Jesus el Cristo - Cumorah.org
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uno, el hijo de perdición. Con fervorosas frases devotas suplicó el Señor: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos." Habiendo cantado un himno, Jesús y los Once salieron al Monte de los Olivos." LA AGONÍA DEL SEÑOR EN EL GETSEMANÍ. Jesús y los once apóstoles salieron de la casa en donde habían cenado, pasaron por la puerta de la ciudad, que usualmente permanecía abierta toda la noche durante un festival público, cruzaron el arroyo de Cedrón y entraron en un olivar conocido como el Getsemaní, en una de las laderas del Monte de los Olivos. Dejó a ocho de los apóstoles cerca de la entrada, con esta instrucción: "Sentaos aquí entre tanto que voy allí y oro"; y con la sincera amonestación de orar para "que no entréis en tentación". Acompañado de Pedro, Santiago y Juan caminó un poco más adelante, y no tardó en sentir una profunda tristeza que hasta cierto grado parece que a El mismo le causó sorpresa, pues leemos que "comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera". Se vio impelido a negarse aun el compañerismo de estos tres que había escogido, y les indicó: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú." Esta súplica, según S. Marcos, fue la siguiente: "Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú." Por lo menos uno de los tres que vigilaban oyó esta parte de su apasionada súplica; pero no tardaron todos en ser vencidos por el cansancio y dejaron de velar. Tal como sucedió en el Monte de la Transfiguración, cuando el Señor apareció en gloria, también aquí, en la hora de su humillación más profunda, estos tres se quedaron dormidos. Volviendo a ellos con el alma acongojada, Jesús los halló durmiendo, y dirigiéndose a Pedro, que tan recientemente había proclamado en alta voz su determinación de seguir al Señor aun hasta la prisión o la muerte, Jesús exclamó: "¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación"; y agregó con ternura: "El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.'' La amonestación dada a los apóstoles de orar en esa oportunidad para no caer en tentación, pudo haber nacido de las exigencias de la ocasión, en la cual, si tuvieran que guiarse por su propia cuenta, podrían ser tentados a abandonar prematuramente a su Señor. Despertados de su sueño, los tres apóstoles vieron que el Señor se retiraba de nuevo, y lo oyeron exclamar con agonía: "Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad." Volviendo por segunda vez a los que en medio de su tristeza había pedido que velaran con El, nuevamente los encontró dormidos, "porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño"; y habiéndolos despertado se sintieron tan avergonzados que "no sabían qué responderle". Por tercera vez se apartó a su vigilia solitaria y lucha individual, y se le oyó implorar al Padre con las mismas palabras de anhelante súplica. S. Lucas nos dice que "se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle"; pero 320
ni aun la presencia de este visitante sobrenatural pudo desvanecer la terrible angustia de su alma. "Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra." Pedro había vislumbrado el tenebroso camino que había declarado estar enteramente dispuesto a recorrer; y los dos hermanos, Santiago y Juan, ahora podían comprender, más que nunca, cuán desprevenidos se encontraban, tanto el uno como el otro, para beber la copa que el Señor habría de apurar hasta las heces. Cuando volvió por la última vez a los discípulos que había dejado para que vigilaran, Jesús les dijo: "Dormid ya, y descansad, He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores." No tenía objeto seguir vigilando, pues ya se veían en la distancia las antorchas de la banda que se aproximaba, encabezada por Judas. Jesús exclamó: "Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega." Al lado de los Once, el Señor tranquilamente esperó la llegada del traidor. Para la mente finita, la agonía de Cristo en el jardín es insondable, tanto en lo que respecta a intensidad como a causa. Carece de fundamento el concepto de que su padecimiento fue provocado por el temor de la muerte. Para El la muerte era el paso preliminar de su resurrección y su triunfante regreso, no sólo al Padre de quien había venido, sino a un estado de gloria superior aun a la que había poseído antes; además, en El se hallaba el poder para entregar su vida voluntariamente. Luchó y gimió bajo el peso de una carga que ningún otro ser que ha vivido sobre la tierra puede siquiera concebir de ser posible. No fue el dolor físico, ni la angustia mental solamente, lo que lo hizo padecer tan intenso tormento que produjo una emanación de sangre de cada poro, sino una agonía espiritual del alma que sólo Dios era capaz de conocer. Ningún otro hombre, no importa cuan poderosa hubiera sido su fuerza de resistencia física o mental, podría haber padecido en tal forma, porque su organismo humano hubiera sucumbido, y un síncope le habría causado la pérdida del conocimiento y ocasionado la muerte anhelada. En esa hora de angustia Cristo resistió y venció todos los horrores que Satanás, "el príncipe de este mundo" pudo inflingirle. Este combate supremo con los poderes del maligno sobrepujó y eclipsó la terrible lucha comprendida en las tentaciones que sobrevinieron al Señor inmediatamente después de su bautismo.' En alguna forma efectiva y terriblemente real, aun cuando incomprensible para el hombre, el Salvador tomó sobre sí la carga de los pecados de todo el género humano, desde Adán hasta el fin del mundo. La revelación moderna nos ayuda a entender en parte este espantoso trance. En marzo de 1830 Jesucristo, el Señor glorificado, habló en esta forma: "Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten. Mas si no se arrepienten, tendrán que padecer como yo he padecido; padecimiento que hizo que yo, Dios, el más grande de todos, temblara a causa del dolor, y echara sangre por cada poro, y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar. Sin embargo, gloria sea al Padre, yo bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres." Del terrible conflicto en el Getsemaní, Cristo salió triunfante. Aunque en la angustiosa tribulación de esa temible hora había pedido que se apartara de. sus labios la amarga copa, siempre fue condicional la solicitud, cuantas veces la repitió; ni por un momento quedó olvidado que el deseo supremo del Hijo era cumplir la voluntad del Padre. Los demás acontecimientos trágicos de la noche y los crueles sufrimientos que lo esperaban al día siguiente—todo lo cual alcanzaría su punto culminante en el espantoso tormento de la cruz—no excederían la amarga congoja que victoriosamente había resistido. LA TRAICIÓN Y EL ARRESTO. Durante el período de la última y en extremo cariñosa comunión del Señor con los Doce, Judas había estado tramando su alevosa conspiración con las autoridades sacerdotales. Es probable que se 321
