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les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios."<br />
No importa con qué norma la midamos, la respuesta fue insuperable, y por cierto, se ha convertido<br />
en aforismo en la literatura y en la vida. Desalojó todo pensamiento o expectativa que aún quedara en<br />
<strong>el</strong>los, de que en la mente de Aqu<strong>el</strong> que tan recientemente había entrado en Jerusalén como Rey de<br />
Isra<strong>el</strong> y Príncipe de Paz, existiese la más leve sombra siquiera de ambición d<strong>el</strong> poder o dominio<br />
terrenales. Estableció de una vez por todas la única base recta para la r<strong>el</strong>ación que debe existir entre<br />
los deberes espirituales y seglares, entre la iglesia y <strong>el</strong> estado. En años posteriores los apóstoles<br />
edificaron sobre este fundamento y recomendaron la obediencia a las leyes de los gobiernos<br />
constituidos.<br />
Se puede inferir una lección, si uno quiere, de la r<strong>el</strong>ación que guardan las palabras de nuestro<br />
Señor con la imagen de César sobre la moneda. Fue esa efigie y su inscripción correspondiente lo que<br />
su memorable instrucción recalcó en forma especial: "Dad, pues, a César lo que es de César." Y siguió<br />
la instrucción adicional: "Y a Dios lo que es de Dios." Toda alma humana lleva estampada la imagen e<br />
inscripción de Dios, pese a lo borrado e indistinto que la corrosión o desgaste d<strong>el</strong> pecado haya dejado<br />
la acuñación;' y así como a César se deben entregar las monedas sobre las que aparece su imagen, en<br />
igual manera deben entregarse a Dios las almas que con su imagen han sido grabadas. Entregúense al<br />
mundo las piezas acuñadas, convertidas en uso corriente por las insignias de los poderes mundanos; y<br />
a Dios y su servicio entreguémonos nosotros mismos en calidad de la divina moneda de su reino<br />
eterno.<br />
La incontestable sabiduría de la respuesta que <strong>el</strong> Señor dio a la artificiosa pregunta de los fariseos<br />
y herodianos los dejó callados. Por más que intentaron no pudieron "sorprenderle en alguna palabra",<br />
y fueron avergonzados d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> pueblo que presenció su humillación. Maravillados de su repuesta,<br />
y no queriendo arriesgar otro y posiblemente mayor bochorno, se apartaron de El y "se fueron".<br />
Vemos, sin embargo, que estos perversos judíos persistieron en su vil y traicionero propósito, como<br />
palpablemente quedó manifestado cuando presentaron ante Pilato la completamente falsa acusación de<br />
que Jesús prohibía "dar tributo a César, diciendo que él mismo es <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>, un rey".<br />
PREGUNTA DE LOS SADUCEOS SOBRE LA RESURRECCIÓN.<br />
Los saduceos entonces trataron de desconcertar a Jesús proponiéndole lo que para .<strong>el</strong>los era una<br />
pregunta enmarañada cuando no difícil en extremo. Los saduceos afirmaban que no podía haber<br />
resurrección corporal, y sobre este punto de doctrina, así como en muchos otros, eran enemigos<br />
declarados de los fariseos.' La pregunta que le trajeron los saduceos en esta ocasión se refería<br />
directamente a la resurrección, y tenía por objeto desacreditar esta doctrina mediante una aplicación<br />
sumamente desfavorable y crasamente exagerada de la misma. "Maestro—dijo <strong>el</strong> portavoz d<strong>el</strong><br />
grupo—Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará<br />
descendencia a su hermano. Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; <strong>el</strong> primero se casó, y murió; y<br />
no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. De la misma manera también <strong>el</strong> segundo, y <strong>el</strong><br />
tercero, hasta <strong>el</strong> séptimo. Y después de todos murió también la mujer. En la resurrección, pues, ¿de<br />
cuál de los siete será <strong>el</strong>la mujer, ya que todos la tuvieron?" Era indisputable <strong>el</strong> hecho de que la ley<br />
mosaica autorizaba y exigía que <strong>el</strong> hermano viviente de un esposo fallecido sin hijos se casara con la<br />
viuda a fin de procrear hijos en nombre d<strong>el</strong> difunto, cuyo linaje podría preservarse legalmente en esa<br />
forma. ¡ Bajo <strong>el</strong> código mosaico referente al levirato, podría suceder una circunstancia semejante a la<br />
que presentaron los sadueeos casuísticos, en la cual siete hermanos sucesivamente tuvieron por esposa<br />
a la misma mujer que había quedado viuda y sin hijos; pero se trataba de un caso sumamente<br />
improbable.<br />
Sin embargo, Jesús no optó por impugnar los <strong>el</strong>ementos d<strong>el</strong> problema que le fue presentado; y<br />
poco importaba que <strong>el</strong> caso fuera supuesto o real, en vista de que la pregunta, "¿de cuál será <strong>el</strong>la<br />
mujer?", estaba basada en un concepto completamente erróneo. "Entonces respondiendo Jesús, les<br />
dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y <strong>el</strong> poder de Dios. Porque en la resurrección ni se casarán ni se<br />
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