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Durante <strong>el</strong> primero de los días de los panes sin levadura, que en <strong>el</strong> año de la muerte de nuestro<br />
Señor parece haber caído en día jueves,' algunos de los Doce le preguntaron a Jesús dónde habían de<br />
hacer los preparativos para la cena pascual. El Señor dio instrucciones a Pedro y a Juan de regresar a<br />
Jerusalén, y añadió: "He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un<br />
cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare, y decid al padre de la familia de esa casa: El<br />
Maestro te dice: ¿Dónde está <strong>el</strong> aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? Entonces<br />
él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí. Fueron, pues, y hallaron como les<br />
había dicho; y prepararon la pascua."<br />
Al caer la tarde, que sería la noche d<strong>el</strong> jueves como nosotros solemos calcular <strong>el</strong> tiempo, pero <strong>el</strong><br />
principio d<strong>el</strong> viernes según <strong>el</strong> calendario judío, Jesús llegó con los Doce, y juntos se sentaron a<br />
participar de la última cena que <strong>el</strong> Señor comería antes de su muerte. Bajo <strong>el</strong> peso de una emoción<br />
profunda les dijo: "¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezcal Porque os<br />
digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en <strong>el</strong> reino de Dios. Y habiendo tomado la copa, dio<br />
gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más d<strong>el</strong> fruto de<br />
la vid, hasta que <strong>el</strong> reino de Dios venga." De acuerdo con la manera acostumbrada de empezar la cena<br />
pascual, <strong>el</strong> huésped pronunciaba una bendición sobre una copa de vino, que entonces se pasaba, por<br />
turno, a cada uno de los participantes sentados alrededor de la mesa. En esta comida solemne parece<br />
que Jesús obedeció los <strong>el</strong>ementos esenciales de la manera establecida de proceder; pero no leemos que<br />
haya cumplido con los muchos requisitos suplementarios que las costumbres tradicionales y<br />
prescripción rabínica habían agregado al divinamente instituido memorial d<strong>el</strong> rescate de Isra<strong>el</strong> de la<br />
servidumbre. Como veremos, en los acontecimientos de esa noche en <strong>el</strong> aposento alto quedaron<br />
comprendidas muchas cosas además de la observancia común de un festival anual.<br />
La cena continuó en un ambiente de tensión y tristeza. Mientras comían, <strong>el</strong> Señor dijo afligido:<br />
"De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar. La mayor parte de los<br />
apóstoles, tras una breve introspección, exclamaron uno tras otro: "¿Seré yo?" "¿Soy yo, Señor?" Es<br />
grato notar que cada uno de los que preguntaron sentía más inquietud por la alarmante posibilidad de<br />
ser él <strong>el</strong> ofensor, aun cuando inadvertidamente, que por <strong>el</strong> hecho de que uno de sus hermanos fuera a<br />
convertirse en traidor. Jesús respondió que sería uno de los Doce que entonces comía con El d<strong>el</strong><br />
mismo plato, y añadió esta imponente declaración: "A la verdad <strong>el</strong> Hijo d<strong>el</strong> Hombre va, según está<br />
escrito de él, más ¡ay de aqu<strong>el</strong> hombre por quien <strong>el</strong> Hijo d<strong>el</strong> Hombre es entregado! Bueno le fuera a<br />
ese hombre no haber nacido." Entonces Judas Iscariote, que ya había convenido en vender a su<br />
Maestro por dinero, probablemente temiendo que su silencio en ese momento pudiera dar motivo para<br />
que se sospechara de él, preguntó con descarada audacia verdaderamente diabólica: "¿Soy yo,<br />
Maestro?" Con punzante brevedad <strong>el</strong> Señor le respondió: "Tú lo has dicho."<br />
Hubo otras causas de la tristeza de Jesús durante la cena. Algunos de los Doce se habían puesto a<br />
murmurar, disputando entre sí <strong>el</strong> asunto de la precedencia individual, posiblemente <strong>el</strong> orden según <strong>el</strong><br />
cual habían de sentarse en la mesa, trivialidad por la cual los escribas y los fariseos, así como los<br />
gentiles, frecuentemente reñían. Nuevamente <strong>el</strong> Señor tuvo que recordar a los apóstoles que <strong>el</strong><br />
principal entre <strong>el</strong>los sería aqu<strong>el</strong> que mejor dispuesto estuviera a servir a sus compañeros. Habían sido<br />
instruidos en este respecto antes; y sin embargo, en esta hora postrera y solemne los dominaba una<br />
ambición vana y egoísta. Con sinceridad afligida <strong>el</strong> Señor habló con <strong>el</strong>los, preguntándoles quién era <strong>el</strong><br />
mayor; si <strong>el</strong> que se sentaba a la mesa o <strong>el</strong> que senda. A la única respuesta que se podía dar, El agregó<br />
esta afirmación: "Mas yo estoy entre vosotros como <strong>el</strong> que sirve." Con amorosa ternura les dijo:<br />
"Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas"; y entonces les aseguró que no<br />
se hallarían sin honra o gloria en <strong>el</strong> reino de Dios, pues si permanecían fi<strong>el</strong>es ocuparían tronos y serían<br />
jueces de Isra<strong>el</strong>. Hacia sus escogidos que le eran fi<strong>el</strong>es, <strong>el</strong> Señor no sentía sino amor y <strong>el</strong> anh<strong>el</strong>o de<br />
que pudieran triunfar de Satanás y d<strong>el</strong> pecado.<br />
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