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que se dio a saber <strong>el</strong> plan ordenado por medio d<strong>el</strong> cual <strong>el</strong> Hijo de Dios iba a revestirse de carne en <strong>el</strong><br />
meridiano de los tiempos, y ser <strong>el</strong> Redentor d<strong>el</strong> mundo. Las palabras de Enoc nos dan a entender que<br />
también a él, así como a Adán, su gran progenitor, se rev<strong>el</strong>ó <strong>el</strong> nombre preciso por <strong>el</strong> cual sería<br />
conocido <strong>el</strong> Salvador entre los hombres: "El nombre de Jesucristo, <strong>el</strong> único nombre que se dará debajo<br />
d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o mediante <strong>el</strong> cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres." El convenio de Dios con<br />
Abraham, reiterado y confirmado a Isaac, y luego a Jacob—de que por medio de su posteridad serían<br />
bendecidas todas las naciones de la tierra—vaticinó <strong>el</strong> nacimiento d<strong>el</strong> Redentor por medio de ese<br />
linaje escogido. Su cumplimiento constituye la herencia bendita de las edades.<br />
Al conferirle su bendición patriarcal a Judá, Jacob profetizó: "No será quitado <strong>el</strong> cetro de Judá, ni<br />
<strong>el</strong> legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos." El<br />
cumplimiento de las condiciones expuestas en la predicción, concernientes a la situación de la nación<br />
judía al tiempo d<strong>el</strong> nacimiento de nuestro Señor, confirmó que Siloh significa <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>.<br />
Moisés proclamó la venida de un gran profeta en Isra<strong>el</strong>, cuyo ministerio iba a ser de tan grave<br />
importancia, que iodos los hombres que no lo aceptaran caerían bajo condenación; y las Escrituras<br />
posteriores muestran de una manera conclusiva que esta predicción se refería exclusivamente a<br />
Jesucristo. Así fue como <strong>el</strong> Señor habló a Moisés: "Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos,<br />
como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a<br />
cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta."<br />
El sistema de sacrificios, expresamente requerido por <strong>el</strong> código mosaico, era esencialmente un<br />
prototipo de la muerte expiatoria que habría de efectuar <strong>el</strong> Salvador sobre <strong>el</strong> Calvario. La sangre de<br />
innumerables víctimas d<strong>el</strong> altar, inmoladas por los sacerdotes de Isra<strong>el</strong> en <strong>el</strong> curso de sus rituales<br />
prescritos, fluyó como corriente profética durante <strong>el</strong> transcurso de los siglos, desde Moisés hasta<br />
<strong>Cristo</strong>, a semejanza de la sangre d<strong>el</strong> Hijo de Dios, señalada para ser vertida como sacrificio<br />
propiciatorio para la redención de la raza humana. Sin embargo, como ya se ha indicado, la institución<br />
de los sacrificios cruentos, como sombra de la muerte futura de Jesucristo, data desde <strong>el</strong> principio de la<br />
historia humana, pues a Adán le fue requerido ofrendar sacrificios de animales por <strong>el</strong> derramamiento<br />
de sangre, y le fue explicado categóricamente que <strong>el</strong> significado de la ceremonia era una "semejanza<br />
d<strong>el</strong> sacrificio d<strong>el</strong> Unigénito d<strong>el</strong> Padre".<br />
El cordero pascual, muerto en cada familia isra<strong>el</strong>ita durante la c<strong>el</strong>ebración anual de la Pascua, era<br />
un tipo particular d<strong>el</strong> Cordero de Dios, <strong>el</strong> cual en <strong>el</strong> debido tiempo padecería la muerte por los pecados<br />
d<strong>el</strong> mundo. Fue en la época de la Pascua que se efectuó la crucifixión de <strong>Cristo</strong>, y esta consumación<br />
d<strong>el</strong> Sacrificio supremo, d<strong>el</strong> cual los corderos pascuales sólo habían sido prototipos menores, causó que<br />
<strong>el</strong> apóstol Pablo afirmara más tarde: "Porque nuestra pascua, que es <strong>Cristo</strong>, ya fue sacrificada por<br />
nosotros."<br />
En medio de sus graves aflicciones, Job se regocijó por su testimonio d<strong>el</strong> Mesías que habría de<br />
venir, y lleno de convicción profética, declaró: "Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará<br />
sobre <strong>el</strong> polvo." En los himnos d<strong>el</strong> Salmista David abundan frecuentes alusiones a la vida terrenal de<br />
<strong>Cristo</strong>, de la cual se describen en detalle muchas circunstancias; y en cuanto a éstas, hallamos en las<br />
Escrituras d<strong>el</strong> Nuevo Testamento la corroboración de lo declarado.<br />
Isaías, cuyo oficio profético fue honrado por <strong>el</strong> testimonio personal de <strong>Cristo</strong> y de los apóstoles,<br />
manifestó en numerosos pasajes <strong>el</strong> peso de su convicción respecto d<strong>el</strong> importante suceso d<strong>el</strong><br />
advenimiento y ministerio d<strong>el</strong> Salvador en la tierra. Con la fuerza de la rev<strong>el</strong>ación directa habló de la<br />
maternidad divina de la virgen, de la cual habría de nacer Emmanu<strong>el</strong>; y más de siete siglos después, <strong>el</strong><br />
áng<strong>el</strong> d<strong>el</strong> Señor reiteró su predicción. Mirando lo que habría de acontecer al cabo de las edades, <strong>el</strong><br />
profeta vio <strong>el</strong> cumplimiento de los propósitos divinos, tal como si ya se hubiesen realizado, y cantó<br />
triunfalmente: "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y <strong>el</strong> principado sobre su hombro; y se<br />
llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su<br />
imperio y la paz no tendrán límite, sobre <strong>el</strong> trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y<br />
confirmándolo en juicio y en jus-ticia desde ahora y para siempre."<br />
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