Jesus el Cristo - Cumorah.org

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03.05.2015 Views

CAPITULO 33 LA ULTIMA CENA Y LA TRAICIÓN LOS CONSPIRADORES SACERDOTALES Y EL TRAIDOR. A l aproximarse la hora de la Fiesta de la Pascua anual, y particularmente durante los dos días que precedieron el comienzo de la celebración, los principales sacerdotes, escribas y ancianos del pueblo, en una palabra, el Sanedrín y toda la jerarquía sacerdotal, conspiraron de continuo sobre la mejor manera de tomar preso a Jesús y condenarlo a muerte. En una de estas reuniones de nefarios proyectos, efectuada en el palacio del sumo sacerdote Caifas, 1 se determinó aprehender a Jesús calladamente, de ser posible, pues el resultado probable de su arresto en público sería un alboroto entre el pueblo. Los oficiales especialmente temían un tumulto entre los galileos, en quienes se manifestaba un orgullo provincial por la prominencia de Jesús—considerado uno de los suyos—y muchos de los cuales se hallaban presentes en Jerusalén. También se resolvió, y por las mismas razones, abrogar, en el caso de Jesús, la costumbre judía de presentar un ejemplo impresionante con los ofensores más notorios, inflingiéndoles el castigo públicamente cuando se hallaban reunidas grandes multitudes; por tanto, los conspiradores dijeron: "No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo." En ocasiones anteriores habían resultado infructuosos sus esfuerzos por aprehender a Jesús; y naturalmente se sentían inciertos del resultado de sus maquinaciones posteriores. En esta oportunidad la llegada de un aliado inesperado infundió ánimo y aliento a su malvado complot. Judas Iscariote, uno de los Doce, solicitó una audiencia con estos principales de los judíos y vilmente ofreció traicionar a su Señor en sus manos." Dominado por el impulso de una avaricia diabólica, la cual, sin embargo, probablemente no fue sino un elemento de importancia secundaria en el verdadero motivo de su pérfida traición, convino en vender a su Maestro por dinero, y regateó con los compradores sacerdotales el precio de la sangre del Salvador. "¿Qué me queréis dar?"—les preguntó —"y ellos le asignaron treinta piezas de plata." Esta suma, cuyo valor aproximado es diecisiete dólares—pero de mayor valor efectivo entre los judíos de aquella época que para nosotros en la actualidad-—constituía, según la ley, el precio de un esclavo; y era, además, la suma prevista del dinero de sangre que habría de pagarse por la traición del Señor.' Los hechos subsiguientes demuestran que efectivamente se entregaron a Judas las piezas de plata, bien en esta entrevista o en algún otra visita del traidor a los sacerdotes. Se había comprometido a cometer la traición más vil de que es capaz un hombre, y desde esa hora buscó la oportunidad de cumplir su infame promesa con un hecho más ruin todavía. Más adelante nos afligirán otros actos del malvado Iscariote en el curso de esta terrible crónica de tragedia y perdición; por lo pronto basta decir que antes de vender a Cristo a los judíos, Judas ya se había vendido al diablo; se había convertido en esclavo de Satanás, dispuesto a hacer lo que su amo le mandara. LA ÚLTIMA CENA. El día anterior a la cena en que se comía el cordero pascual era conocido entre los judíos como el primer día de la Fiesta de los Panes sin Levadura, pues en ese día tenían que quitar toda la levadura que hubiera en sus casas, y desde este momento les era prohibido comer, por un período de ocho días, cosa alguna que hubiera sido leudada. Los representantes de las familias o compañías que iban a comer juntas degollaban a los corderos pascuales dentro del templo la tarde de este día; y uno de los numerosos sacerdotes que estaban de turno rociaba parte de la sangre de cada cordero al pie del altar de los sacrificios. Entonces los que habían de comer el cordero, que al ser muerto se decía que era sacrificado, lo llevaban al lugar donde iban a reunirse. 312

