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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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CAPITULO 31<br />

CONCLUSIÓN DEL MINISTERIO PUBLICO DE<br />

NUESTRO SEÑOR<br />

UNA CONSPIRACIÓN DE FARISEOS Y HERODIANOS.<br />

Con actividad infatigable las autoridades judías continuaron su afanoso intento de tentar o<br />

provocar a Jesús para que hiciera o dijera alguna cosa que pudiera servirles de pretexto para acusarlo<br />

de cualquier d<strong>el</strong>ito, bien bajo su propia ley o la romana. Los fariseos consultaron entre sí "cómo<br />

sorprenderle en alguna palabra", y entonces, dejando de lado sus prejuicios partidarios, se<br />

confabularon para tal fin con los herodianos, constituyentes de un bando político cuya característica<br />

principal tendía a conservar en poder a la familia de los Herodes, b cuya política por fuerza implicaba <strong>el</strong><br />

apoyo d<strong>el</strong> poder romano, d<strong>el</strong> cual dependía la autoridad d<strong>el</strong>agada de aquéllos. Ya en una ocasión<br />

anterior se había entablado esta incongrua asociación con objeto de incitar a Jesús a cometer algún<br />

descomedimiento en Galilea, y <strong>el</strong> Señor había incluido en uno a ambos partidos cuando amonestó a los<br />

discípulos que se cuidaran "de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes". De manera que<br />

<strong>el</strong> último día de las instrucciones públicas de nuestro Señor, los fariseos y los herodianos combinaron<br />

sus fuerzas para combatirlo; aquéllos vigilando para ver si cometía la más leve infracción de la ley<br />

mosaica, éstos al acecho para valerse d<strong>el</strong> menor pretexto y acusarlo de deslealtad a las potestades<br />

seculares. Concibieron su complot en la traición y lo llevaron a efecto como incorporación viviente de<br />

una mentira. Eligiendo de entre <strong>el</strong>los a los que no habían impugnado personalmente a Jesús, hombres<br />

supuestamente desconocidos para El, los principales conspiradores los enviaron con instrucciones de<br />

que "se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra, para entregarle al poder y autoridad<br />

d<strong>el</strong> gobernador".<br />

Esta d<strong>el</strong>egación de espías hipócritas se acercó para hacerle una pregunta con sinceridad fingida,<br />

como si su conciencia se hallara turbada, y a causa de lo cual deseaban pedir un consejo al eminente<br />

Tutor. "Maestro—le dijeron con servil duplicidad—sabemos que eres amante de la verdad, y que<br />

enseñas con verdad <strong>el</strong> camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de<br />

los hombres." Cada palabra de este premeditado tributo al valor e independencia de los pensamientos<br />

y hechos de nuestro Señor era verdadera; pero la forma en que las pronunciaron estos viles hipócritas<br />

de intenciones nefandas, fue notoriamente falsa. Las palabras m<strong>el</strong>ifluas, sin embargo, con las cuales<br />

los conspiradores trataron de adular al Señor y adormecer su vigilancia, indican que la pregunta que<br />

estaban a punto de hacerle era de tal naturaleza, que la respuesta acertada requeriría precisamente esas<br />

cualidades mentales que fingidamente le atribuían.<br />

"Dinos, pues—continuaron—qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no?" Se escogió esta<br />

pregunta con astucia diabólica, porque de todos los hechos que indicaban un homenaje compulsivo a<br />

Roma, <strong>el</strong> de tener que pagar tributo era <strong>el</strong> más ofensivo para los judíos. Si Jesús hubiese contestado<br />

"Sí", los arteros fariseos podrían haber incitado a la multitud contra El, acusándolo de ser un infi<strong>el</strong> hijo<br />

de Abraham; si su contestación hubiese sido "No", los intrigantes herodianos lo habrían denunciado de<br />

sedición contra <strong>el</strong> gobierno romano. Además, la pregunta era innecesaria; la nación, tanto los<br />

gobernantes como <strong>el</strong> pueblo, había resu<strong>el</strong>to <strong>el</strong> asunto muy a pesar de su renuencia, porque se<br />

aceptaban y circulaban entre <strong>el</strong>los las monedas de acuñación romana como medio común de cambio; y<br />

se reconocía como criterio entre los judíos, que la conversión de las monedas de cualquier soberano en<br />

uso corriente significaba admitir su autoridad real. "Pero Jesús, conociendo la malicia de <strong>el</strong>los, les<br />

dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?" Todas sus astutas expresiones de falsa adulación fueron<br />

contrarrestadas con <strong>el</strong> denunciante epíteto de "hipócritas". Les mandó que le enseñaran la moneda d<strong>el</strong><br />

tributo, y le presentaron un denario romano con la efigie y nombre de Tiberio César, emperador de<br />

Roma. "¿De quién es esta imagen— les preguntó—y la inscripción?" "De César"—le contestaron. "Y<br />

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