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<strong>el</strong>los en Persona, en las condiciones que entonces existían, habría obrado precisamente en la misma<br />
forma en que obró <strong>el</strong> Muy Amado y Unigénito Hijo a quien conocían como Jesús, su Señor y Maestro.<br />
El Padre y <strong>el</strong> Hijo eran uno en corazón y pensamientos en forma tan absoluta, que conocer a uno de<br />
<strong>el</strong>los significaba conocer a los dos; sin embargo, nadie podía llegar al Padre sino por conducto d<strong>el</strong><br />
Hijo. Al grado en que tuvieran fe en <strong>Cristo</strong>, y cumplieran su voluntad, los apóstoles podrían realizar<br />
las obras que <strong>Cristo</strong> había efectuado en la carne y cosas mayores aún, porque la misión terrenal d<strong>el</strong><br />
Señor tan sólo duraría unas horas más; y <strong>el</strong> desenvolvimiento d<strong>el</strong> divino plan de las edades exigiría<br />
milagros mayores todavía que los que El había efectuado en <strong>el</strong> breve período de su ministerio.<br />
Por la primera vez <strong>el</strong> Señor instruyó a sus apóstoles que oraran en su nombre al Padre, y les<br />
aseguró <strong>el</strong> éxito de sus peticiones justas, con estas palabras: "Y todo lo que pidiereis al Padre en mi<br />
nombre, lo haré, para que <strong>el</strong> Padre sea glorificado en <strong>el</strong> Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo<br />
haré."' De esa ocasión en ad<strong>el</strong>ante <strong>el</strong> nombre de Jesucristo habría de ser <strong>el</strong> divinamente establecido<br />
talismán mediante <strong>el</strong> cual se invocarían los poderes d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o para efectuar toda empresa justa.<br />
Se prometió <strong>el</strong> Espíritu Santo a los apóstoles, <strong>el</strong> cual les sería enviado mediante la intercesión d<strong>el</strong><br />
<strong>Cristo</strong>, para serles "otro Consolador", <strong>el</strong> Espíritu de Verdad, <strong>el</strong> cual—no obstante que <strong>el</strong> mundo lo<br />
rechazaría, como había despreciado a <strong>Cristo</strong>—moraría con los discípulos y estaría en <strong>el</strong>los, aun como<br />
<strong>el</strong> Señor entonces moraba en <strong>el</strong>los y <strong>el</strong> Padre en El. "No os dejaré huérfanos—aseguró Jesús a los<br />
hermanos— vendré a vosotros. Todavía un poco, y <strong>el</strong> mundo no me verá más; pero vosotros me<br />
veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aqu<strong>el</strong> día vosotros conoceréis que yo estoy en mi<br />
Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros." Siguió luego la promesa de que <strong>Cristo</strong>, aunque<br />
desconocido para <strong>el</strong> mundo, se manifestaría a los que lo habían amado y guardado sus mandamientos.<br />
Judas Tadeo, también conocido como Lebeo, k "no <strong>el</strong> Iscariote", como <strong>el</strong> cronista cuidadosamente<br />
indica, confuso por este concepto tan contrario a la tradición y al judaismo—de un Mesías que se daría<br />
a conocer solamente a unos pocos escogidos y no a Isra<strong>el</strong> en general—se sintió constreñido a<br />
preguntar: "Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?" Jesús explicó que únicamente<br />
los fi<strong>el</strong>es lograrían <strong>el</strong> compañerismo d<strong>el</strong> Padre y de El. Nuevamente alentó a los apóstoles<br />
con la promesa de que cuando viniera <strong>el</strong> Consolador, <strong>el</strong> Espíritu Santo, a quien <strong>el</strong> Padre enviaría en<br />
nombre d<strong>el</strong> Hijo, "él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". Aquí se<br />
manifiesta de nuevo la personalidad distinta de cada uno de los miembros de la Trinidad, <strong>el</strong> Padre, <strong>el</strong><br />
Hijo y <strong>el</strong> Espíritu Santo. Viendo que los discípulos todavía estaban turbados, Jesús los consoló,<br />
diciendo: "La paz os dejo, mi paz os doy"; y para que entendiesen que se refería a algo mayor que <strong>el</strong><br />
saludo acostumbrado de la época—porque "la paz sea contigo" era <strong>el</strong> acostumbrado saludo diario<br />
entre los judíos—<strong>el</strong> Señor afirmó que les daría esa bendición en una forma más <strong>el</strong>evada, y no "como <strong>el</strong><br />
mundo la da". Aconsejándoles una vez más que dejaran a un lado su tristeza y no tuvieran miedo,<br />
Jesús añadió: "Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais<br />
regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque <strong>el</strong> Padre es mayor que yo." Claramente<br />
manifestó <strong>el</strong> Señor a sus siervos que les decía esas cosas de antemano a fin de que cuando se<br />
efectuaran los acontecimientos predichos, se confirmara la fe de los apóstoles en El, <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>. No<br />
tenía tiempo para decirles muchas cosas más, porque la siguiente hora presenciaría <strong>el</strong> comienzo de la<br />
lucha suprema. "Viene <strong>el</strong> príncipe de este mundo"—les dijo; y añadió con gozo triunfal: "Y él nada<br />
tiene en mí." m<br />
Valiéndose de una espléndida alegoría, <strong>el</strong> Señor ilustró la trascendental r<strong>el</strong>ación que existía entre<br />
los apóstoles y El, y entre El y <strong>el</strong> Padre, empleando para <strong>el</strong>lo la figura de un labrador, una vid y sus<br />
ramas: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es <strong>el</strong> labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo<br />
quitará; y todo aqu<strong>el</strong> que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto." En ninguna de la principal<br />
literatura d<strong>el</strong> mundo puede hallarse una analogía más espléndida. Sin <strong>el</strong> Señor, estos siervos<br />
ordenados eran tan impotentes e inservibles como la rama que es cortada d<strong>el</strong> árbol. Así como ésta se<br />
torna fructífera sólo en virtud de la savia nutritiva que recibe d<strong>el</strong> tronco enraizado, y si es cortada o<br />
desgajada se marchita, se seca y no sirve sino como combustible para ser quemado, en igual manera<br />
aqu<strong>el</strong>los hombres, aun cuando tenían la ordenación d<strong>el</strong> Santo Apostolado, sólo mientras<br />
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