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CAPITULO 5<br />
SE PREDICE EL ADVENIMIENTO TERRENAL DE CRISTO.<br />
L A venida de <strong>Cristo</strong> a la tierra para ser revestido de carne, no era un acontecimiento inesperado ni<br />
desconocido. Siglos antes de este gran suceso, los judíos profesaban la creencia de estar esperando <strong>el</strong><br />
advenimiento de su Rey; y en las ceremonias de su adoración, así como en las devociones privadas, la<br />
venida d<strong>el</strong> Mesías prometido figuraba prominentemente en las súplicas de Isra<strong>el</strong> a Jehová. Es cierto<br />
que había mucha diversidad entre la opinión laica y la exposición ra-bínica concerniente al tiempo y<br />
manera de su aparición; pero la certeza d<strong>el</strong> hecho se hallaba establecida fundamentalmente en las<br />
creencias y esperanzas de la nación hebrea.<br />
Los anales que conocemos como los libros d<strong>el</strong> Antiguo Testamento, junto con otros escritos<br />
inspirados—en un tiempo considerados auténticos, pero excluidos de recopilaciones posteriores por no<br />
ser estrictamente canónicos—existían entre los hebreos no sólo al tiempo d<strong>el</strong> nacimiento de <strong>Cristo</strong>,<br />
sino desde mucho antes. El origen de estas Escrituras se halla en la proclamación de la Ley, por<br />
conducto de Moisés, que también la escribió y entregó a la custodia oficial de los sacerdotes, con <strong>el</strong><br />
mandamiento expreso de que se leyera en las asambleas d<strong>el</strong> pueblo en ocasiones especiales. Con <strong>el</strong><br />
transcurso de los siglos se añadieron a estos primeros escritos las declaraciones de profetas<br />
divinamente comisionados, los anales de cronistas designados y los cánticos de poetas inspirados; de<br />
modo que en los días d<strong>el</strong> ministerio de nuestro Señor, los judíos poseían una importante recopilación<br />
de escritos que <strong>el</strong>los aceptaban y reverenciaban como autorizados. Estos anales, así como otras<br />
Escrituras que los antiguos isra<strong>el</strong>itas poseían, abundan en predicciones y promesas referentes al<br />
advenimiento terrenal d<strong>el</strong> Mesías.<br />
El patriarca de la raza humana, Adán, se regocijó por la certeza d<strong>el</strong> ministerio señalado d<strong>el</strong><br />
Salvador, mediante cuya aceptación, él, <strong>el</strong> transgresor, podría lograr la redención. En la promesa de<br />
Dios, pronunciada a raíz de la caída, se hace breve mención d<strong>el</strong> plan de salvación—cuyo autor es<br />
Jesucristo—en <strong>el</strong> cual se dice que aun cuando <strong>el</strong> diablo, representado por la serpiente en <strong>el</strong> Edén,<br />
tuviera <strong>el</strong> poder para herir <strong>el</strong> calcañar de la posteridad de Adán, la fuerza para herir la cabeza d<strong>el</strong><br />
adversario vendría por conducto de la descendencia de la mujer. Es significativo que por medio de la<br />
posteridad de la mujer se iba a realizar esta promesa de la victoria final sobre <strong>el</strong> pecado y su efecto<br />
inevitable, la muerte, ambos traídos al mundo a causa de Satanás, <strong>el</strong> enemigo mortal d<strong>el</strong> género<br />
humano. Observemos que no se extendió la promesa al hombre en forma particular, ni a la pareja. El<br />
único caso en que una mujer ha concebido sin conocer varón en la carne, fue <strong>el</strong> nacimiento de Jesús <strong>el</strong><br />
<strong>Cristo</strong>, Hijo terrenal de una madre mortal, engendrado por un Padre inmortal. El es <strong>el</strong> Unigénito d<strong>el</strong><br />
Padre Eterno en la carne, y nació de mujer.<br />
Por medio de las Escrituras, aparte de las que están incorporadas en <strong>el</strong> Antiguo Testamento, nos<br />
enteramos con mayor claridad de las rev<strong>el</strong>aciones que Dios ot<strong>org</strong>ó a Adán sobre la venida d<strong>el</strong><br />
Redentor. Como resultado natural e inevitable de su desobediencia, Adán perdió <strong>el</strong> alto privilegio d<strong>el</strong><br />
cual previamente había podido disfrutar, <strong>el</strong> de una asociación directa y personal con su Dios. No<br />
obstante, un áng<strong>el</strong> d<strong>el</strong> Señor lo visitó en su estado caído y le rev<strong>el</strong>ó <strong>el</strong> plan de redención: "Y pasados<br />
muchos días, un áng<strong>el</strong> d<strong>el</strong> Señor se apareció a Adán, y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y<br />
Adán le contestó: No sé, sino que <strong>el</strong> Señor me lo mandó. Entonces <strong>el</strong> áng<strong>el</strong> le habló, diciendo: Esto es<br />
a semejanza d<strong>el</strong> sacrificio d<strong>el</strong> Unigénito d<strong>el</strong> Padre, lleno de gracia y de verdad. Por consiguiente, harás<br />
cuanto hicieres en <strong>el</strong> nombre d<strong>el</strong> Hijo; y te arrepentirás e invocarás a Dios en <strong>el</strong> nombre d<strong>el</strong> Hijo para<br />
siempre jamás.<br />
Y ese día descendió sobre Adán <strong>el</strong> Espíritu Santo que da testimonio d<strong>el</strong> Padre y d<strong>el</strong> Hijo, diciendo:<br />
Soy <strong>el</strong> Unigénito d<strong>el</strong> Padre desde <strong>el</strong> principio, desde ahora y para siempre, para que así como has<br />
caído puedas ser redimido; también todo <strong>el</strong> género humano, aun cuantos quisieren."<br />
Enoc, hijo de Jared y padre de Matusalén, dio fe de esta rev<strong>el</strong>ación dada por <strong>el</strong> Señor a Adán, en la<br />
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