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confirmó la resolución de efectuar <strong>el</strong> arresto esa noche cuando Judas informó que Jesús se hallaba<br />
dentro de los muros de la ciudad, y sería cosa fácil aprehenderlo. Los magistrados judíos juntaron un<br />
grupo de guardias o policías d<strong>el</strong> templo y consiguieron una banda de soldados romanos al mando de<br />
un tribuno; esta banda o cohorte probablemente era un destacamento de la guarnición de Antonia,<br />
comisionado para esa misión nocturna a instancias de los principales sacerdotes. Esta compañía de<br />
hombres y oficiales, combinación de autoridades eclesiásticas y militares, salió de noche, con Judas a<br />
la cabeza, y la determinación de tomar preso a Jesús. Iban provistos de linternas, antorchas y armas.<br />
Judas probablemente los condujo primero a la casa donde había estado con los otros apóstoles y <strong>el</strong><br />
Señor, cuando fue despedido; y hallando que <strong>el</strong> pequeño grupo había salido, <strong>el</strong> traidor llevó a la<br />
multitud a Getsemaní porque conocía <strong>el</strong> lugar, y sabía que "muchas veces Jesús se había reunido allí<br />
con sus discípulos".<br />
Mientras Jesús hablaba aún con los Once, a quienes había despertado con la noticia de que <strong>el</strong><br />
traidor se acercaba, Judas y la multitud llegaron. Como señal de identificación, concertada de<br />
antemano, <strong>el</strong> malvado Iscariote, con duplicidad alevosa, se acercó, y con una manifestación hipócrita<br />
de cariño, dijo: "¡Salve, Maestro!", y profanó la sagrada faz d<strong>el</strong> Señor con un beso. Parece que Jesús<br />
comprendió <strong>el</strong> significado traicionero d<strong>el</strong> acto, pues así lo indica su triste, pero penetrante y<br />
condenatorio reproche: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo d<strong>el</strong> Hombre?" Entonces, aplicándole <strong>el</strong><br />
título con <strong>el</strong> cual había honrado a los otros apóstoles, <strong>el</strong> Señor dijo: Amigo, haz aqu<strong>el</strong>lo para lo cual<br />
has venido. Fue una reiteración de lo que le mandó mientras cenaban: "Lo que vas a hacer, hazlo más<br />
pronto."<br />
La compañía armada vaciló, a pesar de que su guía les había dado la señal convenida. Jesús se<br />
acercó a los oficiales que se hallaban con Judas, y preguntó: "¿A quién buscáis?" Cuando<br />
respondieron: "A Jesús nazareno", <strong>el</strong> Señor declaró: "Yo soy." En lugar de ad<strong>el</strong>antarse para echar<br />
mano de El, la multitud retrocedió y muchos de <strong>el</strong>los cayeron a tierra a causa d<strong>el</strong> miedo. La sencilla<br />
dignidad y dócil pero com-p<strong>el</strong>ente fuerza de la presencia de <strong>Cristo</strong> probó ser más potente que sus<br />
armas de guerra y robustos brazos. Nuevamente les preguntó: "¿A quién buscáis?"; y otra vez contestaron:<br />
"A Jesús nazareno." Entonces les dijo Jesús: "Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a<br />
mí, dejad ir a éstos." Así dijo, refiriéndose a los apóstoles que estaban en p<strong>el</strong>igro de ser aprehendidos;<br />
y en esta manifestación de la solicitud de <strong>Cristo</strong> por la seguridad personal de los Once, Juan vio <strong>el</strong><br />
cumplimiento de lo que <strong>el</strong> Señor tan recientemente había expresado en su oración: "De los que me<br />
diste, no perdí ninguno." Cabía la posibilidad de que si alguno de <strong>el</strong>los hubiese sido arrestado con<br />
Jesús y sujetado al cru<strong>el</strong> tratamiento y humillación atormentadora de las horas subsiguientes, se habría<br />
debilitado su fe, que en esa época carecía de madurez y resistencia, así como en los años sucesivos<br />
muchos de los que tomaron sobre sí <strong>el</strong> nombre de <strong>Cristo</strong> se dejaron vencer por la persecución, y<br />
apostataron.<br />
Cuando los oficiales se ad<strong>el</strong>antaron y echaron mano de Jesús, algunos de los apóstoles, dispuestos<br />
a luchar y morir por su querido Maestro, preguntaron: "Señor, ¿heriremos a espada?" Pedro, sin<br />
esperar respuesta, desenvainó su arma y asestando un golpe desacertado contra la cabeza de uno de los<br />
que se hallaban más cerca, le cortó la oreja. El herido era Maleo, siervo d<strong>el</strong> sumo sacerdote. Jesús<br />
pidió a sus apresa-dores que lo soltaran con la sencilla solicitud: "Basta ya; dejad." Se ad<strong>el</strong>antó y sanó<br />
al herido tocándole la oreja. Volviéndose a Pedro, <strong>el</strong> Señor reprendió su desenfreno y le mandó que<br />
volviera la espada a su vaina, recordándole que "todos los que toman la espada, a espada perecerán".<br />
Entonces, para mostrar la inutilidad de una resistencia armada, y recalcar <strong>el</strong> hecho de que El se<br />
entregaba voluntariamente, de conformidad con un plan previsto y predicho, <strong>el</strong> Señor continuó,<br />
diciendo: "¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce<br />
legiones de áng<strong>el</strong>es? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se<br />
haga?" A lo cual añadió: "La copa que <strong>el</strong> Padre me ha dado, ¿no la he de beber?"<br />
Aunque se entregó sin resistir, no por eso olvidó Jesús sus derechos; y a los oficiales<br />
sacerdotales, principales sacerdotes, capitán de la guardia d<strong>el</strong> templo y ancianos d<strong>el</strong> pueblo que se<br />
hallaban presentes, dirigió esta protesta interrogativa contra aqu<strong>el</strong>la ilícita aprensión nocturna:<br />
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