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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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precisa respecto de la autoridad que poseía, y quién se la había dado. Conocían su ministerio de tres<br />

años de milagros y enseñanzas; <strong>el</strong> día anterior habían sido sanados los ciegos y cojos dentro de los<br />

muros d<strong>el</strong> templo; Lázaro, testimonio viviente d<strong>el</strong> poder d<strong>el</strong> Señor sobre la muerte y la tumba, se<br />

hallaba d<strong>el</strong>ante de <strong>el</strong>los. Demandar otra señal equivaldría a exponerse manifiestamente al ridículo d<strong>el</strong><br />

pueblo.<br />

Sabían cuál era la autoridad que <strong>el</strong> Señor afirmaba, de modo que su pregunta tenía un propósito<br />

siniestro. Jesús no se dignó darles una respuesta que posiblemente pudieran tomar como pretexto<br />

adicional para contradecirlo; pero sí se valió de un método muy común entre <strong>el</strong>los, <strong>el</strong> de contestar una<br />

pregunta con otra. "Respondiendo Jesús, les dijo: Yo también os haré una pregunta, y si me la<br />

contestáis, también yo os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?<br />

¿D<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, o de los hombres?" Los judíos consultaron entre sí, sobre la respuesta que mejor les<br />

ayudaría a zafarse de aqu<strong>el</strong>la embarazosa situación, pero nada se dice de que hayan intentado acertar<br />

la verdad y responder consiguientemente; se hallaban completamente confusos. Si contestaban que <strong>el</strong><br />

bautismo de Juan era de Dios, Jesús probablemente les preguntaría por qué entonces no habían creído<br />

al Bautista, y por qué no habían aceptado <strong>el</strong> testimonio que Juan había dado de El. Por otra parte, si<br />

afirmaban que Juan no tenía autoridad divina para predicar y bautizar, se echarían encima al pueblo,<br />

porque las masas reverenciaban al Bautista martirizado y lo tenían por profeta. A pesar de su preciada<br />

erudición, contestaron como aturdidos niños de escu<strong>el</strong>a cuando se enteran de las dificultades ocultas<br />

en lo que al principio parecía ser sólo un problema sencillo. "No sabemos"—le dijeron. Entonces Jesús<br />

respondió: "Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas."<br />

Los principales sacerdotes, escribas y ancianos d<strong>el</strong> pueblo se vieron burlados y humillados. Jesús<br />

les había vu<strong>el</strong>to completamente las tornas. El, a quien había sido su propósito interrogar, se convirtió<br />

en inquisidor; <strong>el</strong>los en acobardados e indispuestos alumnos; El en hábil instructor y la multitud en<br />

observadores interesados. Habiendo poca posibilidad de una interrupción inmediata, <strong>el</strong> Maestro<br />

procedió con tranquila d<strong>el</strong>iberación a r<strong>el</strong>atarles una serie de tres historias espléndidas, cada una de las<br />

cuales entendieron que se aplicaba a <strong>el</strong>los con certeza punzante. La primera de las narraciones a que<br />

nos referimos es la que se conoce como la Parábola de los Dos Hijos.<br />

"Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, vé hoy a<br />

trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al<br />

otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos<br />

hizo la voluntad de su padre? Dijeron <strong>el</strong>los: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los<br />

publícanos y las rameras van d<strong>el</strong>ante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en<br />

camino de justicia, y no le creísteis; pero los publícanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo<br />

esto, no os arrepentisteis después para creerle.""<br />

Con sus primeras palabras, "pero ¿qué os parece?" Jesús los convocó a que escucharan<br />

atentamente. La frase indicaba que en breve seguiría una pregunta, y así fue. ¿Cuál de los dos hijos era<br />

<strong>el</strong> obediente? No había sino una respuesta lógica, y tuvieron que darla a pesar de su renuencia. La aplicación<br />

de la parábola vino con rapidez convincente. La figura representativa de aqu<strong>el</strong>los principales<br />

sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos d<strong>el</strong> pueblo, era <strong>el</strong> segundo hijo, <strong>el</strong> cual, cuando se le dijo que<br />

trabajara en la viña, contestó con tan buena voluntad; pero no fue, aunque las vides se habían<br />

extendido como plantas silvestres, porque no había quien las podara, y <strong>el</strong> fruto de baja calidad que<br />

llegaran a producir tendría que caer y pudrirse en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o. Los publícanos y pecadores, sobre quienes<br />

caía <strong>el</strong> desprecio de estos jerarcas, y con los cuales se profanaban con tan sólo tocarlos, eran<br />

semejantes al primer hijo que, con su áspero pero franco desaire había desobedecido la orden de su<br />

padre; pero después, arrepentido, se puso a trabajar, penitentemente esperando poder restituir en<br />

alguna forma <strong>el</strong> tiempo perdido y <strong>el</strong> espíritu reb<strong>el</strong>de que había manifestado.<br />

Los publícanos y pecadores, en cuyos corazones penetró, como con voz de clarín, la exhortación<br />

de arrepentirse, habían acudido al Bautista en <strong>el</strong> desierto con la sincera pregunta: "Maestro, ¿qué<br />

haremos?" 111 El llamado de Juan no se había dirigido a ninguna clase en particular; pero mientras que<br />

por una parte los que confesaban ser pecadores se arrepintieron y solicitaron su bautismo, aqu<strong>el</strong>los<br />

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