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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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espantosa realidad, no iba a ser una eventualidad en un lejano futuro; cada uno de los espantosos ayes<br />

que <strong>el</strong> Señor pronunció habría de realizarse en esa generación.<br />

LAMENTO DEL SEÑOR SOBRE JERUSALÉN.<br />

Jesús había pronunciado sus últimas palabras r<strong>el</strong>acionadas con los escribas, los fariseos y <strong>el</strong><br />

farisaísmo. Mirando, desde lo alto d<strong>el</strong> templo, la ciudad d<strong>el</strong> gran Rey que en breve habría de ser<br />

abandonada a la destrucción, sobrevino al Señor una sensación de profunda tristeza. Con <strong>el</strong>ocuencia<br />

imperecedera llena de angustia profirió una lamentación que ningún padre terrenal jamás ha expresado<br />

a causa d<strong>el</strong> más desobediente y reb<strong>el</strong>de de sus hijos:<br />

"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas<br />

veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollu<strong>el</strong>os debajo de las alas, y no quisiste! He<br />

aquí vuestra casa os dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis:<br />

Bendito <strong>el</strong> que viene en <strong>el</strong> nombre d<strong>el</strong> Señor." Si Isra<strong>el</strong> hubiese recibido a su Rey, la historia mundial<br />

de la época posterior a <strong>Cristo</strong> jamás habría sido lo que fue. Los hijos de Isra<strong>el</strong> habían menospreciado<br />

<strong>el</strong> abrigo ofrecido de una ala paternal protectora; en breve <strong>el</strong> águila romana descendería sobre <strong>el</strong>los<br />

para matar. El espléndido templo que apenas un día antes <strong>el</strong> Señor había llamado "mi casa", no era ya<br />

particularmente suyo. "Vuestra casa— les declaró—os es dejada desierta." Estaba a punto de apartarse<br />

d<strong>el</strong> templo y de la nación, y los judíos no habrían de volver a mirar su faz hasta que, mediante la<br />

disciplina de siglos de padecimientos, estuviesen preparados para proclamar con acentos de fe<br />

permanente, como algunos de <strong>el</strong>los apenas <strong>el</strong> domingo anterior habían proclamado bajo <strong>el</strong> impulso de<br />

un concepto erróneo: "Bendito <strong>el</strong> que viene en <strong>el</strong> nombre d<strong>el</strong> Señor."<br />

LA OFRENDA DE UNA VIUDA.<br />

De los patios descubiertos d<strong>el</strong> templo Jesús se dirigió hacia la columnata d<strong>el</strong> lugar de los tesoros, y<br />

allí se sentó aparentemente absorto en su tristeza. Dentro de ese sitio se hallaban trece arcas, cada una<br />

de <strong>el</strong>las con un receptáculo en forma de trompeta en <strong>el</strong> cual la gente depositaba sus donativos para los<br />

varios objetos indicados por las inscripciones sobre los cofres. Alzando la mirada Jesús vio las filas de<br />

contribuidores, de todas las clases y grados de opulencia y pobreza, algunos de los cuales depositaban<br />

su ofrenda con evidente devoción y sinceridad de propósito, otros ostentosamente echando grandes<br />

sumas de oro y plata, principalmente para ser vistos de los hombres. Entre la multitud se hallaba una<br />

viuda pobre, la cual, probablemente esforzándose para que nadie la viera, echó en una de las arcas dos<br />

pequeñas monedas de bronce conocidas como blancas. El total de su contribución no llegaba ni a<br />

medio centavo de dólar. El Señor llamó a sus discípulos alrededor de sí, les llamó la atención a la<br />

viuda pobre y lo que había hecho, y dijo: "De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos<br />

los que han echado en <strong>el</strong> arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza<br />

echó todo lo que tenía, todo su sustento."<br />

En las cuentas que llevan los áng<strong>el</strong>es, calculadas de acuerdo con la aritmética c<strong>el</strong>estial, lo que <strong>el</strong>los<br />

asientan en sus libros queda determinado por su calidad más bien que cantidad, y se fija <strong>el</strong> valor de la<br />

ofrenda de acuerdo con la capacidad y la intención. Los ricos daban mucho, y sin embargo retenían<br />

más; la ofrenda de la viuda era todo lo que poseía. La pequenez de su don no fue lo que lo hizo tan<br />

especialmente aceptable, sino <strong>el</strong> espíritu de sacrificio e intención devota con <strong>el</strong> que lo entregó. En los<br />

libros de contabilidad c<strong>el</strong>estial <strong>el</strong> donativo de esa viuda quedó asentado como una ofrenda magnánima<br />

que sobrepujó en valor las dádivas de los reyes. "Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será<br />

acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene."<br />

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