<br />
en primer lugar, fue tan verdaderamente irregular e ilícita, según la ley hebrea, como todas las demás<br />
cosas que se hicieron esa noche. Más de veinte años antes Anas, suegro de Caifas, había sido<br />
destituido de la posición de sumo sacerdote; pero durante todo este período había ejercido una<br />
influencia potente en todos los asuntos de la jerarquía. Caifas, como Juan procura informarnos, era "<strong>el</strong><br />
que había dado <strong>el</strong> consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por <strong>el</strong> pueblo".<br />
En <strong>el</strong> palacio de Caifas los principales sacerdotes, escribas y ancianos d<strong>el</strong> pueblo se hallaban<br />
reunidos en una sesión d<strong>el</strong> Sanedrín, oficial o extraoficialmente, todos esperando ansiosamente <strong>el</strong><br />
resultado de la expedición encabezada por Judas. Cuando Jesús, objeto de su odio enconado y víctima<br />
predeterminada, fue llevado ante <strong>el</strong>los, atado y preso, inmediatamente comenzaron a juzgarlo,<br />
contraviniendo la ley, así la escrita como la tradicional, de la cual aqu<strong>el</strong>los magistrados judíos allí<br />
reunidos declaraban ser tan c<strong>el</strong>osos defensores. Ninguna audiencia legal podía verificarse, con<br />
respecto a una ofensa capital, sino en <strong>el</strong> tribunal señalado y oficial d<strong>el</strong> Sanedrín. De la narración dada<br />
en <strong>el</strong> cuarto evang<strong>el</strong>io podemos inferir que ante todo, se sujetó al prisionero a un examen interrogante<br />
por parte d<strong>el</strong> sumo sacerdote en persona. 6 Este funcionario—y sólo podemos conjeturar si fue Anas o<br />
Caifas—preguntó a Jesús concerniente a sus discípulos y doctrinas. Este examen pr<strong>el</strong>iminar fue<br />
completamente ilícito. porque <strong>el</strong> código hebreo disponía que en cualquier causa ante un tribunal, <strong>el</strong><br />
testigo acusador debía detallar sus cargos contra <strong>el</strong> acusado, y que éste debía ser protegido de cualquier<br />
tentativa de hacerlo testificar contra sí mismo. La contestación d<strong>el</strong> Señor al sumo sacerdote debía<br />
haber sido suficiente protesta contra otros procedimientos ilícitos. "Jesús le respondió: Yo<br />
públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en <strong>el</strong> templo, donde se<br />
reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que<br />
han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, <strong>el</strong>los saben lo que yo he dicho." La respuesta fue una<br />
objeción legal a que se le negara a un prisionero acusado <strong>el</strong> derecho de encararse con sus acusadores.<br />
Se escuchó con completo desdén, y uno de los alguaciles presentes, queriendo tal vez granjearse <strong>el</strong><br />
favor de sus superiores, administró un terrible golpe a Jesús,' preguntándole a la vez: "¿Así respondes<br />
al sumo sacerdote?" A este cobarde asalto, <strong>el</strong> Señor contestó con bondad casi sobrehumana: 5 "Si he<br />
hablado mal, testifica en qué está <strong>el</strong> mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?" Sin embargo, aparte de la<br />
sumisión, sus palabras constituyeron otra ap<strong>el</strong>ación a los principios de la justicia, pues si lo que Jesús<br />
había dicho era malo, ¿por qué no lo acusó su asaltante?; y si había hablado bien, ¿qué derecho tenía <strong>el</strong><br />
alguacil de juzgar, condenar y castigar, y sobre todo, en presencia d<strong>el</strong> sumo sacerdote? Esa noche<br />
quedó destronada toda ley y justicia.<br />
"Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo <strong>el</strong> concilio, buscaban falso testimonio contra<br />
Jesús, para entregarle a la muerte." Si "todo <strong>el</strong> concilio" se refiere a un quorum legal, de veintitrés<br />
miembros o más, o al cuerpo completo de los setenta y dos miembros d<strong>el</strong> Sanedrín, es un detalle<br />
menor. Toda convocación nocturna d<strong>el</strong> Sanedrín, y más particularmente para considerar un crimen<br />
mayor, violaba la ley judía en forma directa. En igual manera era ilícito que <strong>el</strong> concilio considerase<br />
una acusación de esa naturaleza en un día de reposo, en día de fiesta o en vísperas de esos días. Cada<br />
uno de los miembros d<strong>el</strong> Sanedrín era juez; <strong>el</strong> cuerpo judicial debía escuchar <strong>el</strong> testimonio, y sólo de<br />
acuerdo con ese testimonio rendir un fallo en toda causa debidamente presentada. Se requería que los<br />
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