Jesus el Cristo - Cumorah.org

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CRISTO SE RETIRA DEL TEMPLO POR ÚLTIMA VEZ. Los discursos públicos de nuestro Señor y las discusiones directas que había sostenido con profesionales y principales sacerdotes en el curso de sus visitas diarias al templo durante la primera parte de la semana de la pasión, causaron que muchos de los oficiales judíos y otros lo aceptaran como el verdadero Hijo de Dios, pero el temor de la persecución farisaica y el miedo de ser excomulgados de la sinagoga 0 les impidió expresar la fe que sentían y aceptar el medio de salvación tan gratuitamente ofrecido. "Amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios." Quizás fue en esta ocasión, mientras Jesús dirigía sus pasos por la última vez hacia la salida de lo que en otro tiempo había sido el lugar santo, que proclamó el testimonio solemne de su divinidad contenido en el Evangelio de Juan. Alzando la voz, clamó a los príncipes de los sacerdotes y a la multitud en general, diciendo: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió." El homenaje de lealtad tributado a El era lealtad tributada a Dios. Claramente se dijo a la gente que la aceptación de El en ninguna manera menoscababa su lealtad a Jehová, antes la confirmaba. Repitiendo los preceptos expresados anteriormente, de nuevo proclamó ser la luz del mundo, por medio de cuyos rayos únicamente podría salvarse el género humano de las tinieblas encubridoras de la incredulidad espiritual. El testimonio que dejaba con la gente sería como juicio y condenación para todos los que inten-cionalmente lo rechazaran. "Porque yo no he hablado por mi propia cuenta—afirmó con finalidad solemne—el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho." SE PREDICE LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO. Mientras Jesús salía del recinto dentro del cual se hallaba lo que en otro tiempo había sido la Casa del Señor, uno o más de los discípulos le llamaron la atención a la magnífica estructura, a las macizas piedras, las gigantescas columnas y el lujo y adornos suntuosos de los varios edificios. El comentario que el Señor dio como respuesta fue una profecía incondicional de la completa destrucción del templo y todo lo relacionado con él: "De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada." Tal fue la precisa y terrible profecía. Quienes la oyeron se quedaron asombrados; ni por preguntas ni comentarios trataron de indagar más. El cumplimiento literal de esa fatídica predicción fue sólo uno de los muchos acontecimientos consiguientes a la aniquilación de la ciudad menos de cuarenta años después. Con la partida final del templo, que probablemente fue en la tarde del martes de esa última semana, solemnemente llegó a su fin el ministerio público de nuestro Señor. Lo que restaba de sus discursos, parábolas u ordenanzas se reservaría únicamente para la instrucción e investidura adicionales de los apóstoles. NOTAS AL CAPITULO 31. 1. La figura sobre la moneda.—Los judíos sentían aversión hacia las imágenes o efigies en general, el uso de las cuales interpretaban como violación del segundo mandamiento. Sin embargo, sus escrúpulos no les impedían aceptar monedas que llevaran la efigie de reyes, aun cuando estos monarcas fueran paganos. Sobre sus propias monedas grababan otras figuras, tales como plantas, frutas, etc., en lugar de la cabeza humana, y los romanos habían condescendido y permitido la acuñación de monedas especiales para el uso de los judíos, sobre las cuales aparecía el nombre, pero no la efigie del monarca. No obstante, eran de uso corriente en Palestina las monedas comunes de 296