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uno, <strong>el</strong> hijo de perdición. Con fervorosas frases devotas suplicó <strong>el</strong> Señor:<br />
"No ruego que los quites d<strong>el</strong> mundo, sino que los guardes d<strong>el</strong> mal. No son d<strong>el</strong> mundo, como<br />
tampoco yo soy d<strong>el</strong> mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al<br />
mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por <strong>el</strong>los yo me santifico a mí mismo, para que también<br />
<strong>el</strong>los sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han<br />
de creer en mí por la palabra de <strong>el</strong>los, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti,<br />
que también <strong>el</strong>los sean uno en nosotros; para que <strong>el</strong> mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me<br />
diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en <strong>el</strong>los, y tú en mí, para<br />
que sean perfectos en unidad, para que <strong>el</strong> mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a<br />
<strong>el</strong>los como también a mí me has amado. Padre, aqu<strong>el</strong>los que me has dado, quiero que donde yo estoy,<br />
también <strong>el</strong>los estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde<br />
antes de la fundación d<strong>el</strong> mundo. Padre justo, <strong>el</strong> mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y<br />
éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún,<br />
para que <strong>el</strong> amor con que me has amado, esté en <strong>el</strong>los, y yo en <strong>el</strong>los."<br />
Habiendo cantado un himno, Jesús y los Once salieron al Monte de los Olivos."<br />
LA AGONÍA DEL SEÑOR EN EL GETSEMANÍ.<br />
Jesús y los once apóstoles salieron de la casa en donde habían cenado, pasaron por la puerta de la<br />
ciudad, que usualmente permanecía abierta toda la noche durante un festival público, cruzaron <strong>el</strong><br />
arroyo de Cedrón y entraron en un olivar conocido como <strong>el</strong> Getsemaní, en una de las laderas d<strong>el</strong><br />
Monte de los Olivos. Dejó a ocho de los apóstoles cerca de la entrada, con esta instrucción: "Sentaos<br />
aquí entre tanto que voy allí y oro"; y con la sincera amonestación de orar para "que no entréis en<br />
tentación". Acompañado de Pedro, Santiago y Juan caminó un poco más ad<strong>el</strong>ante, y no tardó en sentir<br />
una profunda tristeza que hasta cierto grado parece que a El mismo le causó sorpresa, pues leemos que<br />
"comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera". Se vio imp<strong>el</strong>ido a negarse aun <strong>el</strong><br />
compañerismo de estos tres que había escogido, y les indicó: "Mi alma está muy triste, hasta la<br />
muerte; quedaos aquí, y v<strong>el</strong>ad conmigo. Yendo un poco ad<strong>el</strong>ante, se postró sobre su rostro, orando y<br />
diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú."<br />
Esta súplica, según S. Marcos, fue la siguiente: "Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti;<br />
aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú."<br />
Por lo menos uno de los tres que vigilaban oyó esta parte de su apasionada súplica; pero no<br />
tardaron todos en ser vencidos por <strong>el</strong> cansancio y dejaron de v<strong>el</strong>ar. Tal como sucedió en <strong>el</strong> Monte de la<br />
Transfiguración, cuando <strong>el</strong> Señor apareció en gloria, también aquí, en la hora de su humillación más<br />
profunda, estos tres se quedaron dormidos. Volviendo a <strong>el</strong>los con <strong>el</strong> alma acongojada, Jesús los halló<br />
durmiendo, y dirigiéndose a Pedro, que tan recientemente había proclamado en alta voz su<br />
determinación de seguir al Señor aun hasta la prisión o la muerte, Jesús exclamó: "¿Así que no habéis<br />
podido v<strong>el</strong>ar conmigo una hora? V<strong>el</strong>ad y orad, para que no entréis en tentación"; y agregó con ternura:<br />
"El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.'' La amonestación dada a los apóstoles de<br />
orar en esa oportunidad para no caer en tentación, pudo haber nacido de las exigencias de la ocasión,<br />
en la cual, si tuvieran que guiarse por su propia cuenta, podrían ser tentados a abandonar<br />
prematuramente a su Señor.<br />
Despertados de su sueño, los tres apóstoles vieron que <strong>el</strong> Señor se retiraba de nuevo, y lo oyeron<br />
exclamar con agonía: "Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu<br />
voluntad." Volviendo por segunda vez a los que en medio de su tristeza había pedido que v<strong>el</strong>aran con<br />
El, nuevamente los encontró dormidos, "porque los ojos de <strong>el</strong>los estaban cargados de sueño"; y<br />
habiéndolos despertado se sintieron tan avergonzados que "no sabían qué responderle". Por tercera vez<br />
se apartó a su vigilia solitaria y lucha individual, y se le oyó implorar al Padre con las mismas palabras<br />
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