Durante el primero de los días de los panes sin levadura, que en el año de la muerte de nuestro Señor parece haber caído en día jueves,' algunos de los Doce le preguntaron a Jesús dónde habían de hacer los preparativos para la cena pascual. El Señor dio instrucciones a Pedro y a Juan de regresar a Jerusalén, y añadió: "He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare, y decid al padre de la familia de esa casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí. Fueron, pues, y hallaron como les había dicho; y prepararon la pascua." Al caer la tarde, que sería la noche del jueves como nosotros solemos calcular el tiempo, pero el principio del viernes según el calendario judío, Jesús llegó con los Doce, y juntos se sentaron a participar de la última cena que el Señor comería antes de su muerte. Bajo el peso de una emoción profunda les dijo: "¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezcal Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga." De acuerdo con la manera acostumbrada de empezar la cena pascual, el huésped pronunciaba una bendición sobre una copa de vino, que entonces se pasaba, por turno, a cada uno de los participantes sentados alrededor de la mesa. En esta comida solemne parece que Jesús obedeció los elementos esenciales de la manera establecida de proceder; pero no leemos que haya cumplido con los muchos requisitos suplementarios que las costumbres tradicionales y prescripción rabínica habían agregado al divinamente instituido memorial del rescate de Israel de la servidumbre. Como veremos, en los acontecimientos de esa noche en el aposento alto quedaron comprendidas muchas cosas además de la observancia común de un festival anual. La cena continuó en un ambiente de tensión y tristeza. Mientras comían, el Señor dijo afligido: "De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar. La mayor parte de los apóstoles, tras una breve introspección, exclamaron uno tras otro: "¿Seré yo?" "¿Soy yo, Señor?" Es grato notar que cada uno de los que preguntaron sentía más inquietud por la alarmante posibilidad de ser él el ofensor, aun cuando inadvertidamente, que por el hecho de que uno de sus hermanos fuera a convertirse en traidor. Jesús respondió que sería uno de los Doce que entonces comía con El del mismo plato, y añadió esta imponente declaración: "A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, más ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido." Entonces Judas Iscariote, que ya había convenido en vender a su Maestro por dinero, probablemente temiendo que su silencio en ese momento pudiera dar motivo para que se sospechara de él, preguntó con descarada audacia verdaderamente diabólica: "¿Soy yo, Maestro?" Con punzante brevedad el Señor le respondió: "Tú lo has dicho." Hubo otras causas de la tristeza de Jesús durante la cena. Algunos de los Doce se habían puesto a murmurar, disputando entre sí el asunto de la precedencia individual, posiblemente el orden según el cual habían de sentarse en la mesa, trivialidad por la cual los escribas y los fariseos, así como los gentiles, frecuentemente reñían. Nuevamente el Señor tuvo que recordar a los apóstoles que el principal entre ellos sería aquel que mejor dispuesto estuviera a servir a sus compañeros. Habían sido instruidos en este respecto antes; y sin embargo, en esta hora postrera y solemne los dominaba una ambición vana y egoísta. Con sinceridad afligida el Señor habló con ellos, preguntándoles quién era el mayor; si el que se sentaba a la mesa o el que senda. A la única respuesta que se podía dar, El agregó esta afirmación: "Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve." Con amorosa ternura les dijo: "Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas"; y entonces les aseguró que no se hallarían sin honra o gloria en el reino de Dios, pues si permanecían fieles ocuparían tronos y serían jueces de Israel. Hacia sus escogidos que le eran fieles, el Señor no sentía sino amor y el anhelo de que pudieran triunfar de Satanás y del pecado. 313

CAPITULO 33<br />

LA ULTIMA CENA Y LA TRAICIÓN<br />

LOS CONSPIRADORES SACERDOTALES Y EL TRAIDOR.<br />

A l aproximarse la hora de la Fiesta de la Pascua anual, y particularmente durante los dos días que<br />

precedieron <strong>el</strong> comienzo de la c<strong>el</strong>ebración, los principales sacerdotes, escribas y ancianos d<strong>el</strong> pueblo,<br />

en una palabra, <strong>el</strong> Sanedrín y toda la jerarquía sacerdotal, conspiraron de continuo sobre la mejor<br />

manera de tomar preso a Jesús y condenarlo a muerte. En una de estas reuniones de nefarios<br />

proyectos, efectuada en <strong>el</strong> palacio d<strong>el</strong> sumo sacerdote Caifas, 1 se determinó aprehender a Jesús<br />

calladamente, de ser posible, pues <strong>el</strong> resultado probable de su arresto en público sería un alboroto entre<br />