Roma. 2. Sumisión a las autoridades seculares.—Dios instituye los gobiernos, algunas ocasiones por su intervención directa; en otras El lo permite. Cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, subyugó a los judíos, el Señor mandó, por conducto del profeta Jeremías (27:4-8), que el pueblo rindiera obediencia a su conquistador, a quien El llamó "mi siervo"; pues ciertamente el Señor se valió del rey pagano para castigar a los rebeldes e infieles hijos del convenio. En este acto de obediencia, así impuesto, estaba incluido el pago de impuestos y comprendía una sumisión completa. Después de la muerte de Cristo los apóstoles enseñaron que se diera obediencia a las potestades existentes, autoridades que, según el apóstol Pablo, "por Dios han sido estable cidas". Véase Rom. 13:1-7; Tito 3:1; 1 Tim. 2:1-3; véase también 1 Pedro 2:13, 14. Por conducto de la revelación moderna, el Señor requiere que en la dispensación presente su pueblo obedezca y preste fiel apoyo a los gobiernos debidamente establecidos en cualquier país. Véase Doc. y Con. 58:21, 22; 98:4-6; y toda la Sección 134. La Iglesia restaurada proclama, como parte esencial de sus creencias y prácticas, lo siguiente: "Cremos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley." Véase Artículos de Fe, por el autor, capítulo 23. 3. Matrimonio por la eternidad.—Las revelaciones divinas en la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos han puesto de relieve el hecho de que el convenio de matrimonio, y por cierto, cualquier otro pacto entre dos o más partes en la vida terrenal, carece de vigor allende la tumba, a menos que por las ordenanzas establecidas del santo sacerdocio sean ratificados y validados dichos convenios. El acto de sellar el convenio del casamiento por esta vida y la eternidad, que ha llegado a ser conocido como matrimonio celestial, es una ordenanza que se ha establecido por autoridad divina en la Iglesia restaurada de Jesucristo. Véase la explicación de este tema por el autor en Articulas de Fe, págs. 486-490; y House of the Lord, págs. 101-109. 4. Filacterios y bordes.—Debido a una interpretación tradicional de Éxodo 13:9 y Deuteronomio 6:8, los hebreos adoptaron la costumbre de llevar puestos filacterios, que eran esencialmente tiras de pergamino sobre las cuales se inscribían totalmente o en parte los siguientes textos: Éxodo 13:2-10, 11-17; Deuteronomio 6:4-9 y 11:13-21. Los filacterios se llevaban puestos en la cabeza y el brazo. Las tiras de pergamino para la cabeza eran cuatro, y sobre cada una se escribía uno de los textos citados arriba. Se colocaban dentro una caja cúbica de piel que podía medir desde 13 hasta 38 milímetros de orilla a orilla. La caja estaba dividida en cuatro secciones, en cada una de las cuales se colocaba uno de los pequeños rollos de pergamino, y se mantenía sobre la frente, entre los ojos de la persona, con cintas de piel. El filacterio del brazo se componía de un solo rollo de pergamino sobre el cual estaban grabados los cuatro textos prescritos; se colocaba en una pequeña caja atada al interior del brazo izquierdo con cintas de piel, y en tal forma que quedaba cerca del corazón cuando se colocaban las manos en actitud de devoción. Los fariseos usaban el filacterio del brazo arriba del codo, mientras que sus rivales, los saduceos, lo ataban a la palma de la mano (Véase Exo. 13:9). La gente común usaba los filacterios cuando oraba, pero se dice que los fariseos los lucían todo el día. Las palabras de nuestro Señor sobre la costumbre farisaica de ensanchar sus filacterios se refirieron al tamaño de las cajas, particularmente los frontales. El tamaño de las tiras de pergamino estaba decretado por regla fija. El Señor mandó a Israel, por conducto de Moisés (Núm. 15:38), que el pueblo atara a los bordes de sus vestidos una franja con un cordón de azul. Manifestando ostentosamente una piedad fingida, los escribas y fariseos se deleitaban en usar grandes flecos para llamar la atención de la gente. Era otra manifestación de su mojigatería hipócrita. 5. Divisiones y subdivisiones de la ley.—"Las escuelas rabínicas con su espíritu oficioso, carnal y superficial de verbosidad y adoración de la letra, habían enmarañado la ley mosaica con una numerosa acumulación de sutilezas inservibles. Empleaban su ocio, entre otras cosas, en idear fantásticos sistemas para contar, clasificar, pesar y medir todos los mandamientos separados de los ceremoniales y ley moral. Habían llegado a la sapientísima conclusión de que había 297

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Los discursos públicos de nuestro Señor y las discusiones directas que había sostenido con<br />

profesionales y principales sacerdotes en <strong>el</strong> curso de sus visitas diarias al templo durante la primera<br />

parte de la semana de la pasión, causaron que muchos de los oficiales judíos y otros lo aceptaran como<br />

