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preceptos autoritativos merecían ser obedecidos; pero amonestó con vehemencia a los discípulos que<br />
se cuidaran de su ejemplo pernicioso. "Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y<br />
hacedlo—recomendó <strong>el</strong> Señor—mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen." No<br />
pudo haber sido más clara la distinción entre la debida observancia de los preceptos oficiales y la<br />
responsabilidad personal de seguir <strong>el</strong> mal ejemplo, aunque sea <strong>el</strong> de hombres de alta categoría. No<br />
había de disculparse la desobediencia hacia la ley por motivo de la corrupción de quienes la<br />
representaban, ni debía condonarse o tolerarse la falta de rectitud en ningún individuo por causa de la<br />
vileza de otra persona.<br />
Explicando la amonestación que tan manifiestamente había proferido contra los vicios de los<br />
gobernantes, <strong>el</strong> Señor continuó, diciendo: "Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen<br />
sobre los hombros de los hombres; pero <strong>el</strong>los ni con un dedo quieren moverlas." El rabinismo<br />
virtualmente había reemplazado la ley mediante la substitución de innumerables reglas y requisitos<br />
con sus castigos condicionales; la época estaba llena de observancias tradicionales que abrumaban<br />
hasta los asuntos triviales de la vida; pero los hipócritas oficiales podían hallar pretextos para eximirse<br />
personalmente de cumplir éstas y otras cargas pesadas.<br />
Su exagerada vanidad e irreverente asunción de piedad extremada fueron censuradas con estas<br />
palabras: "Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus<br />
filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las<br />
primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen:<br />
Rabí, Rabí." El altisonante título de Rabí, que significa maestro, profesor o doctor, había eclipsado la<br />
divinamente reconocida santidad d<strong>el</strong> sacerdocio, y se consideraba al rabino judío altamente superior al<br />
sacerdote d<strong>el</strong> Dios Altísimo. "Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí-—dijo Jesús a los apóstoles<br />
y los otros discípulos presentes—porque uno es vuestro Maestro, <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>, y todos vosotros sois<br />
hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, <strong>el</strong> que está en<br />
los ci<strong>el</strong>os. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>."<br />
Aqu<strong>el</strong>los sobre quienes descansaría la responsabilidad de edificar la Iglesia que El había fundado,<br />
no debían aspirar a los títulos d<strong>el</strong> mundo ni a los honores de los hombres; porque estos que habían sido<br />
escogidos eran hermanos, y su único propósito habría de ser prestar <strong>el</strong> mejor servicio posible a su<br />
único Maestro. Como tan poderosa e impresionantemente se les había inculcado en ocasiones<br />
anteriores, la única manera en que se lograba y puede lograrse la exc<strong>el</strong>encia o supremacía en <strong>el</strong><br />
llamado apostólico, así como en los deberes que incumben al discípulo o miembro de la Iglesia de<br />
<strong>Cristo</strong>, es por medio d<strong>el</strong> servicio humilde y devoto. Por consiguiente, <strong>el</strong> Maestro dijo una vez más: "El<br />
que es <strong>el</strong> mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque <strong>el</strong> que se enaltece será humillado, y <strong>el</strong> que se<br />
humilla será enaltecido."<br />
De la multitud indistinta de discípulos e incrédulos, entre los cuales se hallaban muchos de los d<strong>el</strong><br />
pueblo que escuchaban con <strong>el</strong> gozoso afán de aprender, 6 Jesús se volvió a los ahora humillados pero<br />
iracundos príncipes, y los inundó con un verdadero torrente de justa indignación, en medio de la cual<br />
r<strong>el</strong>umbraron los r<strong>el</strong>ámpagos de fulminantes invectivas, acompañados de los truenos de un anatema<br />
divino.<br />
"Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis <strong>el</strong> reino de los ci<strong>el</strong>os d<strong>el</strong>ante<br />
de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando." La norma farisaica<br />
de piedad era la erudición escolar; <strong>el</strong> que no estaba versado en los puntos técnicos de la ley era<br />
considerado inaceptable ante Dios y, de hecho, maldito." Por motivo de su casuística y explicaciones<br />
pervertidas de las Escrituras, confundían y desorientaban a la gente común, de modo que eran como<br />
obstáculos a la entrada d<strong>el</strong> reino de Dios, y no sólo no querían entrar <strong>el</strong>los, sino que les estorbaban <strong>el</strong><br />
camino a otros.<br />
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como<br />
pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación." 3 La avaricia de la jerarquía<br />
judía en <strong>el</strong> tiempo de nuestro Señor era un escándalo notorio. Por motivo de la extorsión y compulsión<br />
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