<strong>el</strong> pueblo. Los oficiales especialmente temían un tumulto entre los galileos, en quienes se manifestaba<br />

un <strong>org</strong>ullo provincial por la prominencia de Jesús—considerado uno de los suyos—y muchos de los<br />

cuales se hallaban presentes en Jerusalén. También se resolvió, y por las mismas razones, abrogar, en<br />

<strong>el</strong> caso de Jesús, la costumbre judía de presentar un ejemplo impresionante con los ofensores más<br />

notorios, inflingiéndoles <strong>el</strong> castigo públicamente cuando se hallaban reunidas grandes multitudes; por<br />

tanto, los conspiradores dijeron: "No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en <strong>el</strong> pueblo."<br />

En ocasiones anteriores habían resultado infructuosos sus esfuerzos por aprehender a Jesús; y<br />

naturalmente se sentían inciertos d<strong>el</strong> resultado de sus maquinaciones posteriores. En esta oportunidad<br />

la llegada de un aliado inesperado infundió ánimo y aliento a su malvado complot. Judas Iscariote, uno<br />

de los Doce, solicitó una audiencia con estos principales de los judíos y vilmente ofreció traicionar a<br />

su Señor en sus manos." Dominado por <strong>el</strong> impulso de una avaricia diabólica, la cual, sin embargo,<br />

probablemente no fue sino un <strong>el</strong>emento de importancia secundaria en <strong>el</strong> verdadero motivo de su<br />

pérfida traición, convino en vender a su Maestro por dinero, y regateó con los compradores<br />

sacerdotales <strong>el</strong> precio de la sangre d<strong>el</strong> Salvador. "¿Qué me queréis dar?"—les preguntó —"y <strong>el</strong>los le<br />

asignaron treinta piezas de plata." Esta suma, cuyo valor aproximado es diecisiete dólares—pero de<br />

mayor valor efectivo entre los judíos de aqu<strong>el</strong>la época que para nosotros en la actualidad-—constituía,<br />

según la ley, <strong>el</strong> precio de un esclavo; y era, además, la suma prevista d<strong>el</strong> dinero de sangre que habría<br />

de pagarse por la traición d<strong>el</strong> Señor.' Los hechos subsiguientes demuestran que efectivamente se<br />

entregaron a Judas las piezas de plata, bien en esta entrevista o en algún otra visita d<strong>el</strong> traidor a los<br />

sacerdotes.<br />

Se había comprometido a cometer la traición más vil de que es capaz un hombre, y desde esa hora<br />

buscó la oportunidad de cumplir su infame promesa con un hecho más ruin todavía. Más ad<strong>el</strong>ante nos<br />

afligirán otros actos d<strong>el</strong> malvado Iscariote en <strong>el</strong> curso de esta terrible crónica de tragedia y perdición;<br />

por lo pronto basta decir que antes de vender a <strong>Cristo</strong> a los judíos, Judas ya se había vendido al diablo;<br />

se había convertido en esclavo de Satanás, dispuesto a hacer lo que su amo le mandara.<br />

LA ÚLTIMA CENA.<br />

El día anterior a la cena en que se comía <strong>el</strong> cordero pascual era conocido entre los judíos como <strong>el</strong><br />

primer día de la Fiesta de los Panes sin Levadura, pues en ese día tenían que quitar toda la levadura<br />

que hubiera en sus casas, y desde este momento les era prohibido comer, por un período de ocho días,<br />

cosa alguna que hubiera sido leudada. Los representantes de las familias o compañías que iban a<br />

comer juntas degollaban a los corderos pascuales dentro d<strong>el</strong> templo la tarde de este día; y uno de los<br />

numerosos sacerdotes que estaban de turno rociaba parte de la sangre de cada cordero al pie d<strong>el</strong> altar<br />

de los sacrificios. Entonces los que habían de comer <strong>el</strong> cordero, que al ser muerto se decía que era<br />

sacrificado, lo llevaban al lugar donde iban a reunirse.<br />

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