<strong>el</strong> verdadero Hijo de Dios, pero <strong>el</strong> temor de la persecución farisaica y <strong>el</strong> miedo de ser excomulgados<br />

de la sinagoga 0 les impidió expresar la fe que sentían y aceptar <strong>el</strong> medio de salvación tan<br />

gratuitamente ofrecido. "Amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios."<br />

Quizás fue en esta ocasión, mientras Jesús dirigía sus pasos por la última vez hacia la salida de lo<br />

que en otro tiempo había sido <strong>el</strong> lugar santo, que proclamó <strong>el</strong> testimonio solemne de su divinidad<br />

contenido en <strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io de Juan. Alzando la voz, clamó a los príncipes de los sacerdotes y a la<br />

multitud en general, diciendo: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en <strong>el</strong> que me envió; y <strong>el</strong> que me<br />

ve, ve al que me envió." El homenaje de lealtad tributado a El era lealtad tributada a Dios. Claramente<br />

se dijo a la gente que la aceptación de El en ninguna manera menoscababa su lealtad a Jehová, antes la<br />

confirmaba. Repitiendo los preceptos expresados anteriormente, de nuevo proclamó ser la luz d<strong>el</strong><br />

mundo, por medio de cuyos rayos únicamente podría salvarse <strong>el</strong> género humano de las tinieblas<br />

encubridoras de la incredulidad espiritual. El testimonio que dejaba con la gente sería como juicio y<br />

condenación para todos los que inten-cionalmente lo rechazaran. "Porque yo no he hablado por mi<br />

propia cuenta—afirmó con finalidad solemne—<strong>el</strong> Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo<br />

que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo<br />

hablo, lo hablo como <strong>el</strong> Padre me lo ha dicho."<br />

SE PREDICE LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO.<br />

Mientras Jesús salía d<strong>el</strong> recinto dentro d<strong>el</strong> cual se hallaba lo que en otro tiempo había sido la Casa<br />

d<strong>el</strong> Señor, uno o más de los discípulos le llamaron la atención a la magnífica estructura, a las macizas<br />

piedras, las gigantescas columnas y <strong>el</strong> lujo y adornos suntuosos de los varios edificios. El comentario<br />

que <strong>el</strong> Señor dio como respuesta fue una profecía incondicional de la completa destrucción d<strong>el</strong> templo<br />

y todo lo r<strong>el</strong>acionado con él: "De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea<br />

derribada." Tal fue la precisa y terrible profecía. Quienes la oyeron se quedaron asombrados; ni por<br />

preguntas ni comentarios trataron de indagar más. El cumplimiento literal de esa fatídica predicción<br />

fue sólo uno de los muchos acontecimientos consiguientes a la aniquilación de la ciudad menos de<br />

cuarenta años después.<br />

Con la partida final d<strong>el</strong> templo, que probablemente fue en la tarde d<strong>el</strong> martes de esa última<br />

semana, solemnemente llegó a su fin <strong>el</strong> ministerio público de nuestro Señor. Lo que restaba de sus<br />

discursos, parábolas u ordenanzas se reservaría únicamente para la instrucción e investidura<br />

adicionales de los apóstoles.<br />

NOTAS AL CAPITULO 31.<br />

1. La figura sobre la moneda.—Los judíos sentían aversión hacia las imágenes o efigies en<br />

general, <strong>el</strong> uso de las cuales interpretaban como violación d<strong>el</strong> segundo mandamiento. Sin embargo,<br />

sus escrúpulos no les impedían aceptar monedas que llevaran la efigie de reyes, aun cuando estos<br />

monarcas fueran paganos. Sobre sus propias monedas grababan otras figuras, tales como plantas,<br />

frutas, etc., en lugar de la cabeza humana, y los romanos habían condescendido y permitido la<br />

acuñación de monedas especiales para <strong>el</strong> uso de los judíos, sobre las cuales aparecía <strong>el</strong> nombre, pero<br />

no la efigie d<strong>el</strong> monarca. No obstante, eran de uso corriente en Palestina las monedas comunes de<br />

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