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capacidad; y luego se fue lejos. Y <strong>el</strong> que había recibido cinco talentos fue y negoció con <strong>el</strong>los, y ganó<br />
otros cinco talentos. Asimismo <strong>el</strong> que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero <strong>el</strong> que había<br />
recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió <strong>el</strong> dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino<br />
<strong>el</strong> señor de aqu<strong>el</strong>los siervos, y arregló cuentas con <strong>el</strong>los. Y llegando <strong>el</strong> que había recibido cinco<br />
talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he<br />
ganado otros cinco talentos sobre <strong>el</strong>los. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fi<strong>el</strong>; sobre poco has<br />
sido fi<strong>el</strong>, sobre mucho te pondré; entra en <strong>el</strong> gozo de tu señor. Llegando también <strong>el</strong> que había recibido<br />
dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre<br />
<strong>el</strong>los. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fi<strong>el</strong>; sobre poco has sido fi<strong>el</strong>, sobre mucho te pondré; entra<br />
en <strong>el</strong> gozo de tu señor. Pero llegando también <strong>el</strong> que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía<br />
que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve<br />
miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le<br />
dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por<br />
tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con<br />
los intereses. Quitadle, pues, <strong>el</strong> talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será<br />
dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las<br />
tinieblas de afuera; allí será <strong>el</strong> lloro y <strong>el</strong> crujir de dientes."<br />
Aun a golpe de vista se destacan algunas de las semejanzas que guarda esta parábola con la de las<br />
minas; y por medio de la comparación y <strong>el</strong> estudio se descubren las diferencias significativas. La<br />
parábola anterior fue dirigida a una multitud mixta en <strong>el</strong> curso d<strong>el</strong> último viaje de nuestro Señor, de<br />
Jericó a Jerusalén; la segunda, en lo particular, al grupo más íntimo de sus discípulos, en las últimas<br />
horas d<strong>el</strong> día final de su ministerio público. Conviene estudiar las dos juntas. En la historia de las<br />
minas se entregó la misma cantidad de capital a cada uno de los siervos, y quedaron manifestadas las<br />
diversas habilidades de los hombres para utilizar y aplicar, con sus correspondientes resultados de<br />
recompensa o castigo; en la de los talentos confiados, los siervos recibieron diferentes cantidades, se<br />
dio "a cada uno conforme a su capacidad" y se recompensó equitativamente la misma diligencia,<br />
aunque manifestada en un caso por una utilidad grande, y en <strong>el</strong> otro por un aumento pequeño, pero<br />
proporcionado. En ambas se condena y se castiga la deslealtad y la negligencia.<br />
En la parábola que ahora estamos considerando se representa al señor en <strong>el</strong> acto de entregar los<br />
bienes a sus propios criados, o mejor dicho sus siervos; <strong>el</strong>los, así como lo que les iba a ser confiado,<br />
eran propiedad de él. Los siervos no tenían ninguno de los derechos d<strong>el</strong> dueño, ni título permanente de<br />
propiedad al tesoro entregado a su cargo; todo cuanto tenían, su tiempo y oportunidad para emplear<br />
sus talentos, y aun <strong>el</strong>los mismos, pertenecían a su señor. No podemos sino comprender, aun en la<br />
primera parte de la historia, que <strong>el</strong> Señor de los siervos era Jesús; por consiguiente, los siervos eran los<br />
discípulos, y más particularmente los apóstoles, los cuales, aun cuando poseían la misma autoridad,<br />
recibida mediante la ordenación d<strong>el</strong> Santo Sacerdocio—como se indica particularmente en la primera<br />
parábola de las minas—eran hombres de distintas habilidades, diversas personalidades y generalmente<br />
desiguales en naturaleza y en las obras que les sería necesario efectuar en su ministerio. El Señor<br />
estaba a punto de partir; no volvería sino hasta "después de mucho tiempo". El significado de esta<br />
circunstancia concuerda con lo que se expresó en la Parábola de las Diez Vírgenes sobre la demora d<strong>el</strong><br />
Esposo.<br />
Cuando llegó <strong>el</strong> día de hacer cuentas, los siervos que habían negociado bien, uno con sus cinco<br />
talentos, <strong>el</strong> otro con sus dos, gozosos le dieron su informe, conscientes de que por lo menos se habían<br />
esforzado lo mejor que pudieron. El siervo inútil prologó su informe con un pretexto quejoso en <strong>el</strong><br />
cual le imputó una injusticia al Maestro. Los siervos honrados, diligentes y fi<strong>el</strong>es vieron y<br />
reverenciaron en su Señor la perfección de las buenas cualidades que <strong>el</strong>los poseían en grado menor; <strong>el</strong><br />
sirviente perezoso e incapaz, adoleciendo de visión imperfecta, declaró ver sus propios defectos<br />
impíos en <strong>el</strong> Maestro. En este particular, así como en los otros aspectos r<strong>el</strong>acionados con los hechos<br />
y tendencias humanas, la historia es psicológicamente verdadera; existe en <strong>el</strong> hombre esa peculiar<br />
propensión a conceptuar que en los atributos de Dios deben estar incorporados, en un grado más<br />
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