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Jesus el Cristo - Cumorah.org

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en dominio. Los medios por los cuales se efectuó esta segunda expulsión no se dan a conocer; pero es<br />

palpable que nadie pudo resistir su mandato autoritativo. Obró con la fuerza de la justicia ante la cual<br />

los poderes de la maldad tuvieron que retroceder.<br />

Tras la tormenta de su indignación siguió la calma de un ministerio bondadoso; a los patios<br />

despejados de su casa llegaron los ciegos y lisiados, cojeando y palpando, y El los sanó. Los<br />

principales sacerdotes y escribas ardían en cólera contra El, pero se hallaban impotentes. Habían<br />

decretado su muerte e intentado repetidas veces tomarlo preso; y ahora lo veían sentado en <strong>el</strong> sitio<br />

donde <strong>el</strong>los afirmaban tener jurisdicción suprema, y temían echarle mano por causa de la gente<br />

común, a la cual profesaban despreciar, y sin embargo, sinceramente temían, "porque todo <strong>el</strong> pueblo<br />

estaba suspenso oyéndole".<br />

La ira de los oficiales se agravó todavía más por motivo de un suceso emocionante que parece<br />

haber resultado o seguido inmediatamente tras su misericordiosa curación de los afligidos en <strong>el</strong><br />

templo. Algunos niños vieron lo que hizo, y sus pensamientos inocentes, libres aún d<strong>el</strong> prejuicio de la<br />

tradición, y con ojos que <strong>el</strong> pecado no había cegado todavía, reconocieron en El al <strong>Cristo</strong> y<br />

prorrumpieron en un himno de alabanza y adoración escuchado por los áng<strong>el</strong>es: "¡Hosanna al Hijo de<br />

David!" Los principales d<strong>el</strong> templo, con una saña que no pudieron disimular, le dijeron: "¿Oyes lo que<br />

éstos dicen?" Probablemente creían que repudiaría <strong>el</strong> título, o que posiblemente reafirmaría su derecho<br />

en una forma que les diera pretexto para proceder legalmente contra El, porque para la mayor parte de<br />

<strong>el</strong>los <strong>el</strong> Hijo de David era <strong>el</strong> Mesías, <strong>el</strong> Rey prometido. ¿Se disculparía por la blasfemia consiguiente a<br />

la injustificada asunción de tan solemne dignidad? Reprochándoles su ignorancia respecto de la<br />

Escrituras, Jesús contestó: "Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman<br />

perfeccionaste la alabanza?""<br />

Era ya <strong>el</strong> atardecer d<strong>el</strong> lunes; Jesús se apartó de la ciudad y volvió de nuevo a Betania donde<br />

estaba alojado. Esta manera de proceder era la más prudente, en vista de la determinación de los<br />

príncipes de hacerlo caer en sus manos sin alborotar al pueblo, si acaso podían. De día era imposible<br />

efectuarlo, porque dondequiera que se presentaba, las multitudes lo seguían; pero si hubiese<br />

permanecido en Jerusalén durante la noche, los vigilantes emisarios de la jerarquía podrían haberlo<br />

apresado, a menos que El pudiera contrarrestarlos mediante algún acto milagroso. Aun cuando<br />

próxima, su hora todavía no había llegado; y no sería tomado preso sino hasta que El, como víctima<br />

voluntaria, se permitiera caer en manos de sus enemigos.<br />

LOS MAGISTRADOS IMPUGNAN LA AUTORIDAD DE CRISTO.<br />

Al día siguiente, es decir <strong>el</strong> martes, Jesús volvió al templo con los Doce, pasando cerca de la<br />

higuera seca y recalcando la lección d<strong>el</strong> milagro y parábola combinados, como ya hemos visto.<br />

Mientras enseñaba en <strong>el</strong> lugar sagrado, predicando <strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io a todos los que deseaban escuchar, se<br />

juntaron en torno d<strong>el</strong> Señor los principales sacerdotes y varios escribas y ancianos. Habían estado<br />

hablando acerca de El durante la noche, y resolvieron dar por lo menos otro paso. Impugnarían su<br />

autoridad con que había obrado <strong>el</strong> día anterior. Ellos eran los custodios d<strong>el</strong> templo, así de la estructura<br />

material como d<strong>el</strong> sistema teocrático que <strong>el</strong> santo edificio representaba; y aqu<strong>el</strong> Galileo, que permitía<br />

que lo llamaran <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> y defendía a los que con ese nombre lo aclamaban, por la segunda vez había<br />

menospreciado su autoridad dentro de los muros d<strong>el</strong> templo, y en presencia de la gente común a la<br />

cual <strong>el</strong>los señoreaban tan arrogantemente. De modo que esta comisión oficial con sus planes bien<br />

preparados se acercó a El y dijo: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta<br />

autoridad?" Este acto indudablemente constituía <strong>el</strong> primer paso de un esfuerzo concertado de<br />

antemano para suprimir las actividades de Jesús, así de palabra como de hecho, dentro de los recintos<br />

d<strong>el</strong> templo. Recordaremos que después de la primera purificación d<strong>el</strong> templo los judíos llenos de ira<br />

habían exigido a Jesús una señal mediante la cual pudieran juzgar <strong>el</strong> asunto de su comisión divina; 1 y<br />

es significativo que en esta segunda ocasión no se pidió una señal, sino más bien una declaración<br />

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