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tres ocasiones había restaurado la vida a ios muertos; fue propio que demostrara su poder para herir y<br />
destruir. En las manifestaciones de su poder sobre la muerte, El misericordiosamente había levantado<br />
a una donc<strong>el</strong>la de la cama sobre la cual había muerto, a un joven d<strong>el</strong> ataúd en que lo llevaban a<br />
sepultar, a otro d<strong>el</strong> sepulcro en donde se hallaba depositado su cuerpo muerto. Al mostrar su poder<br />
para destruir mediante su palabra, sin embargo, tomó por objeto a un árbol estéril y sin valor. ¿Dudaría<br />
alguno de los Doce—cuando a los pocos días lo vieran en manos de sacerdotes vengativos y paganos<br />
despiadados—que si El quisiera, podía herir a sus enemigos hasta la muerte con su palabra? Sin<br />
embargo, no fue sino hasta después de su gloriosa resurrección que los apóstoles mismos<br />
comprendieron cuán verdaderamente voluntario había sido su sacrificio.<br />
Pero la suerte que sobrevino a la higuera estéril es instructiva desde otro punto de vista. El<br />
acontecimiento es una parábola al mismo tiempo que un milagro. El árbol frondoso se distinguía de<br />
las otras higueras; éstas no extendían ninguna invitación, no prometían nada, porque "no era tiempo de<br />
higos"; en su sazón producirían fruto y hojas; pero este precoz y frondoso fingidor agitaba sus<br />
umbrosas ramas como si estuviera jactándose de su superioridad. Para los que aceptaban su ostentosa<br />
invitación, para <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong> que fue a buscar fruta para satisfacer <strong>el</strong> hambre, no tuvo más que hojas<br />
solamente. Aun para los fines de la lección que contiene, no podemos concebir que se haya maldecido<br />
<strong>el</strong> árbol principalmente porque no tenía higos, porque en esa época d<strong>el</strong> año las otras higueras también<br />
carecían de fruta. Se convirtió en <strong>el</strong> objeto de la maldición y tema d<strong>el</strong> discurso instructivo d<strong>el</strong> Señor<br />
porque, teniendo hojas, se hallaba engañosamente estéril. Si fuera razonable atribuirle agencia o<br />
albedrío moral al árbol, tendríamos que tacharlo de hipócrita; su completa esterilidad, junto con su<br />
abundancia de hojas, lo tornan en un tipo de hipocresía humana.<br />
El frondoso árbol sin fruto era símbolo d<strong>el</strong> judaismo que ruidosamente proclamaba ser la única<br />
r<strong>el</strong>igión verdadera de la época, y condescendientemente invitaba a todo mundo a que viniera a<br />
participar de su rica y madura fruta, cuando en realidad no era sino un crecimiento innatural de hojas,<br />
desprovisto d<strong>el</strong> fruto de la temporada y careciendo de siquiera un bulbo comestible retenido de años<br />
anteriores; porque lo que de fruto anterior le quedaba estaba tan seco que para nada servía, y aun<br />
repugnaba por su podredumbre picada de gusanos. La r<strong>el</strong>igión de Isra<strong>el</strong> se había degenerado en una<br />
mojigatería artificial, cuya ostentación y vana profesión sobrepujaba las abominaciones d<strong>el</strong><br />
paganismo. Como previamente se ha indicado en esta páginas, la higuera era <strong>el</strong> símbolo favorito con<br />
que los rabinos representaban a la raza judía, y <strong>el</strong> Señor anteriormente había adoptado este simbolismo<br />
en la parábola de la higuera estéril, planta sin valor que no hacía más que obstruir <strong>el</strong> terreno.<br />
LA SEGUNDA PURIFICACIÓN DEL TEMPLO.<br />
Dentro de los patios d<strong>el</strong> templo Jesús se llenó de indignación al ver la escena de tumulto, alboroto<br />
y profanación que allí se desarrollaba. Tres años antes, en la época de la Pascua, se había provocado<br />
en El un alto grado de justa indignación al presenciar una exhibición similar de sórdido regateo dentro<br />
de los sagrados recintos, y había echado fuera las ovejas y bueyes, y expulsado por la fuerza a los<br />
comerciantes, los cambiadores de dinero y todos los que estaban usando la casa de su Padre como<br />
mercadería. 8 Ocurrió cerca d<strong>el</strong> principio de su ministerio público, y este acto vehemente fue una de las<br />
primeras cosas que lo hicieron <strong>el</strong> blanco de la atención general; ahora, cuando faltaban cuatro días<br />
para llegar a la cruz, de nuevo despejó los patios echando fuera "a todos los que vendían y compraban<br />
en <strong>el</strong> templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas"; ni permitió<br />
que persona alguna pasara con sus cubetas y cestos por <strong>el</strong> patio, como muchos solían hacer,<br />
convirtiéndolo en vía común. "¿No está escrito— les dijo lleno de indignación—mi casa será llamada<br />
casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones." En la<br />
ocasión anterior, antes que hubiese declarado o aun confesado su Mesiazgo, había llamado <strong>el</strong> templo<br />
la "casa de mi Padre"; pero ahora que manifiestamente había declarado ser <strong>el</strong> <strong>Cristo</strong>, lo llamó "Mi<br />
casa". Las expresiones, en cierto respecto, son sinónimas; El y su Padre eran y son uno en posesión y<br />
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